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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El juicio de Túnez

EL JUICIO de 90 integristas islámicos que se está celebrando en Túnez se ha convertido en el hecho político central en ese país. Pero a la vez posee un significado más general, porque en el proceso salen a la superficie rasgos de la corriente islámica cuya propagación en África del Norte no parece interrumpida por las políticas represivas que se han aplicado contra ella.En el proceso de Túnez están mezcladas personas acusadas de actos terroristas -como las bombas -contra hoteles de turismo- con los dirigentes y miliantes del Movimiento de Tendencia Islámica (MTI), la cual niega su participación en esos actos de violencia. El MTI nació en los años setenta, y su objetivo es cambiar el sistema político y establecer una república islámica. En los años en que el Gobierno tunecino concentraba sus golpes contra la izquierda, otorgó al VITI una tolerancia flexible, si bien nunca un estatuto legal. En marzo y abril de este año, el MTI fue desmantelado por la policía, acusado de compló contra el Estado en complicidad con Irán. Algunos de sus líderes fueron detenidos, y figuran entre los acusados. Otros huyeron y se ocultaron.

Para el Gobierno ha sido un fracaso serio el hecho de que los partidos de la oposición, principalmente de izquierdas, que han condenado los actos terroristas y que ideológicamente son enemigos del integrismo islámico, hayan expresado su solidaridad con los procesados del MTI. Pero dichos partidos se basan en las anormalidades de la preparación y desarrollo del proceso. Denuncian incluso casos de torturas. Consideran anormal que se mezclen en el juicio actos de violencia con actividades de propaganda política. Y asimismo que el tribunal esté presidido por el fiscal general, o sea, la misma persona que ha instruido el proceso. Inquieta en particular, dados los artículos del Código invocados en la acusación, la posibilidad de que se dicten penas de muerte.

En el terreno más directamente político, el plan del Gobierno es mostrar a la opinión la identidad entre el integrismo islámico y odiosos actos terroristas. Pero la oposición, que sufre represiones arbitrarias a pesar de tener un estatuto legal, coloca en primer plano la lucha por la plena libertad de difusión de las ideas, gusten o no al poder. Quiere evitar que el Juicio sea el de unas ideas, y no el de actos delictivos. En ese terreno tiene un punto de coincidencia con los islamistas, aunque ideológicamente esté más lejos de ellos que del partido del presidente Burguiba.

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La coyuntura en que se celebra el juicio es preocupante. Los 84 años de edad de Habib Burguiba, padre de la independencia y líder máximo del Partido Socialista Desturiano, no permiten soslayar el tema de la sucesión. Túnez ha sido el modelo político más occidental del Magreb en la etapa poscolonial. Pero su pluralismo se ha ido debilitando en beneficio de un sistema casi de partido único, con una concentración del poder en un núcleo estrecho en tomo al anciano líder. La consecuencia es que no se destaca una personalidad con experiencia y con carisma entre la población para asumir la sucesión.

En esa perspectiva, no cabe subestimar el peligro que puede significar el integrismo islámico. Éste penetra -y no es un fenómeno exclusivamente tunecino- en sectores muy diversos, sobre todo en barrios pobres y entre la juventud. Apoyado en sentimientos religiosos más o menos difundidos, da respuestas simples a situaciones de desesperación creadas por la miseria y otras causas. El ascetismo que predica puede aparecer como una exigencia de igualdad frente a insultantes injusticias, y la experiencia tunecina demuestra que la supresión del pluralismo acaba favoreciendo al integrismo. La liquidación de los sindicatos en Túnez, para convertirlos en estructuras oficiales, facilitó que el descontento popular se canalizase hacia el integrismo. Independientemente de los lazos orgánicos, no evidentes en el caso de Túnez, parece obvio que la política de los ayatolás de Teherán tiende a exaltar, incluso en países en que el shiismo es débil, un integrismo islámico primitivo y reaccionario. Su triunfo en una sociedad como la tunecina, en la que el grado de emancipación de la mujer es apreciable, sería nefasto. Pero intentar contenerlo con juicios como el de Túnez no parece el camino más seguro. Puede ser incluso contraproducente.

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