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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Actor en Malacanang

PARA EL antiguo actor filipino Joseph Estrada, «el último y más bello papel» de su vida es su elección a la presidencia del país, casi confirmada por las estimaciones, tras unos comicios celebrados el lunes y cuyo escrutinio puede tardar dos semanas en completarse. Que artistas de la pantalla, grande o pequeña, o del escenario lleguen a presidentes no es insólito. Ahí está el caso de Ronald Reagan, actor de segunda que alcanzó la presidencia del país más poderoso de la Tierra, o la posibilidad de que Palito Ortega compita por la presidencia de Argentina.Estrada no surge de la nada. Tiene una larga carrera política tras de sí, que le llevó desde el ámbito municipal al Senado y a la vicepresidencia de la República. En Filipinas, este cargo y el de jefe del Estado se eligen separadamente. La victoria de Estrada es la de la oposición frente al candidato oficialista, José de Venecia, apoyado por el presidente saliente, Fidel Ramos.

Filipinas no es un tigre asiático, pero sí uno de los países que, de la mano de la política de modernización y liberalización impulsada por Ramos, ha experimentado un alto crecimiento económico en los últimos años. Este crecimiento se ha repartido de manera muy desigual entre la población, que en un 30% vive en condiciones de extrema pobreza. La crisis del sureste asiático ha traído nuevas dificultades, aunque Filipinas haya capeado la situación mejor que otros vecinos. Estrada, que se ufana de ser mujeriego, jugador y bebedor, ha pasado de ser «el candidato de los pobres» a ocupar el palacio de Malacanang.

Al probable nuevo presidente no parece preocuparle demasiado su profundo desconocimiento de la economía, pues confía en rodearse de buenos, aunque variopintos, asesores. Los inversores extranjeros miran con sospecha esta victoria. Pero, al menos, frente a lo que ocurre en Indonesia, y pese a los fraudes que se hayan podido cometer en un sentido u otro, esta imperfecta democracia filipina ha facilitado la alternancia. Resulta preocupante que de ella se pueda beneficiar la familia del antiguo dictador Marcos: un hijo suyo va a ser elegido gobernador, y una hija, diputada. Para la viuda, Imelda, Estrada ha insinuado un posible perdón por el expolio de la riqueza nacional que hizo su marido.

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