Un chavalito que lucha por sobrevivir
Maximino Pérez solía hablar con admiración de José Antonio Espinosa. "Si todos fueran como él, otro gallo le cantaría al equipo", decía. Ser como él era ser un ciclista trabajador, nunca remolón, siempre dispuesto para lo que hiciera falta. En la pasada Vuelta, cuando una etapa transcurría demasiado tranquila y había que hacer algo para que se vieran los colores del MX-Onda, ya sabía Maximino a quién tenía que recurrir. "Venga, Espi". Y allí iba Espinosa a escaparse. Se pegaba la paliza, le cogían, pero había cumplido, sin esconderse.Espinosa es un chavalito que, como tantos, lucha por sobrevivir en el duro mundo ciclista profesional. El ciclismo le da lo justo para vivir, para ser famoso en su pueblo, Azuqueda de Henares. Su lucha es la de tener cada año contrato con un equipo pequeño, como las decenas de profesionales españoles que no son los Induráin, Olano y compañía. Un trabajador del pedal, uno de tantos que ni destacaba subiendo, ni bajando, ni llaneando, ni sprintando, pero que quería hacer de todo y le echaba ganas al asunto.