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Las dictaduras

Fernando Savater

Julio Anguita no siempre, ni mucho menos, dice cosas risibles o truculentas, pero se las arregla para que casi todo lo que dice suene risible o truculento. Por esta capacidad lúdica involuntaria será recordado dentro de muchos años con especial cariño. Sin embargo, la comparación de Pujol con Franco ha estado mal traída. No porque carezcan de puntos en común, pues en cuanto nacionalistas sin duda se parecen: como la homogeneidad nacional no existe ni en Cataluña, ni en España, ni en ninguna parte, la única forma de poder especular políticamente con ella es identificarla con un partido y con un líder, frente a los cuales todo el resto de los ciudadanos son en el mejor de los casos advenedizos y en el peor conspiradores. Pero a partir de ahí las diferencias se hacen radicales entre un político demócrata, con sus argucias y sus astucias, y un dictador. Ya sé que ahora está de moda decir que viene a ser más o menos lo mismo, de tal modo que si Pujol se parece a Franco, Felipe González puede ser todavía peor que Franco, que por lo menos tenía unas preocupaciones sociales de las que se nos ha informado. últimamente. Sin embargo, parece recomendable fijarse un poquito más.Es curioso que a, Anguita no se le haya ocurrido comparar a Fidel Castro con Franco. Ahí sí que el parentesco. es indudable: dictadura personal, supresión de partidos políticos, régimen policial, encarcelamiento de opositores" censura de prensa, sustitución del debate público por la propaganda política... y también nacionalismo, pues ser antícastrista resulta ser anticubano. Pero este tipo de nacionalismo no parece molestarle especialmente ni a él ni al diputado de su coalición Antonio Romero, cuando declara a Servimedia que los castristas "están defendiendo su dignidad y a su país". Para Romero, Fidel Castro es un gobernante "honesto", y añade que "no es poco ese capital de dignidad y decencia en una isla como Cuba". Supongo que el diputado de IU no pretende decir que en Cuba sea más difícil ser digno y decente que en otras partes, pero resulta pintoresco que llame "honesto" a un gobernante que secuestra los derechos políticos de sus conciudadanos. ¿Por qué es "deshonesto" Roldán, que se escapa con los fondos públicos, y no lo es Castro, que secuestra las libertades públicas? Claro que para el vidente Romero, que es una especie de Rappel de los gustos políticos caribeños, la mayoría de los cubanos está con Fidel, como ha demostrado en "montones de ocasiones y lo demostraría con todas las garantías si se sometiera a referéndum o votación popular, una vez que acabara el bloqueo norteamericano".

Lo mismo pasaba en España, donde todo el mundo era franquista y lo demostraba al primer referéndum en que se lo preguntasen. De modo que ya se sabe y Julio Anguita nos lo recuerda: el problema de Cuba es el bloqueo norteamericano, o sea el embargo económico norteamericano, o sea que los americanos no pueden invertir libremente en Cuba y sacarla con sus fondos capitalistas del atolladero miserable en el que la ha metido una economía colectivista subvencionada por los rusos, contra1a cual ni Anguita ni Romero tienen ninguna crítica que formular, pese a lo mucho que saben de economía. ¿Será: que les gusta? No me lo puedo creer.

Resulta que para muchos Fidel Castro es un dictador, habrá que admitirlo, pero un dictador "bueno". Un dictador que ha utilizado su dictadura para hacer el "bien" y, como lo que cuenta es la eficacia bondadosa, se le puede perdonar lo autocrático. Además ha plantado cara al imperialismo yanqui, lo cual le concede una indulgencia casi plenaria. La beatificación de Fidel entre intelectuales y políticos de la izquierda latinoamericana tuvo en su día explicación al menos psicológica: fue un mito compensatorio frente a muchas frustraciones e injusticias. Si releen ustedes los artículos hagiográficos sobre Maradona tras su expulsión del Mundial, publicados en este mismo diario por Mario Benedetti y Eduardo Galeano, comprenderán a qué me refiero: el héroe popular que deslumbra con su juego heterodoxo y genial, la conjura de los poderosos que no permiten a nadie desafiar las normas por ellos establecidas, la calumnia, el bloqueo, el oprobio injusto de analizar la orina y menospreciar la gloria, etcétera.

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En España, en cambio, el anhelo compensatorio es de orden diferente. Muchos antifranquistas no detestaban a Franco porque fuese un dictador, sino porque era un dictador de derechas. Cultivaron el anhelo de un Franco "bueno", una dictadura a su favor que les compensara de la que habían sufrido a la contra. Fidel Castro cumplió esa función terapéutica y con él toda su corte: si Fidel era un Franco "bueno", Gutiérrez Alea será un Sáenz de Heredia "bueno", Pablo Milanés un Raphael "bueno", etcétera. Para bastantes este franquismo antifranquista aún sigue vigente: es normal que Juan Echanove, que con tanta gracia ha representado al dictador "malo", se emocione cordialmente ante el dictador "bueno" que le redime del anterior. Incluso los que ya se van distanciando de Castro lo hacen como los últimos franquistas respecto a Franco: se le reprocha que ha durado demasiado, que los peores son quienes le rodean, que el mundo cambia y él no se ha dado cuenta... pero sigue siendo importante salvar al régimen, llamado "revolución". El modelo es peligroso: suelen atribuirse las corrupciones y abusos de la era socialista al abandono traicionero de los ideales izquierdistas, cuando a mí me parece que se deben a los resabios contagiados. por este prepotente y expeditivo caso de dictadura benéfica.

Para apoyar la dictadura se mencionan los logros del castrismo, lo mismo que tantas veces oímos hablar de los del franquismo, o del saneamiento económico de Chile llevado a cabo bajo Pinochet, o las victorias contra Sendero Luminoso de Fujimori. Es obvio que una dictadura puede introducir mejoras sociales, o económicas, o de orden público. También resulta evidente que una democracia puede fracasar en el intento de remediar tales problemas, aunque Amartya Sen nos convenza de la capacidad de las democracias para prevenir hambrunas, no haya habido desde la Segunda Guerra Mundial ningún conflicto armado entre dos democracias y la mayoría de los países desarrollados tengan Gobiernos democráticos.

Pero es que la dictadura es ante todo un mal político, y es ese mal el que se remedia con la democracia. Por supuesto, otros muchos males de orden social pueden seguir vigentes: quizá haya guetos en Estados Unidos en los que se viva tan mal como en Haití (peor, imposible), pero ello no quita que se ven libres al menos del daño añadido de carecer de libertades políticas. Ninguno de los defectos de las malas democracias estamos ciertos que pueda resolverse con una buena dictadura: ninguno de los logros educativos o sanitarios del régimen castrista, por ejemplo, exige necesariamente (ni por tanto justifica) la represión policial o la ausencia de libertad política. En cualquier caso, la democracia no puede medirse según su eficacia para resolver el problema de la redistribución económica o de la salud pública, sino por la fuerza emancipatoria con que aborda un único problema, de radical importancia: el poder político.

Sin embargo, no es Cuba, y no digamos ya Perú, Haití o Irak, dictaduras pobres y patentemente ineficaces, las que hoy de verdad retan a la conciencia democrática. El peligro está en las autocracias- de Extremo Oriente, ultraproductivas y, disciplinadas. Ayer se justificaba la dictadura del proletariado como vía a la sociedad sin clases; hoy se legitima la dictadura de los capataces paternalistas como camino hacia el pleno desarrollo. La protesta ante ellas es considerada como "fundamentalismo" democrático, pues lo importante es que el gato, negro o blanco, cace millones. Me considero reo de esa culpa y aún más: lamento que en este fin de siglo de fundamentalismos el democrático sea el menos extendido.

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

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