_
_
_
_
_

L"Hemisfèric despega

Un blanco impoluto pintado por el arquitecto Santiago Calatrava para L"Hemisfèric se tiñe de pequeños grupos de trabajadores que a lo lejos, a las diez de la mañana, alumbra a los primeros visitantes que han madrugado para el estreno oficial. Un color que los verdes consideran poco ecológico para un país mediterráneo. Una crítica compartida con el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA), de otro ilustre arquitecto, el americano Richard Meier. En el primer día de apertura al público, una día después de la festividad de Sant Vicent Ferrer, una pequeña expedición de curiosos, una asociación de amas de casa y un centenar de colegiales uniformados hacen cola para dar su bendición al primero de los edificios que alumbra la Ciudad de las Artes y las Ciencias, el acorazado del primer mandato de Eduardo Zaplana al frente del Consell. Ninguna personalidad ha madrugado tanto como los niños del Colegio Marni, de Valencia. A primera hora de la mañana la falta de accesos y el aspecto inacabado de la zona no se vaporizan como la noche del estreno. No hay cava, permanentes ni fuegos artificiales y el agua del lago del día de la inauguración, que animó Michael Nyman, ha sido sustituido por un guardaespaldas con auricular que a grito pelado recrimina a los primeros visitantes que se atreven a cruzar a pie por el que debe ser el futuro espejo del ocio valenciano. "No ven que es un lago, sigan el camino habitual", chilla airadamente un encorbatado a dos señores de unos 50 años. No atiende a razones de los cariacontecidos visitantes. Poco antes de las diez la cafetería está desierta. El jefe de cocina da órdenes, un camarero busca los croasanes y otro hace prácticas con la máquina registradora. A 300 el zumo de naranja y el croasán. De momento, no se ha instalado ninguna máquina de horchata. "Todo llegará", dice una de las nuevas trabajadoras vestida con una camisa blanca que hace juego con el edificio. A pocos metros el primero de los visitantes trata de justificarse ante los periodistas. "Sí, bueno, daba una vuelta para curiosear, yo no quería entrar, sólo contemplar el edificio y como he visto que había entradas y que el precio era de sólo 500 pesetas, aquí estoy". Mientras, una azafata con uniforme azul compañía aérea entrega auriculares y una voz anuncia a oscuras ante una pantalla que protege la nuca que contra posibles mareos basta con cerrar los ojos. Las normas son estrictas. Ni comida ni bebida. Ni por supuesto fotografías. Tampoco se puede abandonar la sala antes del fin del espectáculo, por lo que los espectadores que se vean defraudados por la expectación deben reservarla para el final. La primera proyección se inicia con la sala medio vacía y con más de media hora de retraso. Un recorrido por las tradiciones y la historia de la Comunidad Valenciana, la factoría de Ford incluida, y una narración que suena a todo es maravilloso reciben a un espectador que podría imaginarse que está en precampaña electoral si no fuera porque todavía es abril de 1998. En la segunda proyección la Nasa invita los visitantes desde el Discovery. El final está salpicado de tímidos aplausos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_