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Tribuna
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El proceso

El proceso de Nuremberg contra Ceaucescu no se hará: el HitIer rumano ha sido eliminado rápidamente por un tribunal militar, de composición aún desconocida. "Los soldados dispararon con saña", declara un testigo, que se ha negado a dar su nombre porque "ahora, me he convertido en un blanco". ¿Blanco de quién.? Síntomas así son los que nos dejan perplejos. Me uno a los que lamentan, por razones legales, lo sumarlo del proceso, pero en esa veloz ejecución, que sigue siendo oscura, del conducator veo más bien una solución para sus sanguínarios cómplices, que han cambiado de chaqueta. Sigue habiendo una laguna inquietante: el único proceso que cabía celebrar contra el comunismo real se difumina en el vacío. No saldrán a la luz asesinatos, torturas, enormes latrocinios, el hambre de un pueblo, antes encubiertos bajo el áurea sigla del marxismo leninismo ceaucescuiano. Los rumanos que se manifiestan en estos días se sienten defraudados, inquietos, inseguros, temen que, con nuevos ropajes, con un barniz le demócratas, vuelvan los cómplices del viejo poder, que ocultarán las responsabilidades aterradoras de otros cómplices. El proceso contra Ceaucescu, en este rutilante 1989 que se acaba de cerrar, habría sido el único, debate después de 45 años de estalinismo, y no sólo para Rumanía, sino para todos los países liberados del yugo comunista. En mi opinión, a muchos -y no sólo a los rumanos- les ha convencido no celebrar el Nuremberg del comunismo real. No alzar el velo de las morbosas connivencias de políticos y de partidos comunistas occidentales, así como de numerosos intelectuaÍes periodistas, con ese funesto reinado. Por los artículos que vamos leyendo nos enteramos con estupor, por ejemplo, de que nuestras mejores firmas del periodismo político iban y venían de Italia a Bucarest para entrevistar al duce, cuya autonemía elogiaban, y allá en el reino saludaban a Elena, la heroína deípueblo rumano, título con el que su marido la había condecorado, mientras los Editori Riuniti publicaban sus libros para ensalzar su genialidad científica... ¿Es possible que Biagi -e incluso Bettiza- no entreviera el escarnio dictatorial? Hay que aplaudir la valiente honradez de que ha dado pruebas Claude Cheysson, ministro francés de Asuntos Exteriores entre 1981 y 1984, quien ha declarado estos días: "Sabíamos hacía años cómo era ese régimen, y, sin embargo, ¿qué hemos hecho?". La cruda interrogación se refiere también a un asunto siniestro, el affaire del rumano defenestrado en París. El 1 de abril de 1984 fue hallado debajo de la Embajada rumana en París el cuerpo de un hombre de 52 años, caído por la ventana de la sede diplomática, con el corazón traspasado por una cuchillada. Los documentos que llevaba encima atestiguaban que era un ingeniero, honorable miembro desde hacía tiempo del Partido Comunista de Ruminía. Pero la policía francesa deciaró que al hombre lo habían matado primero, para arrojarlo después por la ventana. Diez días después, Bucarest ofrecía su versión: el tal Nicolai Josiff estaba enfermo de los nervios desde el terremoto de Bucarest de 1977, y se había asestado una puñalada en el corazón, tirándose después por la ventana. El 24 de dicierribre pasado Claude Cheysson ha querido que se supiera la verdad: la víctima era un periodista disidente, defenestrado desde la Embajada tras haber sido torturado y asesinado en su interior. ¿Cuántos Josiff han sido eliminados? ¿Cuántas embajadas tenian sus cárnaras de tortura? Un Nuremberg hubiera revelado al mundo los nombres anónimos que yacen en los cementerios de la disidencia. No predico venganza. Al contrario, diré que estos días he pensado a menudo en la posibilidad de una transicíón democrática, como la española, desde los hombres de Franco a los que regresaban del exilío o salían de las cárceles. No soy la única, desde luego, en desear un régimen de democracia pluralista, con reconciliación entre enemigos de la misma sangre. Pero la garantía de la democracia del presente son las víctimas del pasado, y en este sentido el intelectual Havel es un magnífico símbolo de la disidencia en el poder.Aunque Rumanía haya sido cuna de uno de los mayores filósofos y escritores, Cioran, no vernos por ahora surgir personalidades corno Havel. Roman, el primer ministro del complejo Frente de Salvación Nacional, resulta sinipático, con ese aire desenvuelto de quien no tiene nada que reprocharse. Pero los jóvenes rumanos no ignoran que Roman es un hijo de papá criado en los jardines del poder, célebre padre ministro el general Roman, muerto desempeñando el alto cargo cultural de director de las ediciones del partido.

Un proceso transmitido por Eurovisión habría hecho imposible el transformismo de lo culpables (camuflados hoy de disidentes de Ceaucescu). Habrían salido a flote las indecibles vergüenzas colectivas: los 400 millones de dólares en oro que el conducator había escondido en los bancos suizos provenían de operaciones especiales realizadas por sus hombres, como la venta de permisos de emigracion a los judíos o los alemanes de Rumanía.

Todos somos responsables. Igual que a la muerte de Stalin, cuando nos cortentamos con el informe de iruschov (el cual invadió Checoslovaquia, no lo olvidemos) y después incurrimos en el reinado siniestro de Breznev, en nuevas frerocidades, entre venganzas y ajustes de cuentas, hasta llegar, más de 20 años después, a la perestroika de Gorbachov, No veo en todo eso la pureza diamantina del PCI que evoca Ingrao. No creo que los comunistas italianos estén out de todo, susperididos en el limbo y ajenos totalmente al asunto. Esto lo entiericle hasta el más tonto. La verdad de estos hombres poderosos sigue bien custodiada, encerrada en las cajas fuertes de la última residencia del último dictador. Alguien tendrá que recuperar esa memoria. La historia nos ensena que no existe un comunismo de rostro humano. Tal antinomia es hoy intolerable. Hay un retorcimiento diabólico en la pretensión de repristinar siempre el blasón comunista; de momento, en Rumanía, los jóvenes que se manifiestan gritan esta consigna: "Comunismo, nunca más". Y en nombre de esa voluntad, desde el interior de una historia plúmbea vivida por todo un pueblo, velan por su futuro.

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Maria Antonietta Maccioechi es ensayista.

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