_
_
_
_

Kabul retorna a los velos y la ley seca

El nuevo Gobierno islámico afgano pone fin a las libertades del régimen prosoviético

Juan Jesús Aznárez

Los velos y la ley seca han regresado a Kabul. Las mujeres que aprovecharon el régimen prosoviético afgano para maquillarse y descubrir sus rostros se ocultan de nuevo para no tener problemas con los nuevos gobernantes islámicos. Los bodegueros ambulantes esconden el vodka y los licores, y en las calles de la capital afgana la intransigencia religiosa sustituye poco a poco a la dictadura comunista.

Los clientes y curiosos más integristas de los mercados de Kabul interrumpen sus quehaceres para observar a las periodistas extranjeras que impúdicamente se pasean en vaqueros y con la melena al viento. Entre las aglomeraciones, aquellos que han llegado recientemente de las montañas y quienes han colocado el retrato del imam Jomeini en sus puestos mascullan con desaprobación o denuncian con la mirada. Kábul es todavía una ciudad confundida, desorganizada y en bancarrota, pero los muyahidin y sus mandos establecen poco a poco las estrictas pautas de comportamiento de la nueva república islámica. Las vestimentas femeninas más conservadoras, una especie de sábana con una mirilla trenzada, han pasado a cotizarse de 10 a 30 dólares.

Pocas esperanzas

Paule Robitaille, una corresponsal francesa que ha investigado la situación de las mujeres, dice que la Administración que hace dos semanas tomó el relevo al protectorado moscovita ofrece pocas esperanzas de emancipación. Sin embargo, Zakia Kuzoda, la belleza nacional de los telediarios afganos, dice no añorar el antiguo régimen, que se entretuvo más en la guerra que en la puesta en práctica de planes de desarrollo social. Kuzoda asegura que es prematuro aventurar el grado de tolerancia o cuál será la interpretación del Corán de los nuevos inquisidores.Por fortuna para la población más laica, Gulbudin Hekmatiar, el líder religioso más radical, ha quedado de momento fuera de juego, al decidir proseguir los combates para hacerse con la mayor parte del poder. Un representante de Hekmatiar se entrevistó ayer con el nuevo presidente, Sibgatula Moyadedi, pero nada ha trascendido de las negociaciones que se desarrollaron mientras Kabul sufría un intenso bombardeo rebelde que provocó unos 40 muertos y más de 200 heridos.

Por de pronto, se ha advertido que se aplicarán severas medidas, incluida la ejecución, para quienes roben o cometan actos de pillaje. Guerrilleros de ambos bandos se han hecho con numerosos vehículos a punta de Kalásnikov, y en nombre del nuevo orden han impuesto su propia ley.

En algunos lugares el caos ha sido total. La dirección de la guerrilla ha impartido instrucciones para evitar nuevos desmanes. En esta situación, muchos comercios permanecen cerrados en Kabul por miedo a que la interinidad, y la confusión sean aprovechadas por los saqueadores.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

La mayor parte de los vendedores de la calle del Pollo, cuyos comercios ofrecían todo tipo de viandas occidentales y cuyas tiendas de antigüedades y alfombras hacían los deleites de todos los visitantes extranjeros, han interrumpido la venta de vodka o licores fácilmente reconocibles por los muyahidin al ir en botellas. Pero las patrullas armadas que ahora circulan por Kabul han estado aisladas en las montañas durante 13 años y, de momento, desconocen los envases de la cerveza, que todavía se puede comprar.

La moderada liberación femenina de Afganistán, con una progresiva incorporación de la mujer a los estudios universitarios o a trabajos administrativos o de responsabilidad, se produjo principalmente a partir de los años setenta y se concentró en las ciudades. En el resto de este país de cerca de 21 millones de personas -cinco millones en el exilio-, las mujeres han quedado subordinadas a la dominación masculina.

Cuando un extranjero entra en una casa afgana, las mujeres desaparecen como por arte de magia. El comedor se divide frecuentemente en el rincón de los hombres y el de las mujeres, que casi nunca comen juntos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_