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Las cosas del nacer

Fernando Savater

Nuestros problemas con la reproducción no dejan de reproducirse, últimamente a ritmo cada vez más acelerado: y es una reproducción sin duda asistida, porque a los problemas nunca les faltan ginecólogos y comadronas con entusiasmo manipulador. Los problemas de la reproducción se agrupan en dos grandes áreas: los que provienen de impedirla cuando uno puede reproducirse pero no quiere y los que derivan de propiciarla cuando uno quiere reproducirse pero no puede. Son cuestiones radicalmente distintas, pese a que todas pertenecen al tema común de la reproducción humana, pero suelen recibir respuestas en bloque, o sea que las correspondientes al primer área se venden con las de la segunda, como las grandes distribuidoras obligan a quien les compra una película de éxito a adquirir también varias de serie B. A esto lo llaman coherencia los mismos que al ir a la última. moda lo llaman elegancia. De modo que, la cosa funciona así: si usted está contra los anticonceptivos y mucho más contra el derecho al aborto, también estará contra la fecundación in vitro o la adopción de niños por parejas homosexuales, pues todas son licencias antinaturales que los hombres se toman contra los planes biológicos de Dios; pero si es usted partidario de los métodos anticonceptivos y de la despenalización regulada del aborto, debe apoyar también los hijos de diseño, la procreación sin varón de vírgenes o lesbianas y el parto de las abuelas (incluso el de los montes, si se tercia). Ítem más: si cree usted que el deseo sexual sin intenciones de reproducción no es pecado, debe aceptar del mismo modo que la reproducción sin deseo sexual tampoco constituye falta reprensible. Cosas de la coherencia, ya digo.Se contraponen dos actitudes globales: una mantiene que el respeto a la naturaleza, obra de Dios, debe ser lo que nos guíe, mientras que la otra sostiene que toda obra humana es artificial y que por tanto es vano intento distinguir ontogénicamente entre el plástico y la miel o entre la madre y la abuela. La primera escuela tropieza con obvias dificultades: no es cosa sencilla convencer a un tipo que viaja en jet sobre el Atlántico, mientras a través de sus gafas ve una película y mastica con su dentadura postiza un bocadillo de jamón de York, que alejarse de las vías naturales puede resultarle fatal; sobre todo si se lo predica un clérigo célibe que considera pecaminoso todo apareamiento previo a un ritual mágico por él administrado, sostiene que es sacrílego ingerir ciertos alimentos determinados días del año y ve factible la resurrección de los muertos. Resulta bastante pintoresco que los abogados intransigentes de la naturaleza sean precisamente quienes reciben toda su autoridad moral de lo sobrenatural... Lo cierto es que las técnicas no son lo contrario de la naturaleza, sino la aportación a ella del hombre, tal como hace siglos estableció Francis Bacon: ars est homo additus naturae. Todo el despliegue técnico es, pues, lo que el hombre ha hecho por la naturaleza, en el doble sentido de "por" a favor de la realización de sus sueños naturales (longevidad, velocidad, potenciación de los sentidos, mitigación del dolor ... ) y gracias a las leyes naturales, sin cuyo concurso nadie inventa ni manipula. Si hay razones para considerar rechazables ciertos logros humanos, nada. tendrán que ver desde luego con su mayor o menor naturalidad porque ir contra la naturaleza es cosa que nadie sabe hacer... al menos en este mundo.

El partido opuesto, en cambio, sostiene la total artificialidad de la vida humana y por tanto la plena adiaforía de las técnicas (el palabro viene de adiaforon, término eclesial para lo que no comporta ni mérito ni pecado y por tanto no está prohibido ni recomendado). Si todo lo que el hombre hace es igualmente artificial, sea plástico o miel, ¿qué argumento hay contra que dé a luz la abuela o la virgen que se niega a conocer varón? Es una prótesis más que viene a colmar un deseo individual, como la dentadura postiza. El problema, sin embargo, es que el individuo humano no es una cosa entre otras de las que los hombres hacen. Los humanos somos producto de otros humanos, cierto, pero no productos manufacturados. Somos fruto de nuestros padres, no su encargo, ni su pedido a la tienda, ni mucho menos su propiedad. La reproducción asistida. es un avance médico cuando logra que una pareja realice con su ayuda lo que bien quisieran hacer sin ella, pero resulta menos respetable puesta al servicio de las extravagancias de ciertos progenitores. Nadie es ni sobre todo tiene por qué llegar a ser un artilugio del capricho ajeno si nadie puede, ser obligada a ser madre con tra su decisión o contra su gusto, nadie puede ser fabricado hijo según el gusto o manía de una señora. En una palabra: todo lo que los hombres hacemos es igualmente artificial, incluida nuestra propia condición humana ligüística y social, todo... me nos nuestra entidad individual de carne y sangre. En el mundo humano del artificio que prolonga y cumple lo natural, el origen de nuestro cuerpo nos mantiene unidos con lo no deliberado, con aquello de lo que nadie es dueño.

Con cierta simplificación provocativa, Daniel Bell ha sostenido que, "durante gran parte de la historia humana, la realidad fue la naturaleza... en los últimos 150 años, la realidad han sido las técnicas, las herramientas y las cosas hechas por el hombre han tenido una existencia independiente de los hombres en un mundo reificado... ahora la realidad va convirtiéndose solamente en el mundo social". Este tercer estadio (posindustrial, posmoderno, lo que se quiera: el nuestro) no descarta ni lo natural ni lo técnico, pero lo enfoca desde una perspectiva simbólica distinta, la imaginación social. Tal fue el empeño del humanismo desde Montaigne, hoy denostado por la becerrada heideggeriana y por la epilepsia tecnocrática (si se quieren precedentes aún más remotos en el tiempo y el espacio, también el pensamiento confuciano - planteó con minucia el permanente tránsito de lo natural a lo civil).

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Los asuntos del nacer se falsean tense de Madrid enfocados desde el seudonaturalismo clerical y desde el artificialismo radiafórico resignado a que todo lo que puede ser hecho sea hecho y luego ya nos arreglaremos para juzgarlo: es preciso, como alternativa, recurrir a la imaginación social de un humanismo que no tema asumirse como tal. Y si de vez en cuando hay que desagradar tanto a los del nadie ose como a los del todo vale, pues volvemos a enfrentarnos con ellos. Ante cualquier intento de este género, el tópico vaticina enseguida un retorno de la Inquisición, demostrando así que se ignora no sólo lo que pasa hoy, sino también lo que la Inquisición fue en su día. Como bien ha señalado José Sanmartín, cofundador del Instituto de Investigaciones sobre Ciencia y Tecnología, "lo verdaderamente impregnado del espíritu de la Inquisición no es pedir un contró1 social de las tecnologías, sino poner éstas -como la tradición autoritaria ha hecho siempre- más allá de la esfera de lo opinable".

Se dice: cualquiera puede criar a un niño, lo mismo una abuela que una pareja de homosexuales o sus padres biológicos. Pero es que no es lo mismo ser padres de una criatura que cuidarla: no es idéntico criar que engendrar. En efecto, cualquier persona o pareja de personas con miramiento y afecto puede cuidar muy bien la infancia de un niño, sean cuales fueren su edad o sus preferencias sexuales. ¡Ojalá hubiera más adultos generosos para atender a tantos niños abandonados, desvalidos, hostigados hasta la muerte! Ser padres es otra cosa, a, la vez más simple y más misteriosa: el empeño de la carne, la culminación del deseo. Por supuesto, después los padres somos indignos, abandonamos a la pareja o a la progenie, la destruimos a fuerza de amor o de ignorancia... sea. Pero nadie tiene derecho a hurtar a otro el enigma corpóreo de su origen, las dos figuras distintas que se debaten en la sombra y luego en la penumbra de nuestros sueños: nadie tiene derecho a encerrar a Edipo en una probeta, como si se tratase de un genio maligno. ¿Cómo dice el verso de Quevedo? "La vida empieza en lágrimas y caca...". Respetemos, por principio, nuestro principio.

es catedrático de Filosofia de la Universidad Complutense

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