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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Maniobras monetarías

CON EVIDENTE eficacia, aunque discutible habilidad, el entomo más duro del Bundesbank plantea de nuevo la vieja cuestión de la unión monetaria con dos velocidades. En ella, un grupo de rancia tradición de estabilidad macroeconómica (Alemania, a pesar de sus dificultades actuales; los satélites del área del marco, y una Francia imprescindible) formaría en primera instancia el euro o moneda común a modo de club fundador exclusivo. Mientras, la integración de los países despectivamente englobados en el club med (Italia, España y Portugal) sería demorada hasta el año 2000. Bajo el eufemismo de un estatuto intermedio, se trataría de alejar del selecto grupo fundador de la moneda común a las teóricamente inestables lira, peseta y escudo.Los patrocinadores de un euro fuerte, con Jünger Stark, viceministro alemán de Economía, a la cabeza, definen a Italia como el primer objetivo que debe ser segregado. La coartada es que la participación de la lira, que ha permanecido durante mucho tiempo fuera del Sistema Monetario Europeo (SME), en la moneda común obligaría a ejecutar políticas muy severas de ajuste monetario para garantizar la fortaleza del euro. Y a continuación se desliza que el argumento de fondo es aplicable igualmente a España y Portugal.

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Los mercados mantienen su confianza en que la peseta estará en el euro

Está claro que la filtración de la supuesta elaboración de un estatuto intermedio forma parte de las maniobras, más intensas y numerosas conforme se acerca la fecha de 1999, encaminadas a excluir a los países mediterráneos de la formación inicial del euro. Estas maniobras están apoyadas por sectores importantes de la economía alemana y de países del área del marco, con el apoyo episódico del Reino Unido y la ambigua posición de Francia, interesados en fundamentar el euro en tomo al marco, sin contaminación de monedas débiles. Pero, finalmente, la Unión Económica y Monetaria es solamente un paso, por más importante que se considere, hacia la unidad europea. Sería un error de consecuencias incontrolables establecer un espacio único europeo viciado desde el comienzo por una segregación fundada en la mayor o menor fortaleza de las monedas. La prueba más palpable de que esta suerte de racismo monetario está fuera de lugar es que los mercados han reaccionado reforzando la posición de la peseta respecto al marco y reduciendo el diferencial con el bono alemán. Los nversores creen viable un euro con participación de monedas mediterráneas.

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La publicación de los supuestos proyectos alemanes para conformar un primer euro sin los países del Sur ha podido tener, no obstante, un efecto colateral beneficioso: corregir drásticamente el clima de optimismo excesivo sobre la situación económica de países como Italia o España, cuyo aprobado se daba ya por hecho.

El Gobierno español tiene que defender con firmeza la tesis de que el Tratado de Maastricht debe ser escrupulosamente respetado. Cualquier interpretación que implique establecer argumentos distintos de los conocidos, firmados y pactados -inflación, déficit, deuda, tipos de interés y tipos de cambio- puede y debe ser entendido como una manipulación política interesada. Por más que exista un cierto margen para interpretar la "tradición de estabilidad económica" de un país, aquel que cumpla las condiciones pactadas a 31 de diciembre de 1997 no puede ser excluido del núcleo fundacional de la nueva moneda europea, por débil o inestable que aparente ser su moneda. Por supuesto, tampoco sería admisible que, por ejemplo, incumpliendo varios países uno de los criterios, fuese admitido aquel que rebasa el objetivo de deuda y rechazado el que presenta un déficit superior al marcado.

Cosa distinta es que, en el marco de incumplimientos de varios países, la entrada o exclusión vaya a depender de la habilidad de cada Gobierno para defender su suerte en una negociación presumiblemente muy dura. En este caso, que es el escenario más probable, hay que insistir en que tendrán ventaja de partida aquellos países con estabilidad y paz política. Es muy difícil atribuir respeto a los negociadores de un país política y socialmente inestable. El Gobierno de Aznar tiene, pues, una doble tarea por delante: en primer lugar, hacer los deberes comprometidos en Maastricht y conducir la economía hacia el cumplimiento íntegro de las condiciones; en segundo, construir una imagen de estabilidad política. Y esto último no se logra por la vía de la arbitrariedad en los actos de gobierno.

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