_
_
_
_

El AtIetico enfila el Camino de la promoción

El Sevilla de Luis Aragonés remonta dos goles y golea al equipo de Romero

El Atlético camina directo hacia el pozo. Cae en picado y no encuentra el fondo. El final del precipicio ni llega ni se intuye. No es sólo una crisis de resultados. Ni de juego. Ni de banquillo. Ni de futbolistas. Es una enfermedad crónica y alarmante, un problema de identidad.El Atlético no cree en él; ha perdido su espíritu. Es un equipo sin alma.El Sevilla, un bloque limitado sabiamente dirigido, le hizo bordear el ridículo. Primero preparó al Atlético para una sesión de maquillaje. Le vendió una goleada facilona idónea para la rehabilitación. Después, le devolvió a la realidad. Le recordó todas sus carencias y le señaló el camino de la promoción. Hacia allá corre velozmente el Atlético.Porque la tragedia de este equipo ha dejado de ser el mal cíclico de todas las temporadas. Ya no se trata de no poder alcanzar el título, como siempre. Ni siquiera consiste en tener que sufrir para meter la cabeza en Europa (hoy por hoy es una empresa imposible). El problema es mucho más grave. Su objetivo es ahora la permanencia. Conservar la vida, vamos.Bien podría culparse del desaguisado de ayer a Diego (regaló dos de los cuatro goles del Sevilla), pero no sería justo-. Bien podría culparse a una defensa de mermelada (Suker estuvo en su casa todo el partido), pero no sería justo. Bien podría culparse a Kosecki y Tomás (desperdiciaron dos ocasiones de manifiesto peligro de gol, de esas en las que tanto insiste la regla del 960lo), pero no sería justo.

Ni siquiera sería de justicia acusar a José Luis Romero, aunque lo de ayer fue ante todo un baño estratégico. Empeñado en enseñar educación a sus futbolistas, el técnico se ha olvidado de imponer un sello táctico. El Atlético se mueve desordenado en el campo, encomendado a la ocurrencia puntual de cada jugador. La sincronización no existe. Ni en defensa: cuando uno presiona, otro aguanta y otro se repliega. Ni en ataque: si se pasa al segundo palo, se busca el remate en el primero.

Luis Aragonés, en cambio, sí ha impuesto su estilo. El Sevilla, aunque con unas lagunas tremendas de concentración, es un conjunto disciplinadamente ordenado. En defensa, pese a su obsesión por forzar el fuera de juego: busca zonas complicadas del rival para presionarle. Y en ataque: se buscan los apoyos y los espacios libres; avanza metros con coherencia y rapidez.

En su vuelta al estadio que le vio. crecer como futbolista y como entrenador, Luis ganó el partido con un simple cambio. Iban cuarenta minutos y el técnico decidió quitar a Moya para dar entrada a Rafa Paz. El Atlético despareció. El Sevilla tomó el centro del campo, empezó a acariciar el balón y rompió el entramado (?) del rival. Fue a raíz de ese cambio cuando el Atlético se quedó sin maquillaje y enseñó su palidez.

Los rojiblancos empezaron a buscar soluciones individuales que no hacían otra cosa que darle la razón al Sevilla. Empezaron a asomar su autodesconfianza. Perdió sin ideas el Atlético y perdió sin sangre, sin casta. Parece un conjunto encaminado irremisiblemente a la defunción. Su dueño, Jesús Gil, al que en esta ocasión nadie le puede acusar de generar intranquilidad, no encuentra el remedio. El Atlético se muere.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_