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Rebeca

Cada época crea sus mitos, aunque los más constantes vienen de la primera memoria humana, aquella primera memoria que los griegos convirtieron en el origen de nuestras lecturas graduadas. Paulatinamente, cada modernidad ha tratado de seleccionar nuevos mitos e incorporarlos al acervo mitológico. Nuestra época ha abusado un tanto en la producción de posibles mitos, valiéndose de la plataforma de los medios de comunicación de masas, de la posibilidad de masificar el saber y la conciencia. Por eso hay mitos que sólo duran una generación, otros un lustro y algunos tres meses. Pero uno de los mitos que nos son más o menos contemporáneos, que nació literario y luego fue cinematográfico, y que aún sirve como punto de referencia, es el de Rebeca. La sombra de una muerta que se alarga ocupando un espacio en el mundo de los vivos, impidiendo que su papel lo desempeñen otros y valiéndose para ello de un agente en la tierra, la pérfida ama de llaves, enamorada platónica, o vayan ustedes a saber, de su inimitable e insustituible dueña. Mentar el mito es como coger una cinta grabada y meterla en el ordenador o en el cacharro que sea. En el mito hay todo un discurso, toda una compleja explicación que no necesita ser explicada. Por eso cuando los comentaristas deportivos tratan de explicarse qué ha pasado en el Atlético de Madrid, donde han destituido un entrenador de prestigio en un momento en que el equipo no andaba mal clasificado, obrarían inteligentemente recurriendo al mito de Rebeca. Tras las cortinas de la mansión rojiblanca, el ama de llaves miraba de mortal reojo a la usurpadora que trataba de arrebatar a Rebeca la propiedad eterna de los seres y las cosas. Así como en la novela y en la película el amor de los seres vivos destruye la conspiración de los muertos, en el Atlético no ha sido éste el caso y el ama de llaves se ha llevado por delante a Vicente Miera y ahora vaga como una loca por las almenas gritando: "¡Rebeca! ¡Rebeca?". Y, lo que son las cosas, dicen que Rebeca ha contestado: "¡Ya voy!".

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