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La guerra y la economía mundial

Una guerra a muerte con Irak seria una tragedia humana. Todo el mundo lo reconoce. Hasta los que consideran a Sadam Husein un Hitler de hoy, presto a invadir otras tierras por la fuerza si no es contenido también por la fuerza, defienden la acción millitar ahora porque, al final, reducirá el número de muertos y heridos en todos los frentes.Sin embargo, ¿cuáles serán sus efectos económicos? Desde la tumba, marxistas como Lenín y Rosa Luxemburgo dirían: "El capitalismo prospera con la guerra y el imperialismo. Las acciones militares artificiales del presidente Bush en Oriente Próximo frenarán a recesíón americana de 1990-1991".

Puede que en 1905 y 1915 en la teoría neoimperialista se dijera algo acerca de que el capitalismo puro se queda a veces sin poder de compra y sólo puede evitar la depresión y la quiebra volviendo a las inversiones extranjeras en colonias subdesarrolladas e inventándose guerras que enriquezcan las industrias de armamento. De hecho, ni la I Guerra Mundial ni las guerras napoleónicas tuvieron su origen en las escaseces prekeynesianas del poder adquisitivo de los consumidores.

Vivimos en la era poskeynesiana. En una mezcla de capitalísmo y estado de bienestar, no en el capitalismo puro. Los presidentes Reagan y Bush, así corno los Parlamentos del Reino Unido, Italia y Japón, pueden provocar enormes déficit fiscales sin necesidad de recurrir a compromisos militares y gastos de defensa.

Los milagros de la prosperidad económica de la posguerra se produjeron en Alemania y Japón, precisamente las potencias vencidas a las que se prohibió mantener grandes gastos militares.

Admitido, pues, que los marxistas fallan al comprender las leyes del mecanismo de las modernas democracias populistas, ¿qué es lo que la principal corriente económica tiene que decir acerca de cómo afecta la invasión de Kuwait en la economía mundial?

En primer lugar, Sadam Husein produjo en agosto un shock de oferta que dio al traste con el proceso de enfriamiento suave americano y empeoró la recesión, ya en marcha, de Canadá, Reino Unido y Australia.

En segundo lugar, el impasse de Oriente Próximo contribuyó al renacimiento de la estanflación -esa enfermedad que hizo que los años setenta fueran tan propensos a la recesión y cuya ausencia contribuyó a la prolongada mejoría mundial de los años ochenta.

En tercer lugar, la contribución a la inflación que ha supuesto la pérdida del suministro de petróleo Iraquí ha dañado tremendamente la puesta en marcha de la política de expansión de crédito del Banco de Japón, Bundesbank y la Reserva Federal, lo que llevará a una caída de los gastos de construcción e inversión.

Las Bolsas de Milán y Melbourne, así como las de Tokio y Toronto, se desestabilizan cuando los bancos centrales se ven obligados a dedicar sus esfuerzos a frenar la ola de desempleo, disminución de la capacidad y descenso de la rentabilidad de las empresas.

Por tanto, uno puede llegar a la conclusión de que una "guerra falsa" continuada, con medio millón de soldados frente a frente en el desierto, es un factor negativo para la perspectiva económica de 1991. Si en Estados Unidos la Casa Blanca y el Congreso siguen dedicados a los conflictos extranjeros, quebrarán más bancos grandes. Incluso la fuerte economía japonesa tenderá a debilitarse si hay que subir los tipos de interés para que sean competitivos con los del resto del mundo.

En 1940, una vez que la guerra falsa se convirtió en lucha abierta, el producto interior bruto de todo el mundo se vio estimulado por los gastos militares. ¿Debemos esperar que este patrón se repita si Irak mantiene su postura y las fuerzas de las Naciones Unidas cumplen la fecha tope con la que han amenazado?

No. En los comienzos de una guerra activa, los bonos y valores tienden a caer. Los negocios normales se desorganizan. La incertidumbre hace que los consumidores sean tímidos a la hora de gastar.

Incluso la esperada subida inicial del dólar en los mercados de cambio podría ser fugaz si los especuladores llegan a la conclusión de que América, en su cruzada contra la recesión, cada vez se juega más el cuello.

En los cinco meses posteriores al desastre de Pearl Harbour, el 7 de diciembre de 1941, las condiciones comerciales y el valor de las acciones se deterioraron

En resumen, todo está en contra de la ingenua creencia de que disparar las armas en el golfo Pérsico solucionará los problemas de la economía mundial de 1991.

es premio Nobel de Economía.

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