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Tribuna
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Estos nazis

Empiezan a sacarme de quicio los suaves eufemismos con que en el mundo de la información designamos a los energúmenos peludos y bípedos que queman personas, librerías y autobuses en el País Vasco y Navarra. Empezamos por llamar les estos chicos, como si fueran una panda de traviesos -y lo que es peor: como si fueran nuestros-, se guimos calificándoles de radicales -como si el pensamiento radical, o cualquier otro tipo de pensamiento, tuviera algo que ver con ellos- y hemos acabado acogiéndoles bajo la denominación de violentos. Los violentos, decimos, como si lo suyo fuera una cuestión genética. Cierto que padecen una afección viral que se extiende por contagio, pero precisamente por ello sería más adecua do llamarles, por ejemplo, los rabiosos. Con perdón de los animales rabiosos, que cuando muerden no saben lo que se hacen.

Como nada es inocente, y mucho menos el lenguaje, me temo que este afán nuestro de metáforas no hace sino enmascarar el miedo profundo que nos produce tener que admitir que un miembro de nuestro cuerpo social se ha convertido en un apéndice monstruoso que es necesario amputar, y que en el horizonte de democracia que nos prometimos y supimos darnos ha brotado la planta envenenada de una mala semilla que algunos toleraron y otros hasta regaron con complacencia.

Les llamamos lo que no debemos llamarles para evitarnos la vergüenza de bautizarles como merecen: nazis. Jóvenes o no -y que lo sean sólo sirve para indignarme más, porque tienen toda una vida de nazismo por delante-, eso es lo que son. Nazis.

Estos nazis en fase cachorro, incubados por sus mayores y por aliento de 180.000 votantes de lo que ustedes saben, tienen la insolencia de creerse revolucionarios. Encima, gilipollas.

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