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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Golpe a golpe

A LOS dos años de la llamada Operación Nécora, considerada en su momento como el mayor golpe dado en nuestro país a la terminal española del cartel de Medellín, el narcotráfico gallego ha vuelto a ser golpeado por una actuación policial de factura semejante. Con pequeñas variantes, la escenografla de la llamada Operación Santino, conducida por el juez Carlos Bueren, es repetitiva de la que dirigió en junio de 1990 su compañero de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón.Las Rías Altas parecen haber sustituido en esta ocasión a las Bajas como cuartel general de las redes gallegas de narcotráfico, manejadas hoy por los lugartenientes de los capos detenidos hace dos años. Las rutas de penetración de la droga se han ampliado a las costas andaluzas, vía Marruecos. Pero, por lo demás, todo es exactamente igual, incluso las extrañas filtraciones que parecen destinadas a alertar a sospechosos y los preocupantes síntomas de la capacidad corruptora de la economía de la droga, puestos de manifiesto ahora con la detención de cinco guardias civiles sobornados en El Puerto de Santa María, igual que hace dos años con el desmantelamiento de buena parte de la Brigada de Estupefacientes de Algeciras.

Y es que el narcotráfico, fuertemente asentado en el marco prohibitivo que lo potencia y en los ingentes beneficios que genera, se reproduce y se rehace con la misma fuerza tras cada golpe policial que se le asesta. La cuestión es: ¿cómo explicar la reiteración de este tipo de operaciones policiales, de nombre distinto pero de idéntica factura, sin al mismo tiempo deducir que la batalla que libra el Estado contra el narcotráfico se ha convertido en una absurda y desesperanzada tarea de tejer y destejer que no conduce a ninguna parte? El desafio que el narcotráfico representa para el Estado y la sociedad se mide, entre otras cosas, por los escasos efectos que para su criminal actividad tienen actuaciones policiales tan espectaculares y, por otra parte, tan efectivas en sí mismas como la Operación Nécora de -hace dos años o la actual Operación Santino.

Sin duda, la sociedad no puede sino alegrarse cada vez que se asesta un golpe contra el narcotráfico y mostrar su reconocimiento a las distintas instancias estatales -jueces, fiscales y policías- que la defienden de su amenaza. Las 29 detenciones de narcotraficantes gallegos conseguidas en la llamada Operación Santino, la ayuda prestada por la Armada norteamericana en el rastreo de dos barcos de la organización en aguas próximas a Venezuela y el desmantelamiento de nuevas vías de introducción de droga en el sur español son muestras de eficacia en la actuación policial y en la cooperación internacional. Pero la desproporción existente entre la eficacia inmediata de este tipo de operaciones y su escaso efecto en el trasiego de la droga, en definitiva, su dudosa utilidad en cuanto al objetivo final de acabar con el narcotráfico, lleva a pensar si no es hora de acometer la lucha contra este criminal negocio desde otras perspectivas que las sólo represivas y prohibicionistas a ultranza.

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