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El Madrid se hunde en el abismo

El Deportivo destroza al equipo de Benito Floro y le condena a un nuevo drama apenas iniciada la temporada

Xosé Hermida

El Deportivo envió al Madrid a los infiernos. El conjunto de Benito Floro llegó a Riazor con la salud seriamente dañada y salió como un enfermo terminal. Ni la ausencia de los brasileños Bebeto y Mauro Silva pudo ser aprovechada por el Madrid. Sin sus dos mejores estrellas, los de Arsenio Iglesias se dejaron de fantasías y asumieron humildemente su condición proletaria. Aguantaron la primera media hora, cuando el Madrid todavía respiraba y ofrecía una imagen atildada, muy lejos del patetismo final. Con la suerte de cara, los blanquiazules marcaron en su primera aproximación a puerta. A partir de entonces el contraataque blanquiazul hizo el resto y la ágresividad de los de Arsenio acabó aplastando al Madrid.Descartado Prosinecki, la alineación inicial de los blancos echó más leña al debate sobre qué piezas deben integrar el eje del juego madridista. Los ensayos realizados contra el Lugano no debieron convencer demasiado a Floro, que sorprendió incluyendo en el equipo titular a Milla, un jugador que parecía casi desahuciado tras confesar públicamente que añoraba al Barcelona. Pero en la situación actual, el Madrid no está para prescindir de nadie, aunque haya cometido la imprudencia de anunciar que desearía pasarse al enemigo. La inclusión de Milla devolvió a Hierro al centro de la defensa, su posición natural.

El ensayo de Floro tropezó con la obsesión del Deportivo por cercenar la línea de creación madridista. Tantas precauciones tomó Arsenio que incluso desplazó al centro del campo a José Ramón, el teórico interior derecho, para soltar su aliento sobre Milla, mientras Donato se encargaba de echarle el lazo a Martín Vázquez. La superpoblación de la zona ancha del terreno provocó el previsible atasco. Probablemente era lo que buscaba Arsenio: convertir el partido en una jungla de piernas, en la que podría sacar mucho partido de la vivacidad para robar el balón de hombres como Nando o Claudio y de la picardía y rapidez de Manjarín y Fran.

Pero los primeros minutos del Deportivo fueron de mucho músculo y poco cerebro. Como no podía ser menos, el Madrid salió nervioso hasta que Dubovski inyectó algo de ilusión a sus compafleros. La elegancia en el regate del eslovaco fue de lo poco que se le pudo ver al Madrid en todo el partido. Su primer aviso fue en el minuto 15, en una fantástica entrada por la izquierda que Martín Vázquez no supo culminar con el gol. Dubovski intervino poco en la primera parte, pero cada vez que lo hizo arrancó suspiros de inquietud en la grada. En el segundo tiempo, se hundió con el resto del equipo.

Mal que bien, el Madrid manejó el partido con cierta soltura durante media hora. No es que los de Floro superasen claramente a su rival pero se aprovechaban de que el Deportivo continuaba demasiado eléctrico. Aunque no hubo grandes ocasiones, el gol parecía más posible en la portería de Liaño que en la de Buyo.

Una hermosa combinación de calidad y coraje cambió el rumbo del partido. La jugada la fabricaron entre Nando y Fran, la sociedad de mejor convivencia dentro del conjunto de Arsenio. Una pared entre ambos acabó con un balón en la banda que obligó a Fran a quemarse los pulmones. Por centímetros, el capitán blanquiazul logró evitar que la pelota saliese por la línea de fondo y centrar al punto de penalti. Claudio burló a la defensa con una imprevista media vuelta y batió a Buyo de tiro raso.

Muchas prisas

Al Madrid le entraron todas las prisas del mundo y con ellas perdió la mínima precisión que había exhibido hasta entonces. En esos momentos se necesitaba una personalidad fuerte, que cargase con todo el peso de la situación. Nadie se atrevió a asumir el papel. Michel parecía un jugador de regional disfrazado de Michel (falló pases hasta a tres metros de distancia); Martín Vázquez se entretenía con fuegos artificiales, pasecitos intrascendentes y toques irrelevantes; Butragueño hacía cargarse de razón a quienes reclaman insistentemente su relevo por Alfonso; Zamorano parece haber dejado en Chile la agresividad rematadora que mostró en la segunda vuelta de la Liga pasada.

Sin duda, la apelación a la furia ha sido uno de los males históricos del fútbol español. Pero no es menos cierto que en los instantes críticos este juego también requiere agallas. Al Deportivo, le sobraron; el Madrid, sencillamente, no las tuvo.

El segundo gol fue paradigmático. El Deportivo pudo haber resuelto el encuentro antes del descanso si el larguero no repeliese un remate de Claudio a puerta vacía. En el segundo tiempo, los coruñeses salieron definitivamente agazapados, fiando ya todo a su poderoso contraataque. Y entonces llegó la pifia de Hierro y con ella la sentencia definitiva en el minuto 57. El malagueño se tomó todo el tiempo del mundo para deshacerse de un balón aparentemente fácil a unos 30 metros de la portería. Claudio se le echó encima como un gladiador enfurecido. Se aprovechó de la lentitud del madridista, le robó la pelota, enfiló velozmente la portería y batió a Buyo.

El partido tomó todo el aspecto de un drama, todavía más desgarrador que el de hace siete días en el Bernabeu. El Madrid se echó hacia delante, con la típica reacción desesperada del animal moribundo. Al Deportivo le bastó con armarse aún más en defensa y seguir peleando a muerte por cada balón. De entre los escombros del Madrid, surgieron primero Donato y luego Fran para redondear la desmesura del marcador.

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Sobre la firma

Xosé Hermida
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.

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