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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

¡Por Marilyn!

¿Sería Niágara lo que es sin Marilyn Monroe dentro? Sin lugar a dudas, no. Entendámonos. Cambiando, por poner un ejemplo, a Marilyn Monroe por Rhonda Fleming (que es mucha señora ésa, incluso más señora, si se me permite destronar por un momento reinas y aguar un poco, no mucho, la fiesta del 25º aniversario de su memoria), Niágara seguiría conservando los flujos de un astuto drama negro de Henry Hathaway.Pero el azar histórico ha querido que Niágara esté interpretada por Marilyn y pase al campo de la mitología (¿puede alguien, acaso, apartar su mirada de ella y caer en la cuenta que Jean Peters también merecía un pellizco?). Cualquier producto con Marilyn en sus créditos genera salmodias generacionales. Hasta obras maestras tan complejas como Eva al desnudo o La jungla de asfalto, cuando de ellas hay que hablar, han de invocar el nombre de Marilyn, que la tenían por la brevedad de un soplo.

Niágara, hoy, a las 22

00, en TVE-2.

La devoradora fuerza de su sexo se antepone a la razón. Ante algo que está más allá del bien y del mal -y que está muy bien-, uno debe postrarse y rendir pleitesía, que al fin y al cabo la contemplación de tanta belleza cosmética a todos hade gustar. Y ahí está, en Niágara, en todo su esplendor, en toda su exuberancia, marcando el compás de unos personajes cuyas trayectorias están definidas por sus pasiones y revalidando unos colores expresionistas que crean dramaturgias. Ahí está, vestida de rojo y pavoneando contorsiones de ofidio en celo.

Decididamente, con Rhonda Fleming, Niágara sería un drama cartesiano, humano y hoy una oscura fijación del cinéfilo con conocimiento del deber. Con Marilyn, es un templo pagano, lascivo, de oración eterna y cirio perpetuamente encendido. Mejor seguir aspirando sus fragancias y no tocarlo, que aún nos convertiríamos en estatuas de sal.

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