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La reforma sanitaria "made in Hillary", una prueba de fuego para la presidencia de Clinton

Soledad Gallego-Díaz

Demócratas, republicanos y todo tipo de comentaristas coinciden en Estados Unidos en una cosa: Bill Clinton se juega la presidencia en el envite de la reforma sanitaria. Si tiene éxito, Norteamérica habrá experimentado su mayor avance social desde el New Deal, en los años treinta, y Clinton pasará a la historia no ya como el sucesor de John F. Kennedy, sino como el heredero del añorado Franklín D. Roosevelt. Tal vez por eso, algunos caricaturistas ya empiezan a dibujarle con sombrero de copa. Pero si fracasa, si el programa que debe enviar al Congreso antes del próximo 3 de mayo no es capaz de solucionar el problema, Clinton y su mujer, Hillary, que está al frente del equipo que prepara el plan, serán pasto de los lobos.

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El estilo de la primera dama

Estados Unidos dedica el 14% de su producto interior bruto (PIB) a la sanidad, frente a un 6% en el caso del Reino Unido y Japón. En España, según la OCDE, supone un 6,5% del PIB. Aun así, 35 millones de norteamericanos no tienen garantizado ningún tipo de asistencia sanitaria y otros muchos millones sólo la reciben de forma parcial.Lo más curioso del sistema norteamericano es que los más pobres están cubiertos: un programa federal llamado Medicaid hace que quienes son absolutamente indigentes tengan derecho a recibir asistencia. Quienes están aterrorizados por la situación actual son los que el secretario de Trabajo, Robert Reich, llama "trabajadores pobres": el 18% de los norteamericanos que gana lo suficiente como para no poder acceder al Medicaid pero no tanto como para poder pagar los seguros privados, cuyo precio aumenta a un ritmo tres veces superior al de la inflación.

En el país ejemplo de movilidad laboral no es extraño encontrar hoy cientos de miles de trabajadores, desde ejecutivos a obreros manuales, que renuncian a cambiar de puesto por miedo a perder los beneficios que han pactado con sus empresas. La inseguridad, un sentimiento al que los norteamericanos no están acostumbrados, se ha instalado en la médula de los huesos de los ciudadanos: perder el trabajo supone, en la mayoría de los casos, perder también el derecho a un médico.

"Todos sabemos que es el principal problema que tiene este país, pero nadie se ha atrevido hasta ahora a cogerlo con las dos manos", reconoce Kevin Phillips, especialista del Partido Republicano. Bill Clinton prometió durante la pasada campaña electoral que lo haría, y sólo cinco días después de tomar posesión creó una task force (grupo de trabajo) encargada de presentarle las alternativas.

"El presidente norteamericano se ha jugado el todo por el todo cuando, además, ha colocado al frente de esa task force a su propia esposa", afirma Phillips. A la hora de la verdad, Clinton ha recurrido a la persona en quien más confía. Bush le hubiera pedido lo mismo a James Baker.

Más de 500 personalidades

Hillary Rodham Clinton (una vez pasada la campaña electoral ha vuelto a exigir que se le conozca por su propio apellido y no sólo por el de su marido) está dando por ahora muestras de una poderosa capacidad de organización.En el más absoluto de los secretos, la primera dama ha convocado a 511 personalidades y las ha puesto a trabajar contra reloj. Además ha nombrado número dos a Ira Magaziner, el principal asesor de Clinton para temas de política interior y uno de los grandes organizadores de la campana electoral.

La forma de trabajar de Hillary Rodham ha sacado de quicio a los principales lobbies (grupos de presión) del país y a The Wall Street Journal. La avispada abogada ha conseguido, incluso con apoyo judicial, que los trabajos de su comisión no tengan que ser públicos e incluso mantener en secreto durante varias semanas la identidad de los miembros de la task force. Se trataba de evitar que los poderosos lobbies que defienden los intereses de las compañías de seguros o de la industria farmacéutica se metieran, como es su costumbre, en el comedor de los expertos para explicarles su punto de vista.

La guerra de los lobbies no ha hecho más que empezar: cada grupo de interés va a luchar con uñas y dientes para que no se congelen los precios manu militar¡ y para que sus propios servicios y tecnologías estén incluidos en el paquete básico de asistencia al que todo norteamericano tendrá derecho.

"Todos están de acuerdo en que hace falta una reforma, y todos aseguran que quieren colaborar. Simplemente quieren que no se modifique una pequeña cosa aquí, otra pequeña cosa allá....", ironiza Magaziner. Los grupos de interés saben que la mayoría de los ciudadanos está disconforme con el actual sistema y temen la enorme capacidad de los Clinton para mover a la opinión pública.

Temblor de los farmacéuticos

La industria farmacéutica, por ejemplo, se echó a temblar cuando el presidente acusó a los fabricantes de vacunas de incrementar desorbitadamente el precio de las inyecciones que se deben poner a los bebés y les responsabilizó del hecho de que el 40% de los niños en edad preescolar no haya recibido todas las vacunas que necesita.Cuando los Clinton salen al ataque, más de uno se echa las manos a la cabeza. Desde hace días, la prensa examina con lupa la forma de trabajar de la pareja presidencial. Bill e Hillary tienen costumbres muy parecidas: toman notas personalmente cuando hablan con alguien, ambos devuelven papeles con observaciones en los márgenes, exigen estudios más profundos de los temas...

En cualquier caso, como señala la revista progresista The New Republic, nadie le ha explicado todavía al ciudadano medio norteamericano la realidad: la reforma del sistema sanitario va a exigir tambien su "racional¡zación". Asistencia para todo el mundo, pero no "toda la asistencia".

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