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Tribuna
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Aerocárcel

La diferencia entre una prisión de alta seguridad y un aeropuerto es que en la cárcel te sientes mucho menos vigilado, incluso más protegido contra las inclemencias del mundo exterior. Entras en un establecimiento penitenciario y sabes aproximadamente cuándo vas a salir y los riesgos que te aguardan en el interior. Pero entras en Barajas, Orly o Fiumicino y no sólo ignoras cuánto tiempo permanecerás atrapado en la ratonera y los motivos de tu privación de libertad, sino expuesto a los peligros más insospechados, desde un harakiri islámico, un bombazo independentista o una ciega ráfaga de las tramas negras hasta el terrorismo más escalofriante de todos: esas huelgas salariales y salvajes de los controladores aéreos. Yo no tengo miedo a volar, sino a facturar. Una vez que estás en el aire, encadenado al asiento, lo aceptas todo con fatalismo de raza teológica. El secuestro aéreo, el aterrizaje forzoso, la rebelión a bordo o el castañazo forman parte del contrato de vuelo y son catástrofes que se aceptan y se entienden. Lo inaceptable y lo ininteligible son los trances y las humillaciones del aeropuerto. Patrullan estos días por Barajas los geos, armados hasta los dientes pero esa escenografía de estado de sitio y ese ambiente de carnpo de concentración ya forman parte del paisaje cotidiano de unos lugares teóricamente concebidos como tránsito, pero que vivimos como destino. El aeropuerto ha dejado de ser un estimulante territorio de partida o de llegada: es un sinies tro lugar en el que desde que traspa sas el umbral, te transfonnan en objeto activo de sospecha y en sujeto pasivo de toda clase de atenciones poficíales y militares. Las cámaras ocultas te vigilan, los agentes te interrogan, los ordenadores te fichan, los guardias te cachean, los aduaneros abren tus maletas, los geos te apuntan, los rayos X radiografían tu cuerpo, los altavoces te ordenan, los funcionarios te conducen en mana da por pasillos carcelarios y acabas encerrado en celdas de alta seguridad. La coartada es que te protegen, pero sales del aeropuerto, cuando sales, con una desmoralizante sensación de culpabilidad, convencido de que son ellos los que se protegen contra ti por haber tenido la desfachatez de pisar su aero puerto.

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