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Tribuna
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Seamos serios

Fernando Savater

No comparto la virtuosa indignación de ciertas personalidades por la publicación en un diario madrileño de una larga entrevista con la JUJEM etarra en la que expone sus meandros teórico-prácticos. Si lo que se teme es una avalancha de prosélitos, se exageran las virtudes persuasivas (le un discurso tan cargado de razones, sutileza ideológica y bondad humana como Soy un truhán, soy un señor, de Julio Iglesias, pero sin música. Lo que ya me parece más cuestionable es la inclusión de este documento entre las grandes horas del periodismo universal, pues, a semejanza con Ruiz-Mateos y Jesús Gil, ETA siempre está dispuesta a dar testimonio minucioso de cuánto sufre y cuánto está dispuesta a hacer sufrir. Facilitarles más o menos cancha depende del gusto y del oportunismo de cada cual, pero ni el mal ni el bien que de ello se deriven pueden ser nunca excesivos. En el fondo, ya nos conocemos el sermón, y sólo algún chiste más o menos involuntario alivia la monotonía. En el caso de ETA, el chiste es siempre involuntario, porque a los mandos de los comandos les obsesiona la seriedad. Cada una de sus respuestas suele ir precedida o subrayada por esta invocación ritual: "Seamos serios". Insistencia innecesaria, creo yo, porque a ETA se le han negado muchas cosas -de la decencia a la cordura-, pero nunca la tétrica seriedad.No son sus bastante menesterosas racionalizaciones políticas las que servirán a ETA para aumentar su. clientela. Ni tampoco sus hazañas bélicas, de las que podría afirmarse lo mismo que Montesquieu dijo de Justiniano: "Creyendo haber aumentado el número de los fieles, sólo logró disminuir el de los seres humanos;". Lo que mantiene todavía, pese a su indudable crisis, la vigencia política de ETA y su relativa aceptación por un número no (desdeñable de vascos es el haber suministrado por la vía más contundente -la letra con sangre entra- las nuevas referencias de la ideología nacionalista. Por decirlo con poca delicadeza, el meollo del asunto está en que muchos dejarían de ser si dejasen de ser nacionionalistas, pero, por otro lado, ya no pueden seguir siéndolo como solían. El ideario racista, falsario, ultramontano y antisocial del impresentable Sabino Arana no puede ya tener curso entre gentes de finales del siglo XX, por mucha manía que le tenga uno a Madriz y a la banderita roja y gualda. Se le podrá guardar cierta fidelidad ternurista, pero sólo a raíz de no exhibirlo nunca por ahí ni airear sus doctrinas fuera de casa. En este punto, ETA ha aportado con indudable eficacia una si bolojía renovadora del nacionalismo, revigorizando con aportes sociológicos, políticos, lingüísticos y militares el ya exhausto ruralismo clerical de los nacionalistas chapados a la antigua Los mitos de ETA no son ni más ni menos verídicos que los de Arana, pero hablan el lengt aje del siglo XX, y eso ya es al io en punto a resultados prácticos. Matan más, pero venden un producto mucho más acorde con los tiempos, y la efusión de sangre no ha sido obstáculo en este siglo para la difusión de ninguna doctrina política, sino todo lo contrario.

De igual modo que el honrado burgués, mientras jura que no le gusta la pintura abstracta y que detesta a Picasso, se rodea de objetos cuyo diseño se debe a los artistas aborrecidos, tamién los nacionalistas no violentos -protestando sinceramente contra la vesania de ETA - no sabrían prescindir de las muletas ideológicas que provienen directamente de la guerrilla. Hasta tal punto que es muy cierto lo señalado por Patxo Unzueta: "El criterio para medir el grado de autenticidad nacionalista de cada fuerza es el de mayor o menor identidad con los valores- símbolo de ETA" (Los nietos de la ira). Un ejem plo de esta paradójica situación -en la que no hay que concederle a priori a la mala fe ningún especial protagonismo- es la intervención de monseñor Setién en el Club Siglo -XXI y las reacciones suscitadas entre los políticos nacionalistas más destacados. No soy partidario de dar ninguna impertancia especial a las opiniones de los obispos, suenen sensatas o como suelen sonar. Pero el caso de la prédica de Setien resulta tan sintomático que merece comentario. El núcleo de su charla fue que la situación de violencia armada en el País Vasco revela la existencia de alguna injusticia de fondo y que sin repararla no puede alcanzar fin la violencia ni tener sosiego el alma recta. En cuanto a los perfiles concretos de tal injusticia, se mostró explicablemente cauteloso. Como es obvio, esta postura no supone aprobar ni respaldar la violencia: sólo implica aprobar y respaldar las tesis de quienes la practican. Del mismo modo, el presidente del Bundestag alemán no se mostró partidario de la criminal política racista de Hitler: se limitó a decir que los judíos se lo estaban buscando. En aquella época fascinante, Hitler se apresuró a dar una solución inaceptable a un problema real. Por lo visto, ETA comete hoy el mismo explicable error.

¿Qué propuso Setién como solución de esa injusticia, que ni siquiera el fin de la violencia y la armonización del Gobierno autónomo y el central disiparían? Una Constitución especial para Euskadi, o, como dijo el señor obispo, una ley fisica para los vascos. Lo de la ley física es un traspié, porque ésas no las promulgan los políticos, sino el Supremo Patrón de monseñor. Pero la sandez tiene su miga: lo requerido no es una norma política de esas que pactan los hombres según la convención y la conveniencia, sino un principio telúrico de los que caen del cielo, brotan de la tierra o vienen promovidos por una gran revolución. Ahora ya vislumbramos mejor cuál es la injusticia que preocupa a Setién respecto al País Vasco: que no se le da a lo telúrico el papel político que le corresponde, y así, claro, no puede haber verdadera paz. La satisfacción de HB ante estos planteamientos es muy explicable; la del PNV y EA lo es un poco menos. Ardanza sabe muy bien que la insistencia en lo telúrico está llevando a la bancarrota a Euskadi, en beneficio de

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Seamos serios

Viene de la página anteriornacionalismos mucho más políticos, como el de Cataluña, cuyo florecimiento económico y el aumento de su peso europeo son proporcionales al hundimiento del País Vasco. Pero, por otra parte, lo de ley física suena a autodeterminación, y ante esa palabra mágica todo nacionalista insaliva por reflejo pauloviano. El lehendakari apela a la Constitución un día sí y otro no contra las decisiones del Ejecutivo central; basa su autoridad en unas elecciones y en un estatuto autonómico que fuera de la Constitución son papel mojado, pero no puede celebrar con explícito acatamiento el Día de la Constitución. Y es que, a fin de cuentas, la Constitución no es más que un pacto político, y el saldo que cancele la injusticia sólo puede provenir de una ley física. Si acepta la Constitución gracias a la cual él mismo está constituido como lehendakari, ya no podrá llamarse nacionalista sin enrojecer: sería un apóstata de lo telúrico. Pero tampoco es cosa de echarse al monte así, sin más ni más. De modo que ahí tenemos al hombre, que ya no sabe si entra o sale.

Arzalluz resumía esta perplejidad el otro día en una entrevista concedida a este mismo periódico: "Soy español, pero no lo siento". Lo que supongo equivale a decir que, sintiéndolo mucho, es español. Seamos serios, corno dijo el otro: si uno es español, acepta la Constitución, le guste o no, aunque sea para proponerse cambiarla según los mismos preceptos constitucionales. Y, si no, es mejor dedicarse a -vivir en rebeldía y no asistir a las instituciones vas congadas ni españolas, como hace HB. Tertius non datur. ¿No sería mejor explicar de una vez qué se entiende por autodeterminación en lugar de esgrimir la palabra y luego difuminar las consecuencias políticas más verosímiles que se derivan de ella? Alguien dice: autodeterminación consiste en que los vascos digan qué es lo que quieren ser.Pero lo que quieran. ser no puede sino derivar -aunque sea a la contra- de lo que ahora son. Los vascos ya son algo: forman parte del Estado español desde hace varios siglos, y no precisamente por conquista colonial. Lo que equivale a decir que el Estado español es tan de los vascos como de cualquier otro ciudadano de este mismo país. De modo que los vascos podrán plantearse el si quieren seguir siendo españoles, pero no el haberlo sido o el serlo hoy, por lo mismo que quien lleva fumando 20 años no puede plantearse fumar o no, sino sólo dejar de fumar o fumar menos. En vez de hablar de autodeterminación y de ley física, ¿por qué no hablar de independencia o de federalismo y asumir las consecuencias racionales de tales propuestas? ¿O es que se supone que tales palabras, sobre todo una vez explicadas y contrastadas con lo real, serían inaceptables para la mayoría de los ciudadanos vascos del Estado español, incluidos los nacionalistas? Con la independencia les pasa a muchos nacionalistas lo que a la beata agonizante con el cielo que le prometía su confesor para consolarla: "Sí, todo eso es muy bonito, pero desengáñese, padre, que como en casa en ninguna parte". Y la casa de los vascos, y no desde ayer, es el Estado español, aunque el cielo, ese cielo al que no se renuncia pero al que no se tiene prisa en llegar, sea la independencia. Desde el Medievo, la lucha civil armada sólo se ha justificado como resistencia contra la tiranía. Y ya Bartolo de Sassofterato estableció la distinción entre el tirano ex defectu tituli y el tirano exparte exercitii, es decir, entre la tiranía de quien no gobierna legítimamente y la de quien gobierna contra el bien común. Para justificar el terrorismo de ETA se imputan al Gobierno del Estado las dos formas de tiranía. En cuanto a la segunda, es cosa de los gobernantes probar con hechos que es una acusación desmesurada. Pero la primera exige una verificación más completa y la colaboración de todos. Por ello parece imprescindible la necesidad de plantear algún tipo de plebiscito en el País Vasco, verse la pregunta sobre una enmienda a la Constitución, una reforma del estatuto o la precisión misma de qué se entiende por autodeterminación. Aquí está el reto que los nacionalistas y los no nacionalistas tenemos pendiente, más allá de vacuos pactos contra la violencia que nacen muertos por falta de ganas de ir al fondo del asunto y asumirlo por parte de unos y otros con todas sus consecuencias. La contraposición (proclamada por la propaganda de HB y algún intelectual cortito de luces de la capital del reino) entre unos abertzales oprimidos, progresistas y mayoritarios y una derecha españolista (minoritaria pero apoyada por los de siempre) es una película de indios y vaqueros contada por la vaca. En Euskal Herria queda mucho por hacer y mucho por enmendar, pero el único genocidio que se avista en el horizonte es el de la Guardia Civil. ¿No sería bueno instrumentar una consulta general que permitiese a la gente comprometerse explícitamente en una vía política en lugar de dejar implícito el recurso a lo telúrico o dar por sentado medrosamente el acuerdo que luego se desmiente a las primeras de cambio? Tiene razón ETA: seamos serios de una vez.

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