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Reportaje:PLAZA MENOR TITULCIA

Tierra de presagios

Situada en un privilegiado rincón al sur de la provincia de Madrid, la milenaria villa de Titulcia fue presa codiciada y tomada por invasores de todas las calanzas, seis veces destruida y seis veces resucitada, la última de ellas tras la guerra civil. La Dirección General de Regiones Devastadas reconstruyó el pueblo, cuya posición estratégica le hizo estar, una vez más, en primera línea de batalla. Como todo organismo burocrático, la Dirección General de Regiones Devastadas no se distinguía por su imaginación y en Titulcia se limitó a aplicar el correspondiente módulo arquitectónico homologado. Por eso el casco de Titulcia se parece tanto al de otros pueblos de diferentes latitudes reconstruidos por la misma dirección general, híbridos de manchego y andaluz, encalados y perfectamente alineados. El caserío de Titulcia se asienta en la falda de la colina de Venus, homenaje a los romanos que tuvieron aquí parada y fonda, no sin la belicosa oposición de los bravos carpetanos, asentados en este bastión natural que enmarcan los ríos Jarama y Tajuña.El pasado de Titulcia está enterrado bajo los cimientos de los chalés que dominan el cerro, una atalaya de 650 metros de altura que domina un amplio y feraz paisaje. Esta misma mañana, el alcalde, Domingo Fernández, se ha tropezado con unos jóvenes que recorrían los alrededores del pueblo provistos de un detector de metales a la busca de tesoros ocultos. El alcalde les ha advertido sobre la ilegalidad de excavar por su cuenta en estos terrenos, pero la tentación de desenterrar las huellas del pasado sigue atrayendo a los arqueólogos aficionados.

Titulcia tiene 871 habitantes, un tercio de los cuales se dedica a las tareas agrícolas, especialmente al maíz, los ajos y los tomates. Una espiga de trigo, un caballo, un pez y un yelmo comparten los cuarteles del escudo de la villa. El caballo podría ser Idris, un purasangre nacido en una finca cercana cuyos triunfos en diferentes concursos nacionales e internacionales le han hecho acreedor al título de vecino predilecto de Titulcia. El pez habla de la antigua riqueza piscícola arruinada por la contaminación fluvial; el yelmo, del pasado guerrero, y la espiga heráldica más parece de maíz que de trigo, como si se hubiera acomodado a los nuevos tiempos.

Cincuenta vecinos del pueblo están en el paro, y el alcalde, independiente, piensa que sus problemas podrían verse solucionados con la posible construcción de una residencia de ancianos que absorbería su fuerza de trabajo. Titulcia, que hasta 1814 se llamó Bayona de Tajuña, mantiene estable su población, que cada verano aumenta con los pobladores de los chalés del cerro. Armando Rico es cronista y guardián de los tesoros enterrados de Titulcia y de su enigmática Cueva de la Luna, una construcción singular que sigue trayendo de cabeza a arqueólogos y parapsicólogos, un enigma a cuya solución ha dedicado su vida y su obra este vecino de la villa.

El libro Titulcia y la Cueva de la Luna, de Armando Rico, cuenta con un prólogo del doctor Jiménez del Oso y en sus páginas se da cuenta con minuciosidad y cariño de las extrañas vicisitudes de este monumento subterráneo y esotérico que durante mucho tiempo fue utilizado como bodega e incluso como vivero de champiñones. La entrada de la cueva se sitúa en el establecimiento de Armando, mesón y restaurante que luce en sus muros diagramas, fotografías, planos y recortes de prensa relacionados con el tema. En su embocadura, Armando ha escrito las palabras In hoc signo vinces, las mismas que el emperador Constantino situó con la cruz en su estandarte. Para Armando Rico, la bóveda subterránea está relacionada con los signos de la cruz y de la media luna. Aquí, en Titulcia, según relata en su detallada y documentada crónica, se le apareció al cardenal Cisneros una cruz en el aire cuando se dirigía a la conquista de Orán. Armando Rico se ha dejado la vista y casi la vida desempolvando legajos y revolviendo archivos para dar a conocer al mundo los misterios de un espacio que aún siembra dudas y polémicas entre los expertos, que asocian una construcción a los celtas y dan fe del paso de los templarios, que grabaron su cruz en el techo de una e las galerías.

Frente a la entrada de la cueva, escrito sobre la cal, Armando Rico ha plasmado un breve poema recordatorio: "quisiera ser golondrina para volar hacia Orán", y junto a los versos, círculos, radios y cálculos matemáticos, refrendados por la cátedra de Astronomía y Geodesia de la Complutense, que señalan curiosas relaciones y proporciones matemáticas que imbrican la ubicación del monumento con el diámetro de la Luna y las distancias entre Titulcia, Roma y Orán. La Cueva de la Luna es testigo de peregrinos rituales esotéricos y tertulias mágicas, bajo la mirada comprensiva y curiosa de Armando Rico, que está convencido de la importancia mística y telúrica del enclave.

Titulcia es tierra de presagios, cuenta Armando; en Titulcia, la guerra civil, que asolaría una vez más su caserío, empezó unos meses antes del 18 de julio, exactamente a primeros de mayo de 1936, cuando se enfrentaron prematuramente los dos bandos que más tarde entrarían en conflicto, produciendo un saldo considerable de heridos y ningún muerto. Luego, cuando la guerra fue un hecho, los vecinos de Titulcia siguieron haciéndola por su cuenta. Desde lo alto del cerro, toques de corneta avisaban de la procedencia de los invasores y el pueblo salía a defender su celosa independencia, enfrentándose a unos y a otros sin reparar en sus banderas.

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Armando Rico advierte a los visitantes de la cueva de los nefastos presagios que se ciernen sobre estos tiempos, e invita a luchar para que el espíritu se imponga a la materia. ¿Llegaremos a tiempo?, se pregunta en un cartel situado a la entrada del monumento, en el que aparece una bomba suspendida en el aire sobre 61 cielo de Titulcia.

Tan negros presagios no turban hoy la tranquilidad de la villa, en la plaza. Junto a la iglesia que un día albergó un retablo realizado por un hijo de El Greco, los jubilados entran y salen de su concurrido club y las cigüeñasobrevuelan la escuálida fuente central. En el bar, cuatro agricultores hacen sus números y sus tratos, con papel y lápiz, alredeor de unos botellines de cerveza. Dejamos Titulcia atravesano su viejo puente de hierro, donde se encuentra el único semáforo del pueblo. A 40 kilómetros de Madrid, la vieja villa celta carpetana y romana sigue guardando sus tesoros celestes y esotéricos, al margen del mundanal embrollo, en una encrucijada mágica de la provincia.

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