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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La huelga del Prado

REDUCIR EL problema del Museo del Prado a la noticia de su clausura temporal por huelga de sus empleados es no querer afrontar en toda su gravedad una realidad inquietante mucho más amplia: la crisis estructural que arrastra dicha institución en el marco de una ausencia de política oficial de museos. En todo caso, urge encontrar cuanto antes una solución a la huelga antes de que su deterioro produzca daños irreparables por el nerviosismo o la impaciencia de algunos, como ha puesto de manifiesto la desaparición durante unas horas de uno de los cuadros expuestos en el museo.El Museo del Prado está pagando la historia viciosa que ha acompañado su trayectoria como pinacoteca pública, a partir de lo cual sucesivos Gobiernos del pasado siglo y del presente han rivalizado en acumular abusos, despropósitos e incompetencias. A golpe de escándalos, esta agitación no ha producido más que reacciones oficiales puntuales y una considerable acumulación de retórica arbitrista por parte de los políticos de turno; nunca, empero, un diseño de política responsable, capaz de racionalizar el caos y afrontar el futuro. Basta contemplar un escueto balance de la situación actual tras cinco años de gestión socialista. En este lustro han sido cuatro los responsables de la Dirección General de Bellas Artes -sorprendente récord en un ministerio que aún no ha cambiado de titular-, y el Museo del Prado ha conocido las siguientes incidencias: cambio de director, creación de un patronato, regulación de su autonomía, adquisición del palacio de Villahermosa, gratuidad de entrada para visitantes españoles y multiplicación astronómica de sus presupuestos.

¿Cuáles han sido los resultados de esta hiperactividad? Las eternizadas obras siguen sin acabarse; la estructura de administración y gestión acusa los defectos de siempre, sólo que agrandados por el mayor volumen de empleos e inversiones; los servicios culturales ofertados al público repiten esquemas obsoletos, en total contraste con otros museos extranjeros; los servicios comerciales son vergonzosos por falta de instalaciones adecuadas, ofertas dignas y una mínima gestión empresarial; el personal subalterno no sólo está descontento por razones laborales, sino que realiza su función normal con visible falta de entusiasmo, como puede apreciarlo cualquier visitante asiduo, mientras que el personal cualificado, incluyendo conservadores y técnicos, no se recata de hacer constantes denuncias públicas y privadas sobre sus discrepancias con la dirección...

En este contexto no puede seguir admitiéndose el tratamiento anecdótico aislado de cada problema como si en realidad no existiera ningún problema de fondo ni, aún menos, ninguna responsabilidad derivada de ello. El Museo del Prado funciona mal, y los cambios e instrumentos introducidos para corregir sus deficiencias han sido insuficientes o inadecuados. Pero no puede aislarse esta negativa situación de nuestra primera pinacoteca del resto de los museos a cargo del Estado, como puede comprobarse analizando la situación del Museo Español de Arte Contemporáneo, que continúa sin director tras haber cambiado previamente dos veces de titular, y, lo que es peor, que sigue sin una clara definición de lo que será su futuro; o la del Centro de Arte Reina Sofía, que lleva funcionando dos años sin dirección. Si eso ocurre con los mejores museos oficiales, ¿qué no estará ocurriendo con los demás?

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