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Tribuna
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Los ricos

La multimillonaria donación de Ted Turner a las Naciones Unidas no significa un homenaje a la colectividad, sino, especialmente, la exaltación del individuo a solas. Los norteamericanos son individualistas para todo: para defenderse, para viajar, para hacer el bien. Con su regalo de 1.000 millones de dólares, Turner transforma la languidez de una limosna en pornografía, y la piedad, en poder puro. Camilo José Cela cuenta entre sus anécdotas una en la que, saliendo del restaurante, un mendigo le vino a implorar ayuda. Entonces, Cela sacó de su cartera 1.000 pesetas y las plantificó en la mano del pobre diciendo: "¡Toma; para que te jodas!". He aquí el poder.Pero además, tal como se enseña en los filmes norteamericanos, un individuo resuelto soluciona el problema antes y mejor que cualquier institución. El ejército de ONG y asambleas se descalifican ante la eficacia del magnate. Todo lo caritátivo suena blando hasta que llega la voz en oro macizo del filántropo rico. Según el Informe mundial sobre el desarrollo humano 1997, la fortuna de los diez más acaudalados del mundo es vez y media mayor que la renta nacional de, los 48 países más pobres. Para combatir la miseria extrema del mundo se necesitarían unos 80.000 millones de dólares anuales de aquí al 2000. Pero bastaría que una decena de grandes multimillonarios enviaran una transferencia con la mitad de sus riquezas para arreglarlo de golpe. Los ricos, super-ricos cada día, se han transformado en los dioses omnipotentes de la nueva economía global. George Soros puede mandar al infierno a varios países asiáticos o latinoamericanos tras una especulación de minutos, mientras Bill Gates, mediante una porción de su patrimonio, podría evitar la muerte de cientos de millones de personas de aquí al año 2100 con tan sólo mover un dedo.

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