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La delincuencia derivada de la drogadicción que sufren los habitantes de algunas barriadas madrileñas... Ha entrado ahora en debate una propuesta para acabar con este problema: la legalización de las drogas llamadas blandas. El razonamiento es sencillo: legalizada, ya no la venderían de tapadillo y a precios abusivos los narcotraficantes que llaman camellos.Drogas blandas -la marihuana y el hachís, por ejemplo- no hacen excesivo daño, si bien se mira, en. opinión de algunos que las tienen afición. Drogas blandas que, por el contrario, los expertos en la materia tildan de peligrosas, pues producen hábito y conducen irremediablemente al consumo de peores sustancias.

La publicidad institucional contra el consumo de drogas recoge la opinión de los expertos y propone a los jóvenes una actitud rotunda e inequívoca: no. No, si te proponen probar; no, aunque con tu negativa seas una excepción en el grupo; no, aunque alguien mal informado o con intenciones perversas pretenda convencerte de que la droga es un signo de modernidad, un caprichito inocente. ¡No! Un no firme; no, nunca, en ningún caso.

Los narcotraficantes, que conocen bien la naturaleza de la droga, sus efectos nocivos sobre la voluntad y la personalidad, del drogadicto, son precisamente quienes más interés tienen en que se legalice. Si por ellos fuera, hasta la regalarían. En Tirso de Molina, en las callejas aledañas a Infantas, en los barrios de la periferia donde tienen montado el vil negocio; pero también en los parques y avenidas, a, la puerta de los cines y de los grandes almacenes, dentro de las escuelas y las discotecas. Allí, camellos con sacos llenos de canutos y papelinas, repartiéndolos a todo el mundo. ¡Al rico canuto! ¡La sabrosa papelina! ¡Para el nene y la nena! ¡No pasa ná, nunca pasa ná! ¡A colocarse sin hacer daño a nadie y ponerse el cuerpo de jota! ¡Papelinas por la cara, oiga!

Regalarían durante un buen espacio de tiempo la droga blanda-que-nunca-pasa-ná los narcotraficantes, si les dejaran. Pero, pues no parece posible (de momento), lo que conviene a sus intereses es la legalización. Droga barata y a venta libre: en las farmacias y en los estancos, en los puestos de pipas y en las máquinas del bar. Me dé un porrito hierba, media de marihuana, hachís cuarto y mitad, que hay guateque. O un kit de todo ello, para gozarlo a la carta con la santa.

Bueno, quizá algunos que se tiran a la droguita blanda sólo por el prurito de probar el sabor de lo prohibido o como expresión de rebeldía contra las caducas pautas de convivencia, ya no la querrían al faltarles esos alicientes propios de la juventud inconformista. Mas, en contrapartida, la comprarían los cautos y los pusilánimes, aquellos que siempre prefirieron abstenerse antes de entrar en tratos con el criminal vendedor; los que jamás habrían probado droga de ningún tipo, pues les habían dicho que crea feroz dependencia, destruye el cerebro y, finalmente, mata, y descubren ahora que no era para tanto e incluso pueden adquirirla en cualquier parte.

Opíparas perspectivas ofrece la venta y el consumo libre de la droga: una vez hecha la clientela, calculada la progresión del consumo, conocido el volumen de la demanda, los narcotraficantes no tendrían más que poner en marcha los mecanismos comerciales propios de la economía de mercado. Y siendo ellos mismos quienes están en el origen y el fundamento de la producción y la distribución de la droga -la blanda y la dura-, su estrategia principal consistiría en regular los abastecimientos.

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Con cortar de vez en cuando el suministro de la droga blanda, la clientela se vería constreñida a buscar sustitutivos desesperadamente; luego estarían aquellos que, ya saturados de droga blanda, necesitan perentoriamente la dura. Naturalmente no la encontrarían en los comercios, pero la tendrían a su disposición los camellos de siempre en los sitios acostumbrados, con buenas provisiones de cocaína, éxtasis y lo que fuera menester, ahora a precios prohibitivos dada la calidad de la mercancía, que los drogadictos pagarían a costa de lo que fuera con tal de calmar el enloquecedor síndrome de abstinencia.

Un pan como unas obleas habrán hecho los que legalicen las drogas, blandas creyendo que así acaban con el negocio criminal del narcotráfico. Y aun en el supuesto de que la legalización acabara. con el narcotráfico, seguiría latente el gran problema, que es, precisamente, la droga.

A la droga hay que decirle no, sin más componendas. Porque, prohibida o legalizada, cara o barata, símbolo de modernidad o motivo de, rebeldía, crea feroz dependencia, destruye el cerebro y, finalmente, mata.

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