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Fraga, o las ganas de no ganar

Visto lo que sucede hoy día con el centro-derecha español, la tentación más obvia resulta considerarlo consecuencia de una maldición bíblica o algo que se parece mucho a ella, una especie de incapacidad histórica para vivir en el seno de una democracia estable. Esta interpretación, que algunos han esbozado y defendido, no resiste, sin embargo, el contraste con la realidad presente o pasada. En cierta medida, tiene, por supuesto, sentido esa afirmación, pero queda reducida a la inanidad si tenemos en cuenta que el pasado español resulta tan poco ejemplar que en él, de manera estable, no ha ejercido el poder tampoco la izquierda en el seno de un sistema democrático; por tanto, lo que se le reprocha al centro-derecha no sólo es patrimonio de esta opción política, sino de todas. Pero, además, sucede que ha sido el centro-derecha el protagonista fundamental de la transición a la democracia, como en general ha sucedido en todos los procesos semejantes: incluso en Portugal, la consolidación definitiva de este sistema político, aun producto de un golpe militar en el que la izquierda tuvo un destacado protagonismo, sólo se produjo definitivamente en sentido favorable a ese centro-derecha. En España, la transición tuvo como principales protagonistas a ese centro-derecha y al partido comunista, mucho más que a los socialistas actualmente gobernantes.¿Qué es lo que hace, entonces, que este centro-derecha esté tan alejado del acceso al poder? Yo creo que no hay que recurrir a alambicadas explicaciones estructurales: es la simple, radical y real ausencia de ganas. Fue la real gana la que motivó que UCD se destruyera, por la frivolidad de sus dirigentes, empeñados en el suicidio; sólo luego, para mostrar a posteriori una racionalidad de los acontecimientos que no practicaron ellos mismos, se han inventado otras razones. Ha sido hasta el momento presente la real gana la que ha impedido que los socialistas tuvieran una mayoría tan sólo relativa o incluso pasaran a la oposición. Puede parecer muy duro o sencillamente muy superficial esgrimir esta razón; sin embargo, bien mirado, la real gana es la mejor explicación, tan obvio es el diagnóstico de lo que debería hacerse y tan evidente que las cosas no van por ese camino. Si el centro-derecha quisiera ganar, lo lógico sería esperar de él que fuera más centro que derecha, que elaborara un programa viable y que aprendiera que la colaboración con los afines no es un remedo de la sumisión, de la traición o de la debilidad. Como nada de eso se ha producido hay que llegar a la conclusión de que, de hecho, al centroderecha no le ha dado la real gana de acceder al poder. En suma, todo ello no tendría gran importancia si no fuera porque los socialistas, que parecían discípulos de Catón en la oposición, ahora en el Gobierno parecen descendientes directos de Heliogábalo.

La perfecta demostración de estas ganas de no ganar se encuentra en la reaparición en el escenario de Manuel Fraga. El político gallego gusta de ser comparado con Maura, y cuando se le advierte de las muchas prevenciones que suscita, se limita a recordar que también aquél las experimentó en sus carnes. Como mínimo, sin embargo, hay que recordar una diferencia sustancial entre los dos personajes: de Maura decía Ortega que se había convertido en un eco de sí mismo, pues siempre decía que ya dijo que hoy diría lo que hoy iba a decir. Esa posibilidad le está vedada a Manuel Fraga, que participa de esa concepción conspiratorial de la historia (en este caso contra su persona) tan habitual, por otro lado, en los cargos que ocupó en el pasado. La verdadera comparación posible de Fraga sería, por tanto, la gentil Cunegunda del Cándido de Voltaire, que cuantas veces se presentaba la ocasión resultaba indefectiblemente violada. Si no violado, Fraga por lo menos se siente traicionado, en esta ocasión por su heredero.

No tiene sentido participar en la contienda interna de un partido, ni se trata ahora de reivindicar lo que Hernández Mancha ha hecho al frente de la herencia fraguista, para lo que ya sería operación difícil la búsqueda de argumentos. De lo que se trata es de comprobar hasta qué punto Fraga representa ahora mismo las ganas de no ganar.

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Para liderar el partido más numeroso de la oposición sería necesario alguien nuevo, con un programa más en el centro y con capacidad de sumar; con la sola enumeración de estos requisitos se descubre hasta qué punto Fraga es hoy día un estorbo nacional.

Ortega escribió que los liberales de su tiempo se habían convertido en los "señoritos de la regencia", algo inútil y frívolo como partido; de Fraga cabe pensar si no se habrá convertido en un señorón de la transición, que, con su. propia existencia, es un obstáculo para cualquier evolución. Lo que nos faltaba para complicar el presente del centro-derecha es tener a su frente a quien tiene tanto pasado, valioso en tantos aspectos, pero también discutible hasta el infinito; inevitablemente, en una próxima campaña electoral tendríamos como elemento de discusión nada menos que la ley de Prensa de 1966. También sería dificil imaginar un programa renovador por la difícil coyunda de la derecha estatista y la liberal.

En cuanto a la capacidad de sumar de Fraga, baste tener en cuenta la realidad de lo que sucedió con su partido a la hora de su dimisión. En el congreso de la sucesión hubo dos candidatos: a uno de ellos, Fraga le quiere enviar un notario, mientras que el otro no ha pronunciado una sola palabra que demuestre el mínimo entusiasmo por un regreso del fundador del partido.

Los únicos que han entrado en auténtico éxtasis con la resurrección del político gallego han sido personas como Arespacochaga y Calero, cuyas opiniones, por una mezcla de reaccionarismo y ausencia de sindéresis, no serían de recibo en un partido europeo que quisiera llegar al poder.

Con ser eso malo, no es todavía lo peor. Lo verdaderamente pésimo de la vuelta de Fraga consiste en que deposita una pesada losa sobre el presente y con vistas al futuro. La idea de que Fraga puede estar pero no estar es de una ingenuidad candorosa, que el pasado ha rebatido en numerosas ocasiones. Lo que viene después de la llegada de Fraga, en caso de que ésta venga acompañada por un triunfo, no es el despegue de su partido, sino el inevitable conflicto con Aznar. En Alianza Popular ha pasado como en España el 18 de julio de 1936: la división no responde a criterios programáticos, sino a la inevitabilidad del conflicto. A Aznar, el 18 de julio le ha sorprendido del lado de los contrarios a Mancha, a pesar de que el programa últimamente esbozado por éste probablemente está más cercano a su talante. El actual presidente ha pedido engendrar repulsa; lo que no se entiende es que para sustituirle se haya pensado en recurrir a un procedimiento que agrava todos los males del centro-derecha y, por si fuera poco, hipoteca gravemente su futuro. Tan pésima es la solución que ni siquiera una victoria de Fraga resultaría beneficiosa para el mismo: fundador de un partido, al final demostraría la incapacidad de lograr para él una mínima estabilidad en su ausencia, e incluso contribuiría a su desunión con su sola presencia.

Me parece indudable que si un día hay un centro-derecha capaz de acceder al poder en España, irá mucho más de acuerdo con lo que por estos días ha dicho Marcelino Oreja que con cualquier otro tipo de manifestación reciente de otra persona en este sector. En definitiva, se trata de reverdecer un tipo de planteamiento centrista del mismo género del que hizo posible la transición, y de conectarlo con lo que mayoritariamente es en Europa el centro político. Bromas aparte (la concepción conspiratoria de la historia y todas las anécdotas de esos enfrentamientos personales ya descritos), esa es la única manera de acceder en un futuro previsible al poder, y lo demás son ganas de no ganar.

Pero, claro está, no todos piensan así. Hay en España un género de derecha que lo pasa muy bien estando muy en contra de los socialistas, pero que todavía no parece haber descubierto la necesidad de convencer a sus conciudadanos con fórmulas mejores que las de éstos; que añora más o menos secretamente el régimen pasado; que le encanta llamar a su jefe patrón y que periódicamente saque a relucir la caja de truenos catastrofista. Si esa derecha predomina, lo que está triunfando son simplemente las ganas de no ganar. Ahora, sin la menor duda, la vuelta al poder de Fraga consolidaría por una nueva temporada, medible en años, la hegemonía socialista, porque el acceso al poder de ese sector, como diría el famoso torero, es imposible y, además, no puede ser. Pero, por concluir con una cita de mayor relumbre intelectual, además la derecha en España debiera recordar la frase de Aristóteles: "El esfuerzo inútil produce melancolía". Ese será el resultado inevitable de practicar, con Fraga a su frente, la real gana de no ganar.

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