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Tribuna:19 millones de personas están sin empleo
Tribuna
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El paro no desciende en Europa

Las cifras de paro en Europa serían aún mayores si el sector público no se hubiera expandido rápidamente y hubiera creado tantos empleos, por improductivos y caros que fueran y son. Y los problemas se sentirían con mayor fuerza si la economía sumergida, que tan dinámica se está mostrando, no sirviera de válvula de escape.Aunque la situación laboral en cada uno de los países tiene sus connotaciones propias, son comunes a todos ellos tres características. En primer lugar, hay una concentración del desempleo en regiones en las que predominan actividades agrícolas poco desarrolladas o industrias en declive -tales como la textil, la siderurgia, los astilleros o la minería del carbón- que tienen que afrontar la fuerte competencia de Japón y de los "nuevos países industriales" de Asia y América Latina. En segundo lugar, existen altos niveles de empleo en las regiones dinámicas, hasta el punto de que numerosas empresas tienen dificultades para cubrir sus plazas, sobre todo con respecto al personal cualificado. Y en tercer lugar, no sólo viene aumentando el tiempo durante el cual las personas paradas -sobre todo los jóvenes- están sin empleo, sino también el número de personas que están en paro más de un año. Este aspecto es especialmente serio por cuanto los parados pierden aptitudes profesionales, con lo que ven cada vez más mermadas sus probabilidades de conseguir un nuevo empleo.

Un milagro de empleo

Mientras que en Europa la situación laboral ha venido deteriorándose desde principios de la década pasada, en Estados Unidos ha ocurrido todo lo contrario -un milagro de empleo-, dicen muchos. Se han creado 25 millones de nuevos empleos netos, primordialmente en el sector privado y a través de las pequeñas y medianas empresas. A pesar de un rápido crecimiento de la población activa -la tasa anual del 2,1% en el período 1970.4984 supera claramente a la registrada en Europa-, la tasa de paro ha ido disminuyendo; si tradicionalmente superaba la media europea, ahora está por debajo (7,3%). También hay menos paro juvenil; y los que pierden su empleo encuentran uno nuevo antes de lo que es usual por nuestras latitudes. Y un dato del mayor interés: el crecimiento de la economía norteamericana apenas ha sido más rápido que en Europa -un 2,9% anual en comparación con un 2,8% en Europa, entre 1970 y 1984-, lo cual es una buena prueba de que, a medio plazo, no existe, como tantas veces se dice, una relación mecánica entre el ritmo de actividad económica y el nivel de empleo.La mayoría de los países europeos sufre las consecuencias de un mercado de trabajo que no funciona correctamente. Por un lado, los salarios reales no evolucionan en consonancia con la productividad laboral -a nivel de empleo constante- y, sobre todo, su estructura en relación a cualificaciones profesionales y con respecto a sectores y regiones es demasiado rígida. Por otro lado, los costes sociales del factor trabajo, de los que tiene que hacerse cargo la empresa siguen aumentando, y en algunos países como la República Federal de Alemania, Francia e Italia, son ya casi tan altos como los costes salariales. Además, el mercado de trabajo sigue estando demasiado regulado, especialmente con respecto a ajustes inevitables de plantillas -que son lentos y caros-, a la posibilidad de que trabajadores de empresas en crisis accedan voluntariamente a reducciones salariales y de otros beneficios -con el fin de defender o recuperar sus empleos- y a eximir a quienes crean nuevas empresas de las condiciones establecidas en los convenios colectivos, ya que, con frecuencia, son esas condiciones las que dañan la tasa de natalidad empresarial.

Movilidad y flexibilidad

Las nuevas tecnologías pueden influir en el problema del empleo, pero no tienen por qué ser destructoras del mismo, como viene demostrándose no sólo en Estados Unidos y Japon -a la cabeza de esas tecnologías-, sino también en diversos países europeos, ya que han sido, precisamente, las empresas innovadoras las que han generado en mayor medida nuevos puestos de trabajo. Las nuevas tecnologías se introducen con el fin de aumentar la produccion; y esto se traduce en más pedidos para las empresas proveedoras de la nueva maquinaria. Además, se necesitan programadores que generen el software correspondiente; y generalmente se crean mercados completamente nuevos. Lo que hay que tener presente es que en tiempos en los que se producen cambios estructurales profundos, la necesidad de flexibilidad es enorme. Tiene que haber, sobre todo, movilidad profesional, sectorial y geográfica en la población activa. Las perspectivas de empleo serán tanto mejores cuanto más se adapte el mercado laboral a cada una de esas nuevas tecnologías.Es una falacia afirmar, como ya es usual en nuestros países, que los americanos lo tienen más fácil porque la productividad laboral crece allí moderadamente, mientras que aquí lo hace muy deprisa, por lo que "nos estamos quedando sin trabajo". Lo que crece aquí tan rápidamente es la productividad aparente, y lo hace como reflejo, no como causa, del creciente paro. Pues cuando los costes laboralles son relativamente altos, las empresas racionalizan la producción sustituyendo mano de obra por maquinaria y tecnología; normalmente quedan sin empleo aquellas personas cuya productividad es inferior a la media y que cuestan más que un trabajador experto, por lo que, lógicamente, tiene que aumentar la productividad.

¿Qué remedios hay paracombatir este mal endémico de los países europeos? El problema es demasiado complejo como para emprender la búsqueda de una receta mágica o para confiar en que el paro podría disminuir sustancialmente si la actual reactivación coyuntural continúa y se intensifica. Pero también es evidente que los costes laborales -que habrá que contener durante un buen período de tiempo, y las regulaciones del mercado de trabajo, que habrá que flexibilizar en gran medida- son piezas clave en la solución del problema. El objetivo podría concretarse en la reducción al máximo de las barreras de entrada y salida del mercado laboral.

Indudablemente, una mejora notable de la actividad económica facilitaría las cosas. Pero ello no justifica, como muchos piensan, políticas de reactivación, dado que persisten demasiados obstáculos por el lado de la oferta de la economía como para fomentar la demanda sin crear de nuevo presiones inflacionarias. No olvidemos que si bien medimos estadísticamente la existencia de capacidad productiva infrautilizada, buena parte de ella es obsoleta como consecuencia de aumentos previos de los costes laborales, de cambios tecnológicos o de la competencia de las importaciones. Por consiguiente, más que políticas de expansión de la demanda interna, lo que necesitamos es mejorar las condiciones objetivas para invertir. Esto implica controlar la inflación, reducir la presión fiscal, contener el gasto público, recortar subvenciones estatales, desarrollar los mercados de capital de riesgo y abrir los mercados de bienes y servicios para todos quienes tengan espíritu creador e innovador, incluidos los parados que quieran constituirse en empresarios. Desde la óptica política predomina la tendencia a considerar el problema del paro como un problema de cantidades más que de precios. Hay mucha resistencia a admitir que, en principio, el mercado laboral funciona como el de los automóviles, el de las naranjas o el de los espectáculos. De ahí la popularidad de que gozan las medidas encaminadas a prolongar el período de estudios escolares, reducir el tiempo de trabajo para todos, adelantar las jubilaciones, ampliar las vacaciones, limitar las horas extraordinarias, perseguir el pluriempleo e, incluso, reducir las tasas de participación femenina. Todo esto es costoso; reduce de nuevo la flexibilidad de la economía y la capacidad de adaptación de la empresa frente a los cambios continuos en los mercados; no crea empleo, sino que enmascara el paro existente, y deja sin atacar las causas del paro.

Las altas tasas de desempleo no constituyen el destino de Europa, ante el que haya que resignarse. Tienen solución y siempre y cuando se apliquen políticas que vayan al grano, que ni sean defensivas ni estén condicionadas por consideraciones electoralistas, y que hagan prevalecer las iniciativas individuales sobre los aparatos burocráticos del Estado y de las grandes organizaciones sociales.

Juergen B. Donges es vicepresidente del Instituto de Economía Mundial de Kiel y asesor del Instituto de Estudios Económicos.

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