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La sombra de Bosnia

Adam Michnik

¿Merece la pena morir por Sarajevo? No lo sé. Pero sí sé lo que acarreó a Europa la falta de decisión para morir por Gdansk (Danzig).Ante los atónitos ojos de Europa se desarrolla un terrible drama. Mueren los musulmanes de Bosnia y sus tierras se las están repartiendo los croatas y serbios. Y viendo todo eso, un observador polaco no puede olvidar otros repartos y otro exterminio que han pasado a los manuales de historia de su país. Entonces y ahora el mundo no sentía el menor deseo de intervenir, y si algo ha cambiado es para peor, porque hoy nadie quiere admitir a los refugiados de Bosnia que mueren de, frío y hambre.

Todo eso ocurre con un país que, como es el caso de Yugoslavia, durante decenios fue la preferida de las democracias occidentales. La simpatía por Yugoslavia nació al ser uno de los países que ofreció más resistencia a los fascistas. Se consolidó con su decidida oposición ante los dictados de Stalin y siguió creciendo merced a la actividad que desarrolló en el movimiento de los no alineados, al liberalismo de su régimen comunista, mayor que el de otros países, y al papel estabilizador que desempeñaba en la difícil región de los Balcanes.

Hoy, Yugoslavia es el mejor ejemplo de las terribles consecuencias que puede acarrear un desarrollo negativo de las situaciones inestables. Es el modelo más horrendo de un conflicto étnico. Particularmente condenada es Serbia, cuyo líder, el nacionalista Slobodan Milosevic, se ha convertido en símbolo de la guerra. Milosevic, comunista, que se transformó en portavoz del nacionalismo de la Gran Serbia, es tratado también como un ejemplo muy elocuente de la vitalidad de lasfuerzas procomunistas. Después de las elecciones en Rumania, Eslovaquia y Lituania se oye con frecuencia la opinión de que el comunismo puede retornar. Subrayan ante todo esa posibilidad los partidarios de una gran purga anticomunista en los países que estuvieron dominados por el comunismo. También en Polonia.

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¿Pueden realmente retornar al poder los comunistas y el comunismo? El comunismo, evidentemente no; pero los, comunistas, sí. El comunismo es un régimen de dictadura totalitaria, monopartidista, que se defendía con ayuda de la censura, el cierre de las fronteras, el terror de la policía política y, por lo regular, con los tanques soviéticos. En su nacimiento el comunismo apareció como una gran promesa de justicia, pero ese comunismo seductor ya ha pasado a la historia. Su ideología ha muerto.

¿Quiénes son hoy los comunistas? En su gran mayoría, en la Europa que gobernaron, eran personas que militaban en los partidos comunistas, porque eso les abría el camino hacia los cargos y los ascensos. ¿Cuántos comunistas de esos hay? YeItsin, Kravchuk, Iliescu, Tudjman y muchas decenas más pasaron algún momento de sus vidas, por diferentes razones, en las filas de los partidos comunistas. Hoy, todos ellos forman parte de la nueva élite política de los antiguos países comunistas. Esas élites se caracterizan por ser muy reducidas y por generar equipos anticomunistas de muy poca consistencia, ya que apenas unos cuantos pueden jactarse de no haber pertenecido jamás al movimiento comunista. Los anticomunistas están divididos, de la misma manera que lo están las sociedades de sus países. Lo único que los mantiene más o menos juntos es el miedo ante una persecución anticomunista, ante la agresividad manifestada por anticomunistas fanáticos, ante la discriminación como ciudadanos.

¿Qué significa hoy la descomunistización que exigen los anticomunistas? Una simple lucha por el poder. Los cargos o viviendas arrebatados a los antiguos comunistas pueden convertirse en trofeos repartidos por el nuevo poder entre sus partidarios. La descomunistización serviría, asimismo, para meter en cintura a la sociedad. En los países de Europa del Este muy pocos son los que no temblarían ante una purga general anticomunista, porque los activistas del nuevo poder podrían utilizar para realizarla los, documentos, muchas veces falsificados, que elaboró la policía política de todos los países.

La polémica sobre esa purga no es otra cosa que una polémica sobre el carácter de los nuevos regímenes. ¿Cómo han de ser? ¿Han de ser regímenes anticomunistas o democráticos? ¿Las libertades ciudadanas han de depender de la pureza anticomunista del sujeto? ¿Han de ser convertidos los comunistas en ciudadanos de segunda categoría? ¿Podrían funcionar esos regímenes como democracias en las que todos los ciudadanos son iguales?

Todas las grandes revoluciones tienen dos fases. La primera es la lucha por la libertad y los derechos del hombre y contra el 4espotismo del viejo régimen. Esa es la fase de la toma de la Bastilla y de la liberación de los presos. Pero hay una segunda fase que consiste en la más brutal de las luchas entre los propios vencedores. Simbolizan esa fase el terror de los jacobinos y la guillotina funcionando las 24 horas del día. Hoy vemos cómo las revoluciones anticomunistas entran en la segunda fase. La consigna de la descomunistización forma parte del programa político de aquellos que hablan de la necesidad de 9levar la revolución hasta el fin". Y son ellos quienes han de hacerlo. La descomunistización es, según ellos, un acto de justicia histórica. En Bohemia, los anticomunistas que se sintieron frustrados con la. "revolución de terciopelo" emprendieron muy pronto la lucha por la "justicia histórica". En Eslovaquia, un papel similar desempeñó la consigna de "Eslovaquia para los eslovacos". Esas dos retóricas de la segunda fase de la revolución en Checoslovaquia, la descomunistización en Bohemia y la idea de la soberanía estatal de Eslovaquia, condujeron a la desintegración del Estado federado. En Hungría, el mismo programa -una descomunistización radical y un Estado étnico- fue propuesto por uno de los, líderes del partido que gobierna, Istvan Csurka. En Polonia, la retórica de la segunda fase de la revolución abarca no solamente la descomunistización y la consigna de que "Polonia es para los polacos". Abarca, asimismo, la idea del "Estado católico" y el populismo radical de los líderes sindicales.

La segunda fase de la revolución siempre acarrea el desmoronamiento del consenso. Los procedimientos democráticos son reemplazados por los procedimientos revolucionarios. Hoy se trata, pues, en los países de Europa del Este, de una lucha entre los partidarios del consenso, básico para la democracia, y los fundamentalistas de diversa estirpe, opuestos a todo compromiso. La opinión pública lituana rechazó esa segunda, fase dando el voto mayoritario a las agrupaciones integradas por ex comunistas. Pero en Bosnia, donde se desmoronó el consenso en tomo a los procedimientos democráticos y a los principios del Estado integrado por múltiples etnias, estalló una guerra muy sangrienta cuyo fin parece imposible.

No creo en la posibilidad de la restauración del sistema comunista, pero sí en la posibilidad de que se desmorone la democracia, triunfe el populismo y todo se suma en el caos. Precisamente dentro del populismo triunfante habría sitio suficiente para una alianza entre los comunistas ortodoxos y los anticomunistas rabiosos. Los antiguos países comunistas se encuentran, pues, ante una encrucijada que puede conducirlos hacia caminos similares a los que recorrió España para salir de la dictadura o hacia derroteros como la teocracia iraní, en la que el despotismo del sha fue reemplazado por la dictadura de los ayatolás. ¿En qué dirección irán nuestros países? ¿Copiarán el modelo de España o el de Irán? Existe también el modelo de Bosnia.

Cuando pienso en Bosnia me siento avergonzado.

es director del diario polaco Gazeta Wiborcza.

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