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ALICIA GAZTEA» GERENTE DE S. ONOFRE "Para vivir se necesita una pequeña dosis de locura"

El verano de 1996, los vecinos de Quart de Poblet se manifestaron hasta que lograron echarla de la clínica psiquiátrica San Onofre junto a los 34 enfermos, a los que consideraban muy peligrosos. En su nueva morada, un convento de Godella, les recibieron a pedradas y la policía cargó contra los vecinos para que pudieran entrar. Dos años después, Alicia Gaztea (Aiegi, 1957) sigue dirigiendo el psiquiátrico dentro de los muros del convento. A pesar de que el Ayuntamiento aún le niega la licencia municipal. Pregunta. ¿Qué tal cliente habría sido don Quijote en su venta? Respuesta. Extraordinario, lo habríamos pasado muy bien con él porque es un personaje muy original. Me divierten sus peripecias con los molinos de viento. P. Estamos locamente enamorados, locamente felices... Estar cuerdo parece aburrido, ¿no? R. Para vivir se necesita una pequeña dosis de locura. P. ¿Quién está más cuerdo el interno que va a la papelería a comprar una cuartilla para un compañero al que no le dejan salir o el vecino al que le molesta ver a un enfermo con la baba colgando? R. No soy médico para saberlo, pero me gusta más el de la cuartilla. P. En la residencia de Quart de Poblet llevaban más de medio siglo atendiendo a enfermos mentales hasta que ingresaron a los excarcelados de Fontcalent y les obligaron a marcharse, ¿eran tan peligrosos como se decía? R. Es evidente que no, porque no se ha vuelto a hablar de ellos. Se magnificó el asunto. Eran pacientes como los demás. Es razonable que se les excarcelara. P. ¿Se le olvidará alguna vez el recibimiento que les hicieron al llegar a Godella, con cargas policiales para protegerles? R. Prefiero olvidarlo y lo lograré. No imaginaba que alguna vez me recibirían a pedradas y con silicona en la cerradura. P. ¿Qué tal se tomaron el bronco recibimiento los enfermos? R. Al día siguiente les pregunté, como si no hubiera pasado nada, qué tal estaban. Me dijeron que no me preocupara, que todo era falta de cultura. P. ¿Cómo acabó de directora del psiquiátrico? R. Soy de la Navarra profunda. Vine a Valencia a los 19 años a estudiar enfermería porque se empeñó mi tía, que era monja de Santa Ana y estuvo 50 años trabajando en San Onofre. Cuando las monjas decidieron dejar la clínica por falta de vocaciones mi tía insistió en que me quedara al frente. Los mayores ejercían un gran poder y debías obedecer. En 1984, con 27 años, me convertí en gerente. P. ¿Se encontró a gusto en el nuevo cargo? R. No me veía como gerente. Como había empleados que habían vivido mucho tiempo con mi tía les preguntaba qué tenía que hacer. Luego me ponía muy seria y daba la orden. Pero me entraba la risa por tener que decirles a unas personas tan mayores lo que tenían que hacer. He hecho cosas divertidas como esconderme bajo la mesa de mi despacho los días que estaba un poco harta. Cuando entraba alguien y preguntaba por mí, desde debajo de la mesa contestaba: No estoy, vuelva usted mañana. P. ¿Le sorprendería que hubieran creado leyendas diabólicas sobre usted en Godella? R. Hay gente para todo. Pero la mayoría de la población no opina así, esto se magnificó por unas cuantas personas que esperan la ocasión para hacerse notar y agredir, sucede cuando se juntan las masas. Un comercio se negó a vendernos sus productos, pero no le dimos importancia porque el resto de tiendas nos los traían a la puerta. A los pocos días vino un vecino con un ramo de flores en señal de desagravio. P. Las instalaciones de un psiquiátrico, ¿son un lugar adecuado para los ediles de Godella? R. Ellos sabrán, ya que han incluido el traslado del Ayuntamiento al convento en el plan de urbanismo. La verdad es que un convento tan bonito tiene muchas utilidades. Cuando lo vi pensé que era el lugar adecuado, lo que más me gustó fue el claustro y la intimidad, porque los altos muros te aíslan de la calle. P. ¿Cuánto tiempo suelen pasar aquí los enfermos mentales? R. La media es de 20 días, vienen a seguir un tratamiento. No se recuperan, pero están en condiciones de seguir el tratamiento en su casa. Sólo algunas personas mayores muy dementes pasan aquí 10 o 15 años. P. ¿Reconoce la gente a los enfermos cuando salen a pasear? R. Muchas veces no. Tenemos que desmitificar al enfermo mental. Hay que recuperar el respeto a los débiles, porque todos estamos expuestos a la vejez y a la enfermedad. La gente que protestó habría reconsiderado su postura si hubiera pensado algún día pueden sufrir una enfermedad mental, pero esa gente no tiene capacidad para pensar. P. ¿Cuáles son las mayores extravagancias de los pacientes? R. Hay enfermas que intentan colarse en la cola del banco diciendo que llegan tarde a la peluquería. Más que locura es picardía. Saben que la gente les hace concesiones y se aprovechan, como los niños. En la puerta del convento puedes toparte a otro que retransmite partidos de fútbol. P. A otro psiquiátrico que llegó más tarde ya le han dado la licencia municipal y ustedes siguen a la espera. R. Es curioso. No sé si nos la darán un día de estos. P. ¿Cuál ha sido el peor momento al frente del psiquiátrico? R. El traslado. Si mudarse de casa es complicado imagínese un sanatorio. Ver el desorden, el trabajo que había que hacer con tanto calor... era muy difícil. P. ¿Como se vive a centenares de kilómetros de su tierra natal? R. Me gusta mucho el monte, siento nostalgia del silencio y la soledad que te proporciona. Pero recibí una educación tan estricta, por la cultura de la Navarra profunda, que me enseñó a trabajar en cualquier sitio. También me inculcaron el sentimiento de grupo: tu familia, tu pueblo y tu empresa son una pequeña comunidad. Por esa lealtad al grupo no puedes opinar en contra de los tuyos, es mejor que calles. P. ¿Que impresión le han causado los valencianos? R. Admiro su capacidad para adaptarse a todo el mundo, la convivencia de culturas que se respetan y su facilidad para comunicarse. P. ¿Que le parece la política de no internar a enfermos mentales? R. Cada vez hay menos pacientes que requieren internamiento gracias a los avances de la medicina. Ahora se les puede controlar mejor con terapia y medicación que antes no existía. P. Hay gente que aún tiene la idea del viejo manicomio con camisas de fuerza. ¿No ha pensado organizar visitas guiadas al convento para derribar los tópicos? R. Son leyendas y mentiras, pero hay gente predispuesta a creérselas. ¡Han dicho tantas barbaridades sobre este sanatorio! Decían que los enfermos venían esposados... Ellos son los que viven en el pasado, quizas les gustaría estar en otra época. Pero los que creen que los enfermos tienen un demonio dentro son una minoría. No hay que darles protagonismo, son gente obsoleta. P. ¿Cómo se encontró el convento al llegar? R. Triste. Ahora está alegre y tiene colores y muebles alegres. P. ¿Quién manda aquí? R. Los enfermos. Me cuentan lo que hace cada empleado, me dicen a quién debo despedir y les hago caso. Les dejo mandar porque saben quién les quiere y quién no por la forma de ponerles el jersey o cortarles las uñas. A mí también me sacan defectos, dicen que soy muy señorita y que los demás trabajan más y cobran menos. Claro que, como no puedo despedirme a mí misma... P. ¿Fue una niña traviesa? R. Muy mala. Éramos gente que apenas hablaba. Por eso estaba siempre pensando en cómo subirme a aquel árbol o cómo asustar a los otros niños. Vivíamos en una sociedad tribal. En mi pueblo, Aiegi, el poder lo ejercía la veintena, los 20 hombres más mayores, que representaban a todas las familias y tomaban las decisiones importantes. Cuando las campanas tocaban el auzolán nos asustábamos mucho. Tenía que acudir un hombre de cada casa porque había fuego en el monte, se había perdido alguien en el monte o llegaban los lobos. P. ¿Cómo habrían resuelto el problema de los enfermos mentales? R. La veintena habría decidido que se quedaran los que pudieran vivir en sociedad y habrían buscado alguna solución para los que supusieran un peligro para la comunidad. P. ¿Cómo la reciben cuando vuelve a su pueblo? R. Aunque lleves muchos años fuera es como si nunca te hubieras ido. Unamuno no improvisó aquelló de "como decíamos ayer". Era de Bilbao y así son las relaciones allí, una cultura ancestral en la que sobran las palabras. No te preguntan cómo te va, ni qué has hecho. Ni siquiera cuando me divorcié. Tampoco les he contado nada de San Onofre. Iba a ir a una boda y se suspendió. Como única explicación me dijeron: No te preocupes, vale más antes que después. P. ¿Qué quiere ser de mayor? R. Niña, volver a subir a los árboles, hacer trastadas. (Risas). Pienso volver al norte. Me sentaré en el pórtico aporchado de la iglesia, como si no me hubiera pasado nada a lo largo de mi vida. Sólo responderé: todo bien. LA TERRAZAFELIP PINAZO

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