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El Pulitzer, por su mayor tragedia

Un periodista, premiado por investigar los errores judiciales que permitieron el asesinato de su hija

Poco antes de que se cumpla un año desde que su joven hija fije asesinada, el periodista de The Washington Post George Lardner ha obtenido el Pulitzer por relatar la mayor tragedia de su vida. Ladner, de 58 años, jugó el doble papel de autor y padre (le la víctima en el artículo que narra los errores judiciales que permitieron que su hija Kristin, de 21 años, fuera abatida a tiros por su ex novio el pasado 30 de mayo en Boston.El periodista de investigación utilizó las mismas habilidades que desarrolló escribiendo sobre el asesinato de Robert Kennedy y el Watergate para reconstruir con testimonios directos los últimos meses de vida de su hija y el pasado criminal de su asesino. Lardner combatió el dolor buscando respuestas. A través de la madre del asesino, el periodista averiguó las tendencias agresivas de Michael Cartier, que de niño desmembró a su conejito y de adolescente inyectó sangre en la botella de ketchup de una cafetería. Lardner sabe ahora mucho más de lo que su hija sabía sobre aquel novio. El periodista averiguó que Cartier fue ingresado en un reformatorio por su madre cuando tenía siete años. El muchacho, de pelo negro y ojos azules, creció en centros para chicos difíciles hasta convertirse en el conflictivo vigilante de pub de 22 años del que creyó enamorarse Kristin, el mismo que más tarde se obsesionaría fatalmente con ella cuando le abandonó al conocer su violento carácter.

El padre de la víctima también escarbó en los archivos policiales y judiciales para comprender el error que le costó la vida a la menor de sus tres hijos. Lardner descubrió que la incompetencia impidió que se comprobaran los antecedentes penales de Cartier cuando su hija pidió protección ante sus amenazas. Si se hubiera actuado con más diligencia, Cartier hubiera sido encarcelado cuando acudió a declarar ante el juez y aceptó mantenerse alejado de Kristin. Nadie en el tribunal sabía que aquel joven agresivo y arrogante estaba en libertad vigilada por herir con unas tijeras y amenazar de muerte a otra de sus ex novias. Con desesperación, Lardner comprobó, a través de su entrevista a dos amigos del asesino, que éste había comunicado sus intenciones de comprar un revólver y matar a Kristin.

Buscó detalles sobre los últimos meses de Kristin en el apartamento de Boston que compartía con otras estudiantes de arte. Allí encontró un autorretrato, pintado por su hija, que reflejaba las heridas de la primera paliza que le dio Michael. También descubrió su disparatado gusto musical, repartido entre Stravinski y el grupo Tendencias Suicidas, y su interés por el budismo.

Kristin quiso mantener a sus padres al margen de su tormentosa relación. La única llamada que recibieron fue una que quedó parcialmente grabada en el contestador automático. La chica lloriqueaba porque Michael había dejado caer desde lo alto de una puerta a su gatito y lo había desnucado. Al otro lado del hilo telefónico, su madre le preguntaba por qué salía con alguien sin educación.

Dos meses más tarde, Lardner recibió en su despacho la llamada de su hija mayor comunicándole la muerte de Kristin. El periodista se quedó sin respiración. Cinco meses y medio después de recomponer el rompecabezas de la tragedia, publicó el artículo. Habló con casi todas las personas implicadas. El asesino de su hija fue el único a quien no pudo consultar: se había reventado la cabeza de un disparo minutos después de asesinar a Kristin mientras ésta iba a ver a una amiga, una luminosa tarde de mayo.

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