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El Madrid pasa del espectáculo a la solidez

El duelo de Riazor se convirtió en un diálogo entre orden y presión al rival

Xosé Hermida

El Real Madrid no logró poner tierra de por medio, pero asentó en Riazor su liderazgo indiscutible sobre el campeonato. La goleada al Barcelona no enloqueció a los de Valdano. Tras su recital de las dos últimas jornadas, el Madrid prefirió vestir en Riazor el traje de la eficacia. De ese modo, renunció a asestar un golpe mortal a la Liga, pero confirmó su solvencia en un encuentro que le habían planteado como una artera emboscada. El Deportivo salió a esperar a su rival. Y esperó, esperó y esperó hasta que ya no quedaba tiempo. Ame drentados por el rival, los coruñeses, una vez más, se olvidaron de que la victoria le correspondía buscarla a ellos en esa ocasión. El partido se planteó como una apasionante batalla. estratégica, un diálogo entre orden y presión al rival, que logró emparedar el juego y convirtió las ocasiones de gol en un bien escaso. El fútbol no relució, le faltó chispa atacante, pero la voraz pugna por el balón mantuvo vivo el interés del encuentro.

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El Madrid salió precavido como nunca. Los dos interiores, Luis Enrique y Amavisca, se retrasaron todos los metros que hizo falta, hasta dejar muchas veces a Zamorano y Raúl a expensas de su propio criterio. Solos ante la rocosa y contundente línea de centrales deportivistas.

La prudencia del Madrid era razonable. Abandonó su habitual modelo defensivo, retrasó metros para impedir el contragolpe ventajista gallego y renunció a su arma preferida: los fuera de juego. Apenas tiró un par de ellos en los 90 minutos.

Los errores del rival

En realidad, el Deportivo, fortificado en él centro del campo con los brasileños Mauro Silva y Donato, estaba tentando malévolamente a su adversario. Los coruñeses ofrecían terreno para que el Madrid se obcecase con el gol. O sea, que se suicidase despeñándose por el barranco. Pero Valdano ya demostró saberse la lección. "El Deportivo vive de los errores del rival", había dicho en la víspera. Modificó su juego osado de otras veces para combatir al adversario con sus mismas armas: miedo.

La presión deportivista logró ahogar la salida del balón del Madrid durante el primer cuarto de hora. Los hombres de Jorge Valdano tuvieron muchos problemas para hacerlo circular y tuvieron que quedarse agazapados en la zona ancha. Hasta que Luis Milla fue sacando rendimiento de su silenciosa y eficaz labor de zapa.

Entonces apareció también Rafael Martín Vázquez, elegante e imaginativo, para cumplir sin tacha su misión de sustituir a Laudrup buscando siempre el pase decisivo. Aunque las áreas eran un páramo, el Madrid llegó en la primera par te con más intensidad y mayor intención. Raúl desperdició un mano a mano con Liaño, mientras Hierro lanzó una falta envenenada que puso a prueba los reflejos del portero deportivista.

A los de Arsenio les faltaba recorrido. Estaban intachables en la recuperación de la pelota, pero sus miras eran muy estrechas. Casi siempre prefirieron el pase corto y cómodo a arriesgarse oxigenando el juego con balones largos.

Cuando el Deportivo pisó el terreno madridista, había demasiada poca gente para intentar la sorpresa. De ese modo, el ataque coruñés no existió hasta los últimos cinco minutos de la primera parte. Entonces llegaron dos oportunidades y ambas fueron magníficas. Fran cabeceó a bocajarro a las manos de Buyo tras una magnífica asistencia de Nando, y Sanchis llegó en el segundo justo para impedir que Bebeto fusilase a su portero.

Una guerra de nervios

El partido se había transformado en una guerra de nervios, una prueba a la paciencia de. cada equipo. En ese aspecto, el; Deportivo es difícil de igualar. Puede pasarse una hora completa sin aparente desesperación mientras aguarda a que su rival cometa un error de cálculo. Aunque en el descanso la sensación era que el fútbol cotizaba algo más en la bolsa madridista, el gol podía llega en cualquier área para romper definitivamente el corte parsimonioso del encuentro. Estaba claro que ganaría el que menos fallos cometiese.

Manjarín lo tuvo a punto a los ocho minutos de la reanudación. Era el primer despiste de la defensa del Madrid, pero pudo tener para los de Valdano consecuencias funestas. No había nadie entre el balón y Buyo, pero Manjarín se empeñó en golpear al primer toque. Con los dos palos de la portería completamente despejados, la pelota se fue al centro, al único hueco que cubría el portero.

No hubo más errores, ni tampoco la guinda de talento que pudiese destrozar aquel embrollo táctico. Todas las piezas estaban sobre la mesa y ninguno de los contrincantes se atrevía a mover ficha. Así llegó el Deportivo al último cuarto de hora con la urgencia de buscar el gol porque el resultado, si bien no hundía a los coruñeses, favorecía claramente al Madrid. Pero el Deportivo seguía igual.

Instalado en su fortín y esperando a que Bebeto sacase el genio. En realidad, quien tuvo que esforzarse a fondo fue Djukic para cortar una y otra vez la mayor ambición madridista. El brasileño, sin apenas compañía, no pudo resolver nada.

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Sobre la firma

Xosé Hermida
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.

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