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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La retirada del 'halcón'

LA RETIRADA de Caspar Weinberger como secretario de Defensa es una de las repercusiones más significativas de la decisión de Reagan de concluir, cuando le quedan 15 meses de mandato en la Casa Blanca, el acuerdo con la Unión Soviética para suprimir los misiles nucleares de alcance medio y corto desplegados en Europa. Aunque se han dado razones de índole personal para justificar esa dimisión, la coincidencia con ese paso sin precedente de Estados Unidos hacia un acuerdo de desarme con la URSS no puede ser casual. Weinberger ha sido el enemigo número uno de una política de concertación con Moscú para reducir los armamentos nucleares. Se retira cuatro semanas antes de la visita de Mijail Gorbachov a Washington, el próximo 7 de diciembre, durante la cual se firmará un acuerdo histórico sobre eliminación de euromisiles.La oposición de Weinberger no se ha dirigido sólo contra un acuerdo puntual, sino también contra una orientación política más general. La firma del acuerdo sobre misiles de alcance medio será un paso hacia medidas de desarme de mayor alcance, y concretamente hacia un tratado que permita disminuir en un 50% los gigantescos arsenales nucleares estratégicos de que disponen EE UU y la URSS. Además, esta disminución se entremezcla con el problema del tratado ABM, de 1972, que prohíbe las armas defensivas, y en el que los soviéticos se basan para oponerse a la Iniciativa de Defensa Espacial (SDI), más conocida como guerra de las galaxias. En torno a este tema tiene lugar una negociación secreta para definir los límites de las experiencias preparatorias de la "defensa espacial". Es un terreno en el que Weinberger, el principal campeón de la guerra de las galaxias, ha mostrado siempre una intransigencia absoluta. Hay indicios, sin embargo, de que Reagan estudia vías para reducir diferencias con los soviéticos en este terreno.

La retirada de Weinberger pone fin a un largo combate que se ha venido librando en los últimos años entre el secretario de Estado, George Shultz, y el equipo del Pentágono. No siempre Weinberger ha defendido los métodos militares y la Secretaría de Estado los políticos y diplomáticos. Cabe recordar que, en el momento del bombardeo de Trípoli por la aviación norteamericana, el jefe del Pentágono fue reacio a la utilización de las fuerzas armadas en operaciones que no consideraba de primera importancia. Su tesis fue que debían ser reservadas para acciones decisivas, y sobre todo para la disuasión o el enfrentamiento con el enemigo número uno, la URSS. Sin embargo, en la medida en que, con la política de Gorbachov, han surgido posibilidades nuevas en el camino del desarme, las diferencias entre Shultz y Weinberger se han centrado en ese punto. El primero se ha mostrado deseoso de lograr acuerdos, tomando el máximo de garantías para que sean efectivos. El segundo, aferrado al apriorismo de que no cabe esperar de los soviéticos nada positivo, era contrario a cualquier pacto.

La persona que, según noticias fidedignas, será designada por Reagan para suceder a Weinberger al frente del Pentágono es el actual consejero de Seguridad Nacional, Frank Carlucci. Es un diplomático cuya carrera se ha desarrollado en gran parte en los servicios de espionaje, en la CIA, y que ya fue, en los años 1981 y 1982, subsecretario de Defensa. Sus posiciones en diversas cuestiones, como la de Centroamérica, han sido las de un halcón. Sin embargo, hay entre él y Weinberger una diferencia sustancial: éste tiene una personalidad muy fuerte, es un creyente en la revolución conservadora y le unía con Reagan una amistad estrecha y antigua, desde 1966. Por todo ello, estaba en condiciones de hacer prevalecer su opinión en momentos decisivos. Carlucci es un funcionario inclinado a los compromisos. No será un obstáculo para que George Shultz, con su capacidad negociadora, hecha de calma y tenacidad, se convierta en la personalidad central en la última etapa presidencial de Reagan.

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Los españoles, que tendremos que afrontar en los próximos meses una difícil negociación sobre el futuro acuerdo con EE UU que sustituya al que caduca en mayo de 1988, no podemos considerar de modo negativo que se retire de la escena una persona tan intransigente como ha sido Weinberger en todo lo relacionado con España. Sería absurdo esperar un cambio de posición por parte de EE UU. Pero dentro del marco conservador inherente a la Administración Reagan, cualquier persona con actitudes más pragmáticas y menos inflexibles debe considerarse bien venida.

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