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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La doble verdad

POR FIN la Casa Blanca ha reconocido lo que la Prensa venía denunciando desde hace días sobre las relaciones entre representantes de EE UU y autoridades iraníes. Es más, según The New York Times, el presidente Ronald Reagan ha decidido proseguir esas negociaciones con el objetivo de lograr la liberación de los dos rehenes norteamericanos que siguen en manos de grupos shiíes extremistas en Líbano, Thomas Sutherland y Terry Anderson. El vicealmirante Poindexter, consejero de Seguridad Nacional del presidente Reagan, ha dicho que a pesar de "errores de cálculo" cometidos acerca de las personas que merecían confianza en Irán, hace falta dejar abiertos los canales de negociación y para ello mantener muchas cosas en secreto. Pero ese recurso al secreto parece más bien una forma de evitar explicaciones políticas sumamente engorrosas para Reagan, sobre todo cuando es vox populi que los secretarios de Estado y de Defensa, George Shultz y Caspar Weinberger, están muy disgustados por no haber sido informados del asunto.Dejando de lado los conflictos internos en el seno de la Administración norteamericana, las relaciones mantenidas por la Casa Blanca con Irán plantean problemas graves con respecto a la política exterior propugnada por EE UU y a la actitud que ha mantenido hacia sus aliados europeos. La posición de EE UU en los últimos años ha sido que no se podía negociar con los países que fomentaban el terrorismo. Entre esos países estaban Libia, Siria y, de un modo singular, Irán, cuna del islamismo integrista y apoyo declarado de grupos armados que actúan en Líbano, culpables de numerosos y sangrientos actos terroristas. A este punto se agrega la presión ejercida por EE UU sobre países europeos -entre ellos España- para que apliquen de un modo estricto el embargo sobre el envío de armas a Irán, para no facilitar la prolongación de la guerra del Golfo. Así, en mayo de 1984, el entonces embajador Enders se quejó al ministro de Asuntos Exteriores, Fernando Morán, de que España no hubiese impedido reexportaciones de armas destinadas a Irán. Es muy probable que el Gobierno español sea débil e ineficaz a la hora de impedir que en nuestro territorio tengan lugar transacciones de armas que se oponen a los objetivos de la política exterior española. Pero ahora resulta que esas reexportaciones por las que se quejaba Washington eran efectuadas, muy probablemente, por el propio Gobierno americano. España, es un hecho, no solo exporta armas a Irán -a pesar de ser éste un país en guerra-, sino que ha actuado, y actúa, como punto clave para el tráfico de suministros militares hacia Teherán.

El error de Reagan no ha sido intentar llevar a cabo negociaciones con Irán: ha sido proclamar de modo ostentoso, en ciertos casos provocativo, frente a las debilidades de Europa, una política intransigente que luego desmentía en los hechos. Justificar esa contradicción con la voluntad de salvar unos rehenes es imposible. El terrorismo en el Mediterráneo es una amenaza mucho mayor para los países europeos que para EE UU, y Europa tiene razones, políticas y humanitarias, mucho más contundentes para la negociación que las que pueda exhibir la Casa Blanca. En realidad, mantener relaciones con Teherán e intentar influir en favor de soluciones pacíficas es una política lógica que varios países europeos, como España, se han esforzado por realizar, a despecho de las presiones de Washington. Hoy, cuando la lucha en tomo a la sucesión del ayatola Jomeini está entablada, aparecen tenden cias interesantes. Francia ha concluido un acuerdo sobre un contencioso financiero que duraba desde la eliminación del sha. La posición representada por el jefe del Gobierno, Mussavi, y por el presidente del Parlamento, Rafsanjani, parece menos intransigente y se declara favorable a negociar con sus vecinos árabes. Hay síntomas imprecisos que pueden permitir, si se desarrollan, una actividad diplomática más efectiva en Teherán de los países occidentales en favor de soluciones pacíficas para la terrible guerra que se prolonga entre Irán e Irak. Pero es evidente que para avanzar por ese camino el método de la doble verdad -es decir, el de la mentira- aplicado por la Casa Blanca, el de las presiones sobre los Gobiernos europeos, no puede dar frutos positivos.

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