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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Capitales dubitativos

LAS SOMBRAS proyectadas sobre el proyecto de unión europea por los resultados del referéndum danés han puesto de manifiesto lo vulnerable de la idea misma de convergencia, esencial en la articulación del proyecto de unión económica y monetaria (UEM) en los términos aprobados en la cumbre comunitaria del pasado diciembre en Maastricht. El posible debilitamiento de las exigencias para acceder a la tercera y última fase de ese proceso o la alteración del calendario entonces acordado han provocado significativas reacciones en los mercados financieros, expresivas de la desigual confianza que las economías comunitarias proyectan sobre los agentes económicos en general y los inversores financieros en particular. Esa incertidumbre sobre la efectividad de los compromisos de Maastricht se ha manifestado con especial elocuencia en los precios de los activos financieros denominados en las monedas de los países con tipos de interés relativamente elevados (y más elevadas tasas de inflación). Entre ellas, la peseta.

La mera posibilidad de que se relajen o demoren esos compromisos sobre la convergencia de las economías -entre ellos, el relativo a los tipos de interés a largo plazo- ha originado el desplazamiento de las preferencias de los inversores desde las monedas con tipos de interés que se suponía que habían alcanzado sus máximos hacia aquellas otras cuyas posibilidades de elevación son ahora menores. La mayor sensibilidad se ha puesto de manifiesto en los mercados de bonos; el atractivo que hasta ahora mostraba el mercado de deuda pública español, amparado en unas remuneraciones significativamente más elevadas -y obligadas por tanto a converger en la transición a la tercera fase de la UEM-, se ha visto reducido ante la posibilidad de que esa convergencia no resulte a partir de ahora tan vinculante. La persistencia de esa incertidumbre y sus efectos sobre la credibilidad. de las políticas antiinflacionistas de algunos países comunitarios podría llegar a poner en entredicho la propia estabilidad de la disciplina cambiaria del Sistema Monetario Europeo (SME).

Independientemente de que esas reacciones de los mercados puedan considerarse excesivas, en el sentido de que no indican riesgos graves para las entradas de capitales en España, es cierto que la situación creada afecta de forma especial a economías como la española. Aunque la voluntad de corrección de nuestros desequilibrios debe ser independiente de los cambios en el escenario europeo, no lo es, en principio, el grado de confianza de los agentes económicos en ausencia de la vinculación a ese horizonte constituido por la UEM.

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Los rasgos que hoy presenta la economía española no son expresivos de mejoras significativas en la reducción de esos desequilibrios a los que, al margen de las intenciones convergentes del Gobierno, hoy parecen atender los mercados financieros; tampoco es previsible que en los próximos meses observemos importantes signos de mejora en la inflación o en el déficit público.

Por ello, las autoridades económicas españolas no sólo han de poner de manifiesto con actuaciones concretas, adicionales a las ya aplicadas, esa voluntad que el programa de convergencia exhibe, sino aprovechar la experiencia danesa para reforzar esa pedagogía de la integración europea hoy cuestionada en algunos países y cuyas limitaciones pueden llegar a crear dificultades añadidas.

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