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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

ltalia vota futuro

ITALIA ACUDE hoy y mañana a las urnas para elegir un nuevo Parlamento con una ley que, por primera vez en la historia del país, establece que la mayor parte de los escaños se diriman por un sistema uninominal, relegando la proporcionalidad de comicios anteriores a un cuarto de los puestos de la Cámara. Tras casi dos años de tormenta judicial contra una clase política corrompida, un menudeo de suicidios de hombres de negocios y del poder, y en un clima general de revulsión contra lo que podría denominarse como antiguo regimen, el acto electoral, se dice, va a inaugurar la II República Italiana.El singular sistema vigente en Italia desde el término de la II Guerra Mundial, y que ha permitido a la Democracia Cristiana (DC) y a sus aliados (pequeños partidos laicos y, desde el fin de los años sesenta, también el socialista) bloquear toda posibilidad de alternancia, puesto que ésta sólo podría hacerse con el partido comunista, tiene que ver con la división del mundo en dos bloques, el liberal y el comunista, y con la guerra fría. El resultado fue un sistema casi de partido único en el que la DC hacía mil combinaciones con sus aliados menores, de forma que una inestabilidad aparente, con frecuentísimos cambios de Gobierno, apenas ocultara una inamovilidad de base: los Gabinetes cambian, pero sus componentes son siempre los mismos. Ese espléndido ectoplasma político empieza a derrumbarse el día en que cae el muro, y con él, entre 1989 y 1991, todo el comunismo europeo. Muerto el perro se acabó la rabia, o, lo que es lo mismo, sin enemigo al Este, el voto católico deja de serlo, y cerca de un 40% del electorado entra en almoneda. La DC, que se rebautiza como Partido Popular, es sólo una formación política más.

En días más que en semanas, un empresario particularmente poderoso en el negocio audiovisual, Silvio Berlusconi, crea el movimiento Forza Italia, que, sobre la base de las células publicitarias de la casa repartidas por todo el país, recibía en los últimos sondeos la mayoría de las preferencias electorales. Desde el final de los años ochenta, una formación federalista lombarda, la Liga, también hace mucho por liquidar el sistema de partidos en el norte de Italia. Junto a estos redentores de diverso pelaje, la creación, por añadidura, de partidos regionales y una reanimación súbita del neofascismo contribuyen a la aparente descomposición del sistema.

Como consecuencia de todo ello van hoy a las urnas tres grandes alianzas: la derecha, con Berlusconi, la Liga y el neofascismo; el centro, con los herederos diversos de la DC, y la izquierda, que domina el PDS de Achille Occhetto, ex o poscomunista, según los autores. En teoría, estos bloques convertirían el juego político en una rivalidad muy concentrada, aclarando un panorama tradicionalmente dado a la sopa de letras. Pero en Italia las apariencias siempre engañan. En el interior de esas alianzas bulle todavía el antiguo régimen. Berlusconi y Umberto Bossi, el líder de la Liga, se tiran con entusiasmo los trastos a la cabeza, mientras el neofascista Fini los contempla con medido desprecio. Occhetto tiene que negar constantemente que sus aliados de Refundación Comunista vayan a influir en un eventual Gobierno de izquierdas, y el centro se angustia ante la perspectiva de aliarse o no con este o aquel vencedor.

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Una nueva clase política -salvacionista y milagrera, en el caso de Berlusconi; adversaria de la idea de Italia como nación histórica, en el de Bossi; desesperadamente moderada para que ninguna OTAN se inquiete, en el de los ex, pos o neocomunistas- domina hoy la escena italiana. Las antiguas inercias no han muerto por ello. Si estas elecciones son las de una nueva Italia curada de corrupciones y de bloqueos políticos, ya estará justificado, sin embargo, que se hable en un inmediato futuro del nacimiento de la II República.

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