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Crítica:'VIRIDIANA'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Intoxicados por el virus beatífico

No había hecho cine en su tierra desde 1932, desde Las Hurdes (conocida también como Tierra sin pan), estremecedor documento de una realidad intolerable. Y volvía, allá por el amanecer de los sesenta con, por un lado, todo el saber artístico que sus etapas mexicana y francesa le habían reportado, y por otro, con todo lo vivido. Lo vivido dentro y también fuera, dos espectros que se confunden para dar el dibujo de una sola persona, Luis Buñuel, el sordo de Calanda, nuestro más exportable valor cinematográfico (por aquellas fechas no importado aún).

Triunfadora

Viridiana, puesto que es de Viridiana de lo que aquí se está hablando, fue un exitazo en el festival de Cannes, del que salió triunfadora, con la Palma de Oro. Pero, como tantos y tantos exitazos de siempre, levantó revuelo: los centinelas del Vaticano, raudos, doblaron las campanas. ¡Blasfemia! Y nuestros centinelas, tan atentos siempre al son de la música sagrada, la prohibieron bien prohibida: Buñuel ya no volvería a rodar en España hasta 1970, con Tristana, y Viridiana, su rima más perfecta, no alcanzaría el cielo de las carteleras españolas hasta 1977, prácticamente coincidiendo con el nuevo filme español del realizador, su último filme, Ese oscuro objeto del deseo.En Viridiana toman cuerpo todas las obsesiones, que no son pocas, del cineasta aragonés. Las religiosas, vibrantes fantasmas nacidos de nuestros abismos más profundos, en primer lugar. La historia que el filme nos cuenta es precisamente la de una joven debatida entre el tópico conflicto de la razón y la pasión: novicia a punto de entrar en la orden que al pasar unos días en casa de su tío, ve nacer en él quién sabe qué resonancias de una antigua mujer. La atmósfera del lugar podría cortarse con un cuchillo, la tragedia se masca. Sintiéndose culpable de la muerte, por suicidio, de su tío, Viridiana abandona su fijación conventual y se entrega al tan cristiano sendero de la caridad: Viridiana es Nazarina.

Y ahí aparecen los mendigos célebres de la película, con Lola Gaos al frente haciendo retratos con la cámara de las entrepiernas. Son esos mendigos que escenifican fabulosamente la Santa Cena y que provocaron las iras desatadas de todas las tierras intoxicadas por el maléfico virus beatífico.

Buñuel, naturalmente, pinta su cuadro no ya en blanco y negro, sino con el humor negro. Un humor negro muy sutil que constantemente se cruza con la metáfora (esos perros atados al carro que continuamente despiertan el instinto caritativo y humano del primo, por ejemplo) o con los símbolos propios de quien fuera patriarca del superrealismo cinematográfico y que aquí juegan el papel de mil y un recuerdos de infancia, mil y una intenciones religiosas, sexuales, etcétera.

Que su aire, todo el aire de Viridiana, sea gélido ayuda enormemente a que la fábula sarcástica que aquí se nos cuenta penetre con mayor precisión en las aherrojadas arterias de nuestros entendimientos. Los conscientes y los inconscientes. Los prácticos y los espirituales.

Viridiana se emite hoy, a las 22.10 horas, por TVE2.

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