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DEBATE SOBRE EL ESTADO DE LA NACIÓN.

Aznar logra un claro apoyo de los nacionalistas, satisfechos por el cumplimiento de los pactos

El presidente y Felipe González guardan las formas, pero mantienen las discrepancias

José María Aznar, presidente del Gobierno, y Felipe González, líder socialista y del principal partido de a oposición, escenificaron ayer un perfecto diálogo de sordos durante la primera jornada del debate del estado de la nación. Las formas fueron corteses, los planeamientos divergentes, el tono por parte de González frecuentemente irónico, y, en definitiva, aunque ambos dijeron que ofrecían consenso sobre política exterior, ingreso en la moneda única, acuerdo autonómico y reglas de juego democrático, la realidad de más de tres horas de debate es que ninguno de los dos pronunció en la tribuna una expresión abierta de aceptación de propuestas o métodos para conseguir tales objetivos. Pero lo importante para Aznar fue que se escuchase un apoyo claro de los nacionalistas y que la posición de su Gobierno resultase nítidamente fortalecida, lo que le permitirá ofrecer una imagen de estabilidad y consolidación.Se había desbordado la imaginación en torno a supuestos enfrentamientos agrios. No hubo tal. González y Aznar mantuvieron las formas, así como los diputados, durante sus intervenciones pero el hemiciclo tuvo mucho de playa aparentemente tranquila con mar de fondo. Las puyas mutuas fueron frecuentes y los desacuerdos casi totales.

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No fue para tanto

Por la mañana, Aznar había leído un discurso extenso, minucioso y completo sobre su labor de 13 meses. Casi el 50% estuvo dedicado a los logros económicos de su Gobierno y en ello no hubo sorpresas. El tono, como siempre en estas ocasiones, fue monocorde, pero al final no olvidó dejar claro que su llegada al poder, en marzo de 1996, significó "la voluntad de cancelar una etapa, con todas las perturbaciones que caracterizaron su final, y abrir otra".

Por si no quedaba claro, añadió que no podía compararse el clima de ayer con el del precedente debate sobre el estado de la nación. "Hablar ahora de crispación", dijo, "si comparamos la actualidad con los sobresaltos de entonces, no deja de ser una interesada exageración". Su oferta para liquidar la crispación que se ha certificado desde diciembre tuvo algo de tono defensivo: "Nuestro problema no puede ser cuestionar a diario la identidad (legitimidad) de cada cual; eso ya lo han resuelto 20 años de democracia".

Además del balance claramente satisfecho de su labor de Gobierno, Aznar deslizó de forma sutil un anuncio político en el sentido de no desear elecciones anticipadas. Al hilo de la afirmación de que el bienio 1998-99 "es crucial para la prosperidad de España", el presidente aseguró que el Gobierno "hará cuanto esté en su mano para evitar perturbaciones innecesarias en la etapa inicial de la unión monetarla.

Felipe González se mostró deliberadamente contenido y abiertamente irónico. Nada más empezar le dijo que había seguido su discurso "con atención y con algún esfuerzo". A partir de ahí se lanzó a un largo discurso sobre lo que llamó articulación territorial del Estado, y ahí comenzaron los reproches. Admitió que la mejora económica es "indudable, incuestionable", pero deslizó algunos avisos en el sentido de que las cifras del paro entre 1994 y 1996, en el período de enero a mayo, fueron superiores a las del actual 1997. A su juicio, hay, además, 11 regresión en la educación" con una "orientación peligrosa y grave" en favor de la enseñanza privada, y al abordar la sanidad lanzó una andanada de mayor calado advirtiendo que si es cierto que se ha encargado a una empresa internacional estudiar la privatización de 60 grandes centros sanitarios, pueden dar por descontado que el PSOE romperá definitivamente el posible pacto en este terreno.

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Francia y la OTAN

La ironía se acrecentó al abordar la política exterior. González adoptó incluso un cierto tono profesoral para dejar claro que maneja los entresijos de la política europea. Aznar, al responderle, se permitió señalarle que los cambios políticos en Francia pueden hacer modificar las posturas de ese país sobre la OTAN, y González aprovechó para recordarle que es el presidente de la república, Jacques Chirac, quien tiene las competencias en estos asuntos.Julio Anguita, como portavoz de IU-IC, dejó claro que asume un proyecto singular, lo que en términos políticos significa probablemente un proyecto en soledad. El mismo, señalando con el dedo al semicírculo del hemiciclo, aseguró que su grupo tiene otro lenguaje, otros valores, otro proyecto". Todo ello se fundamentaba en su oposición a la construcción europea en los términos en que se está produciendo.

En general, el líder de IU quiso marcar distancias en la tribuna con respecto al PP, sin duda alguna exacerbadas por las últimas críticas a la pinza que de cuando en cuando forma con los escaños de Aznar. Acabó por definirse como "oposición de izquierdas al Gobierno" de Aznar. Éste le contestó, largo y en tono suavísimo, recordando que IU representa a "dos millones largos de españoles", pero también quiso subrayar que no están "de acuerdo en casi nada" y llegó a decirle a Anguita que está "fuera de tiempo histórico, fuera de tiempo político".

CiU mostró los efectos del preacuerdo sobre financiación sanitaria y estuvo tan comedida que su portavoz, Joaquim Molins, ni siquiera mencionó los temas que últimamente han creado algún distanciamiento entre populares y catalanes. Casi los únicos reproches fueron por incumplimientos en cuestiones bilaterales que afectan a Cataluña, y terminó por recordarle al presidente que CiU le seguirá apoyando mientras avancen con sus compromisos. Tan satisfecho estaba Aznar de lo que había oído que se animó a pedir a CiU una colaboración "más ambiciosa". Es cierto que no llegó a proponer Gobierno de coalición, pero la invitación a estrechar lazos fue explícita.

EL grupo vasco insistió en regalarle los oídos hablando de su satisfacción por el cumplimiento de los compromisos básicos del acuerdo de investidura y dejando caer apenas una divergencia sobre el tratamiento de los presos etarras. José Carlos Mauricio, en nombre de Coalición Canaria, reduplicó los apoyos y recibió seguridades de que el Gobierno cuidará dentro y fuera las singularidades del hecho insular.

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