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Esteban

No hay noticia más importante que la muerte. Este periódico la ha sufrido ahora dentro de su redacción y a nuestro lado. No sólo a cualquiera nos hubiera podido suceder lo mismo que a Esteban Barcia. Nos está ocurriendo ya día tras día y, ahora, aceleradamente, contemplando su desaparición en mitad de un veraneo del que hablamos como un periodo de salvación. No hay salvaguardas para no morir. Ni siquiera cabe, como un simulacro de consuelo, atribuir a Esteban una deficiencia orgánica o una conducta inconveniente. La muerte en el cuerpo de su persona buena y discreta, ilusionada con el trabajo, confortado con sus cinco hijos, avivado por las peripecias de la educación, no se advertía en ningún resquicio. El infarto es la representación de una fatalidad que traza la línea entre desear, proyectar o bromear y la anulación absoluta. La Redacción contempla el asiento seguro y repetido donde Esteban elaboraba el suplemento de Educación, hablaba por teléfono o nos invitaba a un café con leche para hablar de Mijatovic y el destino del Madrid. Recordamos sus chistes sucintos, cómo se afanaba en su mundo de las escuelas y sentimos el merodeo de una sentencia que podría abatirse sobre cualquiera.No mueren los culpables ni sólo los buenos, como era Esteban. Toda la Redacción, consternada, siente el final del compañero como una injusticia gratuita y comunal. Tan cruel como para invertir la esperanza de que pueda seguir un día feliz a hoy. Precisamente ahora., cuando la memoria no se aparta del dolor de su familia y la desgracia anega a todos nosotros, sus colegas, sentados ante la tipografía de las pantallas donde, a la fuerza, sigue apareciendo él, risueño, ensimismado, confiado, ajustándose muy despaciosamente las gafas para ponerse a escribir o leer.

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