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Caos en el 'karaoke'

Diego A. Manrique

En U2: un año de pop queda registrado el instante en que el grupo irlandés anuncia su propósito de renacer. A finales de 1989, Bono se dirige. al público de Dublín de modo enigmático: "No podemos seguir así, haciendo esto eternamente; quiero decir que tenemos que alejamos un tiempo y soñarlo todo de nuevo". Canal + emite esta noche (22.47) un especial sobre el grupo irlandés en gira por España.¡Soñarlo todo de nuevo! Esa frase contiene las claves de la grandeza de U2. Ya había sido pasmosa su ascensión al estrellato durante los años ochenta, en los que se convirtió también en un referente ético para el mundo del rock: los cuatro estaban inspirados por un cristianismo de base que desembocó en pacifismo activo, materializado, por ejemplo, en el sabotaje del flujo de donaciones estadounidenses hacia las arcas del IRA. U2, versión años noventa, es un monstruo muy diferente, musicalmente hablando. Sobre todo, se trata de un grupo que no intenta ocultar sus contradicciones; al contrario, chapotea gozosamente en ellas.

U2: un año de pop es una película autorizada y cuida las formas: nada de los-comparativamente, pequeños- escándalos protagonizados por el travieso del grupo, el bajista Adam Clayton. Por el contrario, sí está reflejada la tensión interna del cuarteto, con el mercurial Bono enfrentado al escéptico Larry Mullen Jr., baterista que se queja de los excesos de la mercadotecnia, que deplora el disco del grupo paralelo Passengers y que lamenta no poder ir a Cuba: "Nos tuvimos que conformar con lo más parecido, Miami". Precisamente, el momento más conmovedor ocurre cuando Allen Ginsberg -al que está dedicado el documental- declama la letra del tema Miami con humor y fragilidad. No hubo tiempo para incluir el otro encuentro al borde de la tumba: el rodaje de un clip con William Burroughs.

La noche de U2 se completa con los primeros 25 minutos de Pop Mart, el nuevo montaje audiovisual de los dublineses, tal como se desarrolló en Rotterdam. El directo es el gran reto de U2: por dimensiones físicas, los conciertos se salen de las normas y obligan a poner precios altísimos. Así, parte del público acude con la saludable intención de rentabilizar su inversión con asombro ante tanta tecnología, convenientemente apremiados por esas informaciones previas que insisten en cifras deslumbrantes.Y puede que esos alucinados se pierdan lo único digno de apreciar: si Pop-Mart es una descomunal celebración posmoderna de la confusión de los tiempos o si U2 tiene algo que comunicar, alguna visión que compartir, algo que se parezca a la emoción pura de otros tiempos.

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