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El sonido del sínodo

Confieso mi desilusión cuando acabé de leer la relación del sínodo de los obispos recientemente celebrado. Soñaba con un sínodo que proclamara abiertamente la continuidad con el concilio; que declarara irreversible el compromiso de la Iglesia con la historia y con Dios conjuntamente, y sus opciones por la paz, por la justicia y por la dignidad del hombre, en especial los pobres, los marginados, los oprimidos, y que insistiera en una eclesiología de colegialidad y corresponsabilidad, de comunión en la diversidad de los carismas unificada en el servicio pastoral de la jerarquía; una comunidad que fuera a la vez Pueblo y de Dios.Soñaba con un sínodo que hubiera dicho, poco más o menos, cosas como éstas: "Hemos celebrado unánimemente el Concilio Vaticano II como una gracia de Dios y un don del Espíritu Santo, del que se han derivado muchísimos frutos espirituales para la Iglesia universal y para las Iglesias particulares, así como también para los hombres de nuestra época. También hemos verificado unánimemente y con alegría el Concilio Vaticano II como expresión e interpretación legítimas y válidas del depósito de la fe, corno se contiene en la Sagrada Escritura y en la viva tradición de la Iglesia. Por ello, hemos determinado seguir avanzando por el mismo camino que nos indicó el concilio. Ha habido entre nosotros pleno consentimiento de la necesidad de promover el conocimiento y la aplicación del concilio, tanto en cuanto a la letra como en cuanto al espíritu. De este modo se darán nuevos pasos en la recepción del concilio; es decir, en su interiorización espiritual y en su aplicación práctica".

"Toda la importancia de la Iglesia deriva de su conexión con Cristo. El concilio describió de diversos modos la Iglesia, como pueblo de Dios, cuerpo de Cristo, esposa de Cristo, templo del Espíritu Santo, familia de Dios. Estas descripciones de la Iglesia se completan mutuamente y deben entenderse a la luz del misterio de Cristo o de la Iglesia en Cristo".

"La Iglesia, oyendo religiosamente la palabra de Dios, es enviada a proclamarla confiadamente. Por tanto, la predicación del Evangelio tiene un primer rango entre los principales oficios de la Iglesia, y en primer lugar de los obispos, y hoy es de suma importancia".

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"La evangelización de los no creyentes presupone la autoevangelización de los bautizados y también de los mismos diáconos, presbíteros y obispos. La evangelización se hace por testigos, pero el testigo no da sólo testimonio con las palabras, sino con su vida".

"Por las conferencias episcopales el afecto colegial es llevado a aplicación concreta. Nadie duda de su utilidad pastoral; más aún, de su necesidad en las circunstancias actuales. En las conferencias episcopales los obispos de la misma nación o territorio ejercen unidos su oficio pastoral".

"Las nuevas comunidades eclesiales de base, si verdaderamente viven en la unidad de la Iglesia, son verdadera expresión de comunión e instrumento para edificar una comunidad más profunda. Por ello, dan una gran esperanza para la vida de la Iglesia".

"Después del Concilio Vaticano II, la Iglesia se ha hecho más consciente de su misión para el servicio de los pobres, los oprimidos y los marginados. En esta opción preferencial, que no debe entenderse como exclusiva, brilla el verdadero espíritu del Evangelio".

"Debemos entender la misión salvifica de la Iglesia con respecto al mundo como integral. La misión de la Iglesia, aunque es espiritual, implica también la promoción humana incluso en el campo temporal. Las falsas e inútiles oposiciones, como por ejemplo entre la misión espiritual y la díaconía a favor del mundo, deben ser apartadas y superadas".

Estas y otras muchas ideas alentadoras me hubiera gustado encontrar en la relación oficial del sínodo. Estas y otras muchas fueron las que me encontré de hecho. Todos los párrafos anteriores que van entre comillas están sacados literalmente de aquélla. Mi desilusión era esta vez sobre algunos amigos informadores e informadores amigos. Todos parecían coincidir en desear que el sínodo hiciera resonar el concilio y en temer, a la vez, que más bien le pusiera sordina. Los buenos deseos se han cumplido, al fin. ¿Por qué, entonces, tras los primeros momentos de chirridos y de distorsiones, al ver el resultado no se han echado las campanas al vuelo, sino que más bien han sucedido los gritos del silencio?

En el breve espacio de un artículo para un diario no es posible hacer un análisis exhaustivo del sínodo, que ha dicho más cosas. Por ejemplo: que la Iglesia es misterio, pero no en un sentido oscurantista, sino paulino, que habla del amor de Dios, escondido en los siglos, manifestado en Cristo, realizado en la Iglesia, anunciado en la predicación, vivido en los sacramentos. Que las reformas de la Iglesia deben contar no sólo con los cambios litúrgicos, catequéticos, institucionales y pastorales, sino también con la vida interior de santidad en el Espíritu, lo cual no se ha negado nunca, aunque quizá, a veces, sí olvidado, y no nos viene mal que se recuerde. O que se componga un catecismo universal, pero no en el sentido estricto de la palabra, sino como un compendio o una fuente común de referencia para los catecismos de las iglesias nacionales o regionales.

La relación del sínodo no es una página brillante corno las del concilio, ni por muchas razones podía serlo, ni tampoco era muy necesario. No es una sinfonía, pero sí un utilísimo programa de mano para que sigamos oyendo -o, mejor, ejecutando todos, porque en la Iglesia no debe haber espectadores- la sinfonía del concilio.

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