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¡No se case!

Desde la boda de la infanta Cristina, las cotillonas y cotillones de la tele no han dejado de acosar al Príncipe, exigiéndole prácticamente que se case, y las marujas (y más de un marujón) arrellanadas en el lado de acá de la pantalla estulta aportaron su grano de arena a la presión ambiental, asumiendo el tema con tanto morbo y pasión como si cada una de ellas estuviera destinada a ser la novia en el futuro himeneo principesco.Venga de hacer cábalas y comparaciones, muchas veces auténticamente odiosas: que si ésta no puede desposarse con el heredero porque perdería el trono de su país y, claro, hija, un trono tampoco es una broma; que si aquélla debe descartarse como candidata porque parece que "ha ido con chicos", que la ideal es la princesita Fulanita, aunque la verdad es que resulta un poco paradita, poco hecha, y con las responsabilidades que le aguardan, figúrate tú. Y las marujas, venga a sufrir y sufrir, gozar y gozar.

Mientras tanto, el sujeto pasivo de la chafardería mediática permanece principescamente callado y nadie le defiende. Yo soy muy poquita cosa para hacerlo, y desde luego no deseo presionarle en sentido contrario a la corriente cotilla ni en ningún otro, pero creo que no hay derecho a este impune y generalizado abuso. En consecuencia, lo que sí me gustaría decirle, señor, respetuosamente, es que si no le apetece casarse de momento, desoiga semejante clamor, viva su vida, sea feliz en la medida de lo posible, relájese. Tampoco corre tanta prisa, caray. Su augusto padre está como un roble, o tal parece, el pueblo le ama y, al menos en esta faceta de nuestra vida colectiva, puede afirmarse que los españoles somos mayoritariamente felices. Pues "tranquilo, Jordi", como dijo el Rey en cierta ocasión, que jamás dejaremos de recordar y agradecerle.

Por otra parte, príncipe o plebeyo, quiero que sepa que no existen demasiadas razones objetivas a favor de las bodas prematuras. Yo tenía cuatro hijos a su edad, Alteza, y estaba muy ilusionado pensando que sería para ellos como un hermano mayor en juegos y risas, en compenetración. No hay manera: cuando llegan los primeros problemas con los estudios, en los albores de la adolescencia filial, el padre bisoño se percata de que éste es un sueno irrealizable. Surge una barrera: progenitor a secas, nada de confraternidades, tirano a poco que se descuide o quiera convertir a sus amados retoños en hombres de provecho. Y no es que me queje de mí, sino de mi familia, que es estupenda, pero la revelación de que esa barrera existe constituye todo un shock para los jóvenes padres amantes y juguetones. Luego vuelven los hijos, como ya vaticinaran en su día las señoras sensatas, se convierten en señores barbados y el progenitor ha de ejercitar un exquisito cuidado para no traumatizarse de nuevo: ¿cómo pueden ser tan mayores? No sé si las cosas funcionan así en las familias reales, pero quería comentárselo para que no se precipite.

Por otra parte, señor, si tienen razón esas brujas y hay algo, cásese y santas pascuas. Pero aquí surge también un problema, ¡qué vida ésta! Sevilla y Barcelona han paseado la imagen de su belleza por todo el orbe con motivo de la boda de las infantas, y los españoles de buena voluntad -sin excluir, desde luego, a los madrileños- nos hemos sentido orgullosos con los primores de estas ciudades tan nuestras, cada una en su estilo, alegres con las alegrías de las desposadas y también la compartida por sevillanos y barceloneses. Pero Madrid, sobre todo desde hace un par de años, nos duele a los madrileños, nos pesa, nos abochorna, y el sonrojo aumenta, a medida que transcurre el tiempo, al comprobar que el multicaos y la multifealdad de las obras municipales va siempre in crescendo. Dicen los realólogos que si la boda llega a acaecer, será aquí, en Madrid. Pero ¿cómo mostrárselo sin descrédito al mundo mediático y al mundo-mundo? La parte pedestre de la ceremonia tendría su grandiosidad limitándose a salir de palacio por la puerta lateral, cruzar la plaza de la Armería y penetrar en la catedral de la Almudena, pero después? Se nos abren las carnes pensándolo, señor.

¿Qué tal Palma de Mallorca, o Ciutat, tan querida por toda la familia real? Marivent, Bellver, la Almudaina, la Seo.... Así que Palma, Alteza, Palma.

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