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José María Martín Sarmiento

Un cineasta español enseña en Paris el lenguaje de la imagen

Antes de dedicarse al cine, José María Martín Sarmiento, nacido en Albares de la Ribera, en la comarca leonesa del Bierzo, hace 35 años, estudió en Valladolid Historia del Arte. "Alguien me hizo notar que todo lo veía en película, y pensé: ¿por qué no hago realidad un simple deseo?". Su decisión fue rápida. Meses más tarde se encontraba compartiendo conocimientos con una veintena de jóvenes cineastas franceses en la misma aula del IDHEC donde hoy enseña a realizar los filmes. "Necesito aceptar los retos de la vida, si no me sentiría prisionero de ella", afirma.Reconoce que fue, sin ninguna duda, su abuela Pepa quien le despertó, siendo todavía un niño, el gusanillo por el cine. Su amplia casa, cuajada por un tropel de nietos, sirvió durante años de almacén y sala improvisada de películas mudas, a 20 céntimos el pase. Un moderno juglar, venido de Cáceres, hacía una traducción muy especial de los subtítulos en francés para un público poco exigente, ávido de dramas intensos. "Pero", dice, "en realidad elegí hacer cine porque es un vehículo de expresión que reúne todo lo que me interesa, la pintura, filosofía, música...", y olvidando fríos tecnicismos puntualiza: "Por pasión".

Después de montar varias coproducciones franco-españolas de cierto renombre, realiza su primer corto en 1980, Los montes, un filme fin de carrera del que guarda un especial recuerdo. Rodada en los montes de su pueblo natal, narra la muerte del último hombre de una aldea. La película obtuvo varios premios y eso le impidió concursar en Cannes, pero le abrió las puertas de los organismos autonómicos de Castilla y León, que le financian un relato en torno a la leyenda de san Pelayo, un pretexto en la línea de los cuentos de Canterbury para contar cinco magníficas historias de los escritores leoneses Julio Llamazares, Pedro Trapiello, José María Merino, Luis Mateo Diez y Antonio Pereira, tituladas en su conjunto El filandón.

Martín Sarmiento clava su recuerdo en Luis Buñuel: "Tenía una valentía increíble. En ningún momento se dejó cazar por su imagen de cineasta. Nunca tuvo miedo a patinar". No obstante, los tiempos han cambiado y los productores temen tanto o más que el director del filme al fracaso. Quizá por eso no logró ni tan siquiera una cita cuando fue de puerta en puerta con un guión que imaginaba el mayo de 1968 en un convento español. Su aspecto no deja de recordar al bueno de la clase que nunca ha roto un plato, aunque su mirada azul, ante cualquier pregunta incómoda de responder, trastoca por unos segundos esta imagen.

José María Martín Sarmiento, fiel amante de las tradiciones, cree en el interés del público por las historias rurales, los hábitos y costumbres de gente enclaustrada en su mundo a quien no preocupa cuál es la hora de mayor apuro en el metro madrileño porque conria en no llegar nunca a vivirlo. Prueba de ello es el próximo estreno en un céntrico cine de París de Elfilandón y la petición de productores alemanes y franceses de que el guión de El año del Wolfram se traduzca a estos idiomas.

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