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Educar

No puede ser más oportuno el libro que Fernando Savater dedica al valor de educar. Los países han relacionado el avance económico al desarrollo de su educación, pero, a lo que se ve, las cosas no son tan simples. La economía no es el referente supremo del conocimiento ni de la calidad social. En un test internacional reciente, el Third International Maths and Science Study (TIMSS), aplicado a preadolescentes de 41 Estados, el lugar número uno ha sido para los alumnos de Singapur y, en general, tanto las naciones emergentes del Pacífico como las sufridas naciones del Este europeo (sea la República Checa o Bulgaria), se situán entre las 10 primeras plazas. Estados Unidos no pasó del puesto 17 en ciencias y del lugar 28 en matemáticas. España logró el número 27 y el 31, respectivamente. Debajo de ella, sin embargo, quedaron matemáticamente naciones como Francia, Bélgica o Dinamarca.El desconcierto de estos resultados ha agitado a los analistas. Ni menor número de alumnos por aula, ni más horas de clase, ni más dinero invertido por estudiante se correlacionan con una preparación mejor. Estados Unidos gasta el doble por pupilo que Hungría, pero los niños húngaros baten a los norteamericanos por goleada. No se diga ya de Corea del Sur, que apabulla a ambos invirtiendo de 10 a 14 veces menos que los norteamericanos. La clave, después de darle vueltas al asunto, parece residir en ciertos métodos de enseñanza y en el aprecio de los maestros. Lo que significa, al cabo, cosas cercanas. El educador se revela como el eje de la instrucción junto a la interacción que suscita su autoridad en la clase. Puede que hasta ahora los éxitos de tales profesores a la antigua no hayan servido siempre para ganar más dinero, pero hasta The Economist reconoce hacia el futuro este firme valor de educar.

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