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Tribuna
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Los uruguayos firmamos

A contramano, a contramiedo

El dibujo es de Tabaré, y se publicó hace poco. "¡Fiiiirme!", grita un oficial. Y el soldadito firma: firma contra la ley de impunidad.Seiscientos mil urugayos han estampado su firma, junto a su número de documento, contra la ley que manda olvidar los crímenes de la reciente dictadura militar. Comparando con los países vecinos, esas firmas equivalen, en proporción, a seis millones en Argentina y a más de 20 millones en Brasil. No es poco, y sobre todo teniendo en cuenta que esta tremenda respuesta de dignidad colectiva proviene de un país envenenado. El terrorismo de Estado nos había inoculado el veneno del miedo por todos los poros. Los uruguayos estábamos, y quizá estamos todavía, clasificados en tres categorías, a, b y c, según el grado de peligrosidad. Hasta hace tres años, en tiempos de la dictadura, el peligrosímetro oficial decidía quién perdía el empleo, quién iba preso y quién marchaba al destierro o la muerte.

La tortura estaba en la base del sistema. La dictadura torturó a un ciudadano de cada 80. Muchos murieron en la tortura. Ningún torturador ha pasado ni un solo día entre rejas. En cambio, pongamos por caso, el capitán Edison Arrarte estuvo nueve años en la cárcel, desde 1972, por haberse negado a torturar a un preso político.

El peso del uniforme

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En la campaña electoral, los políticos uruguayos habían prometido Justicia. Después, la mayoría de ellos votó por la amnesia. En una democracia vigilada, cada político tiene una bayoneta apuntándole al pescuezo. La campaña de firmas demuestra, sin embargo, que la impotencia no es el único destino posible y demuestra que la democracia quiere desatarse y ser.Nuestras fuerzas armadas estaban en guerra contra la gente. Se supone que esa guerra acabó. Se supone. Ya no hay dictadura, pero están intactas las estructuras de poder y la gente de uniforme pesa más que un ahogado. El presupuesto militar de Uruguay es proporcionalmente mayor que el de Estados Unidos o la Unión Soviética. El país financia generosamente a quienes lo intimidan.

Del Estado benefactor al Estado policial: el Estado sirve para la represión y, además, sirve para acomodar parientes. Parecía imposible burocratizar más al burocrático Uruguay, pero la dictadura militar ha cumplido la hazaña. Antes de la dictadura yo trabajaba en la editorial de la Universidad. Éramos cuatro funcionarios. Después de la intervención militar, la editorial pasó a tener 80 funcionarios para editar manuales de tiro al blanco y folletos de propaganda del terrorismo de Estado.

La política económica de la dictadura, que la democracia perpetúa sin cambios, habla claro: el Estado también sirve para hacerse cargo de las empresas en bancarrota. En Uruguay hay socialismo para las pérdidas. Las ganancias son de poquitos; las pérdidas, de todos. Para reflotar el Banco Comercial, una empresa privada en dificultades, el Estado gasto el equivalente a dos años de presupuesto de la Universidad. Las escuelas y los hospitales se caen a pedazos, el sarampión ha vuelto a ser una enfermedad mortal. No hay recursos, dice el Estado, mientras se hace cargo de las deudas del Jockey Club.

El país de las paradojas

Un cerro Chato, un arroyo Seco, una cárcel que se llarría Libertad: Uruguay es el país de las paradojas.Tenemos dos veces más tierras arables que Japón y no podemos dar de comer a una población,40 veces menor.

En nuestras praderas hizo José Artigas la primera reflorma agraria de América, medio siglo antes de la reforma agraria de Lincoln en Estados Unidos, un siglo antes de la de Zapata en México. Hoy esas praderas están en manos de cuatro señores que elevan alabanzas al próceien las eFemérides patrias, pero lo echarían preso si resucitara.

El país, vasta llanura fértil, está despoblado, y, sin embargo, expulsa a sus hijos. La cuarta parte de los uruguayos, confiesan las fuentes oficiales, vive en condiciones de pobreza absoluta. El campo expulsa jóvenes a Montevideo, que a su vez los condena a buscar mejor vida bajo otros cielos. Los pocos Jóvenes que pueden quedarse están obligados a disfrazarse de viejos.

Desconcertantes ciclos biológicos, inexplicable inversión de la ley de la herencia, están ocurriendo en el sistema político tradicional. Padres políticos progresistas, de espiritu abierto, engendran hijos políticos conservadores que tienen el alma llena de telarañas. Los hijos son más viejos que los padres. Este fenómeno deja estupefactos a los más distinguidos hombres de ciencia del mundo entero.

Es un hecho, y un hecho indudable: a principios del siglo XX Uruguay tenía políticos del siglo XXI. A finales del siglo XX tiene políticos del siglo XIX. En este país, que supo ser el más audaz, hoy, se castiga toda osadía que cuestione las rutinas del orden establecido y sus intocables jerarquías. En el prirner país latinoamericano que conquistó el voto femenino y el, divorcio por sola voluntad de la mujer hoy no hay ni una mujer en la Cámara de los Diputados ni en la de Senadores como no sea en carácter de suplente o secretaria.

Contra la impotencia

La dictadura aceleró por la violencia el proceso de selección al revés que venía mediocrizando todo desde tiempo atrás. Los dueños del poder han ido perfeccionando una eficaz maquinaria para desalentar la energía creadora.La avalancha de firmas se ha desatado contra esa. maquinaria que fabrica impotencia, sacrifica la libertad a la seguridad y niega la dignidad en, nombre del miedo. No sólo ha firmado la gente contra los verdugos del terrorismo de Estado, no: también contra el sisterna usurpador que simula ser el país. Por eso, las firmas, que dan prueba de coraje colectivo y de voluntad popular de protagonismo, constituyen un gran acontecimiento democrático y un asombroso acto de juventud.

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