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Entrevista:

"Madrid acabará siendo una enorme oficina"

Astuto y valiente como el calamar, la tinta negra es su escudo y su defensa, pero jamás da la espalda a las cosas. Le gusta mirar sin que le vean y sus apodos le sirven de antifaz: Jonás, OPS, y últimamente, El Roto. No hace chistes, más bien discursos dibujados que asaltan al lector y le invitan a un receso en lo más cotidiano. Rábago no lee mucha prensa, jamás ve la televisión, escucha la radio sólo de vez en cuando y se niega a compartir su estudio de trabajo con un simple teléfono. Surrealista, implacable, siempre combativo, profundamente demócrata, tan tímido como amable, deja que el verano interrumpa su cita con quienes cada día le buscan entre estas mismas páginas. Es madrileño y tiene 48 años. Se confiesa torpe para comunicarse a través de la palabra e incapaz si la charla es telefónica, pero consigue mantener 20 minutos de conversación sin decir una sola insensatez.Pregunta. ¿Cunde Madrid para una ilustración diaria?

Respuesta. Yo no sé por que estoy en un suplemento local, ni si es lugar adecuado. Supongo que me colocaron para tapar un agujero. Los problemas urbanos no me importan demasiado. Me preocupan los individuales, los del día a día.

P. ¿Y cree que lo cotidiano de Madrid puede ser universal?

R. No diré que ésta sea una ciudad exactamente cosmopolita. Más bien ubicua, porque ser de Madrid es no ser de ningún lado. Aquí nos preocupan las cosas de fuera. Es una ciudad a la que hemos dado por perdida.

P. Terrible sentimiento para un madrileño.

R. Es una sensación general. Lo mismo da que hagan un agujero en medio de la plaza de Oriente que un buen día vuelen la Cibeles. Todo queda reducido a un problema político ante el que la gente sólo dice: vaya, una barbarie más.

P. Debe costarle mucho vivir en esta ciudad.

R. Apenas me muevo fuera de mi barrio, Chamartín, una zona relativamente tranquila. Está cada día más lleno de oficinas, donde yo me pregunto qué hace la gente.

P. Trabajar, supongo.

R. No lo sé. Este país no da para tantos despachos. Madrid acabará convertido en una inmensa oficina y los madrileños viviremos en sus anexos.

P. Lo suyo no son exactamente chistes.

R. No, además, la palabra chiste está muy deteriorada. Lo mío no es hacer reír, sino provocar algún desconcierto. Enseño la otra cara de las cosas. Eso provoca un cosquilleo en el cerebro, que puede llamarse humor. A mí me gusta mirar sin ser visto.

P. ¿Siente la depre al volver a Madrid?

R. Tardo un par de semanas en adaptarme, sobre todo por el aire. Madrid no tiene más de 20 días limpios al año.

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