Doña Carmen
En el palacio la llamaban la señora; en la calle, doña Carmen Nunca renunció a su apellido: Carmen Polo de Franco. Los Polo fueron una familia orgullosa y altanera de Oviedo que rechazaron varias veces la boda con el comandantín. Sin duda no eran del linaje de Guillermo el Conquistador, como dijo en 1972 una revista no sólo aduladora: se trataba de propiciar que el matrimonio de la nieta Martínez Bordiú con don Alfonso de Borbón tuviera vistas a una sucesión diferente en la Corona, estrategia que se atribuyó a doña Carmen y que, según sus próximos, el propio Franco destruyó. Pero los Polo eran altivos y ricos burgueses; y siempre se ha creído que un notorio afán de lujo y de lo que algunos de la casa -los más modestos, los más revolucionarios: el médico Vicente Gil, la sobrina Pilar Jaraiz Franco- consideraban despilfarro procedían de aquella burguesía provinciana. De cuando doña Carmen era todavía Carmina.Franco fue hombre de una sola mujer. No era muy frecuente en los militares de entonces, de una cepa más abierta y aficionados al reposo del guerrero; pero con esta única mujer de su vida consiguió una especie de ecología, de juego de espejos en los que se reflejaban mutuamente, de donde él sacó un poco más del conservadurismo que tenía -excepcional también en la familia Franco- y una religiosidad en la que algunos le habían descrito como "tibio". Ésta es, por lo menos, la opinión de su primo y secretario militar Franco-Salgado.
Ella obtuvo un poder. Muchas fuentes aseguran que lo ejerció dentro de la política, decidiendo a veces nombramientos trascendentales: un biógrafo de Franco, Carlos Fernández, le atribuye, con su grupo de señoras, el nombramiento de Arias Navarro para suceder a Carrero Blanco. No es tan seguro que tuviera ese alcance: Franco podía incluso ser más impenetrable de lo que se sospechaba para esas cosas, aunque su debilidad física y mental en aquellos momentos eran serias. Pero sí fue, quiso ser y era su vocación un ama de casa de España: velaba por la moral de la gran familia, por el orden. Un personaje podía caer en desgracia por un comportamiento no político, o no en su ministerio, sino por su vida privada. El grupo de las grandes señoras -con ella, doña Ramona de Alonso Vega, la esposa de Carrero Blanco, la de Arias Navarro, a veces la hermana de Franco- podía influir decisivamente sobre los comportamientos de la sociedad: la prohibición de la prostitución, el cierre de una publicación, la prohibición de una obra de teatro o de una película que habían pasado ya por la censura. A su vez, ese poder se atribuía a sus confesores o sus capellanes.
En la calle, en la oposición -de la derecha falangista a, naturalmente, la izquierda-, se le atribuyó una capacidad de corrupción de la cual se salvó siempre a Franco. Algún cronista de la época, como Jesús Ynfante, llegó a asegurar que doña Carmen llegó a hacer una fortuna personal de 100.000 millones de pesetas -de hace 20 años-, lo cual es a todas luces inverosímil. Era más visible su afición por las perlas, por los collares, por las antigüedades; y se ha hablado siempre de su pasión por los regalos. Franco-Salgado atribuye a la condesa de Huétor de Santillán las tercerías -"trapisondas", dice él- con los joyeros para conseguir regalos para doña Carmen. Carlos Fernández destaca del inventario "un valioso collar de perlas naturales, unas 40 en cada una de las tres vueltas, que en ocasiones ha acompañado a una diadema y pendientes con una gran perla en cada uno, y que fue adquirido después de la guerra". Y entre sus propiedades, el pazo de Meirás, la casa de Cornide en Asturias, las fincas de Piniella y Mástoles, la casa de la calle de los Hermanos Bécquer...
Todo esto contrasta con la discreción y el notable aislamiento en que ha vivido desde la muerte de Franco. Ha presenciado en silencio las audacias -para su formación, para su estilo de gran ama de casa de España- de sus descendientes, no ha ocupado el puesto en sociedad que le ofrecían las grandes damas leales, no ha intervenido -que se sepa- en ninguna maniobra política. Convertida en Señora de Meirás, dotada de una pensión extraordinaria por las Cortes, no ha hecho pesar de ninguna forma su pasado sobre la nueva vida de España. Esta nueva austeridad la ganó un mayor respeto que tenía cuando vestía el cargo no existente de primera dama de la nación. Que se reverdezcan ahora viejas leyendas o habladurías no parece digno. En cuanto a su verdadero peso en la historia de España, quizá haya que esperar más tiempo para deslindarlo de esas leyendas.
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