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El Madrid retorna a sus viejos principios

Los hombres de Del Bosque se mostraron ante el Valencia libres de ataduras

Santiago Segurola

El Madrid volvió a sus principios, entre la euforia del público, que también regresó a los años del juego alegre. Hubo comunión entre las dos partes, hasta el punto de llegar al indulto de jugadores condenados, como Prosinecki, que ha marcado en las últimas tres semanas más goles que en toda su anterior vida madridista. El Madrid, que mantiene varios aspectos imperfectos en su juego, ha entrado en una fase de liberación que se advierte en un grupo de jugadores que ha nacido para disfrutar de la pelota. El corte de este equipo le impide vivir amarrado a la farfolla táctica. Con sus muchas virtudes y también con su porción defectuosa, el Madrid es más reconocible en esta etapa. Ofrece más perfiles, dispone de más recursos y es más festivo. Es un equipo donde los futbolistas prevalecen sobre la pizarra, como ocurría en los años buenos. En estas condiciones, no es casualidad que el Madrid haya abandonado su tacañería con el gol y celebre sus victorias con resultados gordos y un poco angustiosos, como también era de ley en los buenos tiempos.Siempre hubo retazos del viejo Madrid en un partido marcado por el peso del gol de Mendieta. El encuentro tomó una dirección que no abandonó hasta el final. El Madrid tuvo que tirar del carro toda la noche para salvar el obstáculo, enfrentado a un equipo cicatero, sin estilo, obstinado en guardar la portería a cualquier coste. No salió beneficiado Hiddink en su retorno al banco del Valencia. Puso marcas individuales sobre varios madridistas, un plan demasiado conservador para un equipo que se ha labrado fama de equipo blando, pero agradecido con el juego. No fue el caso. El Valencia dimitió del partido y entregó la pelota al Madrid. Ése fue el discurso del partido, incluso cuando el Madrid salvó la desventaja. Sus dos primeras llegadas se tradujeron en goles, facilitados por la desatención de Buyo en los dos remates.

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El Madrid atacó el encuentro a la vieja manera. Jugó con paciencia y con bastante lentitud. Siempre ha sido un equipo de paso corto, pero ahora se siente más la escasez de ritmo. Sin embargo, la intención fue espléndida. Se buscó el toque y la habilidad, la complicidad de un puñado de futbolistas. Se vieron artes olvidadas: las paredes, los caños, las decisiones absolutamente libres en los regates, las fintas y todo el ornamento que diferencia el juego utilitarista del fútbol elegante.

El retorno del Madrid a su orígenes recibió la aprobación de la hinchada. El público agradeció la intención y celebró varias acciones que se habían borrado de la memoria del madridismo. Incluso volvió el aspecto vulnerable del Madrid, su vieja tentación a dejar vivir a su rival. Fue un viaje al pasado con todas las consecuencias. El público se divirtió, se angustió y aguantó en estado de tensión hasta el final. Vivió el partido lejos de aquel estado catatónico que se ha vivido en Chamartín.

El voltaje del encuentro creció para alcanzar la máxima intensidad en el último cuarto de hora, cuando el Madrid tiró con todo y el Valencia encontró una mina en Álvaro. El zurdo confundió a la defensa del Madrid. Su gol fue un ejercicio de velocidad e instinto. El desborde a Sanchis fue sensacional y el tiro, estupendo, aunque Buyo nunca debió prestar el hueco en el primer palo.

Hasta el empate del Valencia, el Madrid disfrutó de la noche, a pesar de la incomodidad del gol de Mendieta. Le faltó contundencia en el área para aprovechar las ocasiones. Hubo sitio para todos los jugadores. Cada uno se reservaba su hora, algo que finalmente se convirtió en un problema. Faltó la conexión común, la entrada en órbita de todo el equipo. Lo normal fue la entrada indiviudal en escena. Podía ser Prosinecki, que recordó sus años yugoslavos durante un trecho del partido, o podía ser Martín Vázquez, con su arsenal técnico, o incluso Dubovsky, que se tiró tres quites sensacionales, aunque saliera perjudicado por su falta de desgarro. Y en último caso, siempre había tiempo para las llegadas aparatosas de Hierro, siempre cargado de potencia y gol. Todo eso debió servir para conducir con tranquilidad el encuentro, pero no hubo finura en el área, donde Sempere estuvo con el corazón revolucionado. El corte terminal del partido llevó a pensar que el Madrid terminaría por acordarse de su blandura en el área del Valencia. Pero Butragueño, que estuvo indeciso en tres oportunidades frente a Sempere, se encontró con el balón en el instante de máxima ansiedad. Y esta vez no falló. Pasó a la red y desató la euforia de un estadio que ha malvivido durante demasiado tiempo.

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