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¿Militaría hoy Sócrates en Herri Batasuna?

¿Existirá, como pretende Víctor Gómez-Pin en La auténtica muerte del filósofo (EL PAÍS, 14 de enero), una razón universal que, desde los tiempos de Sócrates, anda por ahí susurrando a ciertos privilegiados principios verdaderamente incuestionables inasequibles, en cambio, para el necio rebaño de la mayoría democrática, que sólo se atiene a prejuicios y pobres opiniones? De ser así, ¿estarán los militantes de Herri Batasuna entre los privilegiados que han recibido revelaciones incuestionables de aquella razón que ya instruyó a Sócrates, obteniendo el odio de esa mayoría incapaz para el "ejercicio crítico... de los seres de razón"? Y si admitiéramos que la democracia y la filosofía -concebida como revelación de esa razón común- fueran incompatibles, entonces, ¿sería el derribo de la democracia la tarea principal de esa filosofía supuestamente socrática? En consecuencia, ¿militaría hoy Sócrates en Herri Batasuna, como sugiere Víctor Gómez-Pin en el artículo en cuestión?Tradicionalmente se considera a Sócrates el fundador de la filosofía moral y su primer mártir. Si la militancia antidemocrática y fascistoide de HB estuviera legitimada por la moral socrática -tal como la presenta Gómez-Pin-, tal vez habría que considerar el apoyo a ETA como una genuina expresión de virtud ética y política. ¿Es esto lo que sugiere el artículo de Gómez-Pin? Parece que sí. Veamos sus argumentos.

En primer lugar, Sócrates. Este ateniense vivió 70 años en su ciudad, sin hacer apenas otros viajes que los exigidos por su participación, como hoplita, en las guerras de Atenas. Formó parte de la bulé (consejo de gobierno ateniense) en el crítico momento de la derrota frente a Esparta. Tras la restauración de la democracia, Sócrates, que había criticado duramente algunas decisiones ilegales de la Asamblea ateniense (Eklessia) -la condena a muerte, con un pretexto, de los estrategoi derrotados en la batalla de Arginusas-, fue acusado de impiedad, juzgado y condenado a muerte por la Eklessia, todo ello en el curso de un episodio de la lucha entre demócratas y oligarcas. Pudo salvarse de la cicuta, pero prefirió asumir las consecuencias de sus ideas, como la de que el ciudadano debe someterse íntegramente a la ley de su comunidad, incluso si es víctima de prevaricación o de un juicio inicuo. Por eso muchos atenienses vieron a Sócrates como lo que seguramente quiso ser: un ciudadano ejemplar, intransigente con la doblez, crítico implacable de los prejuicios vulgares, pero leal hasta la muerte a la ley de la ciudad. Aunque sus detractores, como Aristófanes, lo consideraron un sofista entrometido, amigo de oligarcas y aristócratas.

Hasta aquí, algo de lo que sabemos de Sócrates. Contra lo que insinúa Gómez-Pin, la de mocracia no le persiguió por sistema, y él tampoco atacó los prejuicios democráticos en cuanto tales. Por el contrario, parece que prefirió morir antes que demoler con su rebeldía los fundamentos del edificio social ateniense. Y si fuera cierto que, como afirma el articulista, la democracia ateniense promovía la "firmeza irreflexiva", ¿cómo se explica entonces que Atenas fuera el centro intelectual y social del pensamiento crítico?, ¿acaso porque a la razón universal le gustaba el paisaje de Ática, o tal vez por el clima de libertad intelectual y personal?

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Pero la deformación de la antigua Atenas empalidece frente a la cínica evocación -y no en el sentido pos-socrático de Diógenes- de los supuestos "aislados militantes de Herri Batasuna" enfrentados, ¡como Sócrates!, a la mayoría "tentada por la ley del talión y el mero linchamiento". Los linchados en el País Vasco son, por el contrario -¿es posible que haya que repetirlo?-, policías, concejales, funcionarios, empresarios y trabajadores... los individuos que defienden o representan a esa mayoría cuyas convicciones, según el articulista, son incompatibles y causa de la muerte de eso que el catedrático llama verdadera filosofía. Entretanto, los militantes batasúnicos explotan al máximo los derechos que salvaguarda la democracia fundada en lo que Gómez-Pin denomina prejuicios contingentes.

La filosofía socrática ha pro ducido desde antiguo Interpretaciones muy diversas, cosa en parte debida a que Sócrates no escribía libros y en parte a que el examen libre y racional de las ideas nunca produce principios incuestionables iguales para todos sino, teorías rivales e interpretaciones más o menos plausibles. Los propios discípulos directos de Sócrates -Platón, Jenofonte o Antístenes- desarrollaron ideas muy distintas a partir de la misma enseñanza oral socrática. Platón la explotó al máximo haciendo que Sócrates hablara por él mediante el artificio literario de convertirlo en el maestro de sus Diálogos (geniales productos literario-culturales, y no revelaciones de una razón fantasmal), donde Platón exponía sus propias enseñanzas sobre todo tipo de asuntos y, también, críticas demoledoras del ideal democrático, que contraponía al suyo de una polis ideal, férreamente gobernada por una autoritaria élite de filósofos platónicos que dominarían -por su propio bien, por supuesto- a la masa de guerreros y artesanos negados para la filosofía.

Ahora bien, Platón -cuyo Critón cita sin citarlo Gómez-Pin-, ¿exponía simples ideas particulares o bien principios auténticamente incuestionables? En el segundo caso, el desmantelamiento de los principios de la democracia sería un principio auténticamente incuestionable de la filosofía. Es lo que dice Gómez-Pin. Por eso convierte al militante batasuno, que no comparte los lugares comunes democráticos y tiene, en cambio, sólidos principios subversivos, en un trasunto actual de su Sócrates, en el verdadero filósofo, amenazado otra vez por la mayoría hostil a la crítica racional y a la corrupción de los jóvenes (¿será entonces Jarrai cierta reedición vasca del círculo pedagógico socrático?).

A lo largo de la dilatada historia de la filosofía, Sócrates ha recibido desde los ditirambos de Platón a las imprecaciones de Nietzsche, pero batasunizarlo parece algo exagerado. No porque sí, sino porque Sócrates encarnó cierto ideal de la ciudadanía -probablemente excesivo hoy para cualquier demócrata, pues colocaba la ley de la co-

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munidad por encima del derecho individual-, mientras que Herri Batasuna representa y difunde casi exactamente lo contrario: el horror al civismo, a la ciudadanía. Pero la autoridad filosófica depende mucho más de consensos tradicionales que de una fantasmal "razón común" que revelaría a cada cual verdades idénticas e incuestionables. No se invoca a Sócrates como al juicioso vecino del quinto izquierda. Es un argumento tradicional de autoridad, y hacerlo tiene un sentido. La clave la da el propio Gómez-Pin, para quien "la función de la filosofía no es apuntalar prejuicios (por útiles que sean para el sostén del edificio social), sino contribuir a desmantelarlos". Pero el único principio auténticamente incuestionable es la muerte: que todos vamos a morir. Lo saben hasta los terroristas, de ahí que toda su filosofía consista en dar muerte al enemigo para lograr el poder, por rendición o degeneración de la democracia. ¿Es casual que, de Sócrates, GómezPin sólo resalte su muerte? Claro que, si se cree que la vida es "condición subordinada a unos fines y en modo alguno un objetivo en sí mismo", importa más (en teoría) cómo se muere que la buena vida.

En fin, Gómez-Pin dice querer la "guerra contra la estulticia, en el aquí y el ahora de sus manifestaciones". Sigámosle en esto. Poco importa, aquí y ahora, si Sócrates bebió la cicuta por esto o aquello o si es más verosímil el Sócrates de Platón que el de Aristófanes. Importa la concepción y uso de la filosofía como apología de la muerte. Camus, en El hombre rebelde, escribió lo siguiente: "Nuestros criminales no son ya esos muchachos desarmados que invocaban la excusa del amor. Por el contrario, son adultos y su coartada es irrefutable: la filosofía, que puede servir para todo, hasta para convertir a los asesinos en jueces". En ésas estamos.

Carlos Martínez Gorriarán es profesor de Filosofía de la Universidad del País Vasco.

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