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Tribuna
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Vaticaneses

El apostolado ya no es lo que era. Llama a las puertas de la nunciatura panameña un pecador en situación dificil, el general Noriega, y se plantea una vez más la parábola del hijo pródigo ; pero esta vez no hubo alegría en el cielo por la recuperación del pecador arrepentido, ni siquiera se le sometió a la prueba de idoneidad de unos ejercicios espirituales. Evidentemente, era un pecador armado e incómodo, perseguido por el ejército de ocupación norteamericano, y ponía al Vaticano en un compromiso, el viejo compromiso de delimitar dónde empieza el poder temporal y acaba el espiritual.Noriega fue desarmado poco a poco y milagrosamente persuadido de que dejara de hacer la pascua a los curas y se entregara a los invasores, con toda clase de garantías de que tendría un juicio justo, tan justo como la invasión de Panamá; y la vida asegurada, tan asegurada como la de los hermanos Kennedy, la de Oswald y el largo etcétera de asesinados con secreto de Estado incluido. De haberse tratado de un dictador bajo palio, sin duda el Vaticano habría luchado algo más por él. Pero este gorila era blasfemo, mujeriego, narcotraficante, es decir, un pecador difícilmente recuperable y, además, o el imperio conseguía capturarlo o toda la operación de agresión imperialista, los 3.000 muertos incluidos, se convertían en un fracaso histórico absoluto y en el principio del fin del prestigio del Rambo Bush.

Frente a los que piensan que el Vaticano ha claudicado aparecen los que creemos que simplemente ha coincidido. Ahora, una campaña de propaganda universal yanqui romana trata de convertir la entrega del gorila Noriega en un final feliz, controlado en la Tierra por los rangers que rodeaban la nunciatura y bendecido desde el cielo por el responsable de lluvias benditas. Lo cierto es que, al entregar a Noriega, el Vaticano ha dado definitivo sentido a la ocupación militar de Panamá. La ha culminado.

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