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La revolución de 1934, revisitada

El año pasado presenció el cincuentenario de la revolución de octubre de 1934, acontecimiento de una importancia fundamental para la historia de la II República y para la comprensión del colapso de la experiencia democrática republicana. Muchos han sido los coloquios en torno al acontecimiento y los estudios históricos que ha provocado la efemérides. Con mucha frecuencia, la revolución ha sido aludida en las páginas de la Prensa y ha motivado debates interpretativos. En el fondo, toda la cuestión se ha centrado en la posición de cada uno de los protagonistas políticos principales. Muy resumidamente, podría decirse que para unos la revolución de octubre resulta absolutamente injustificable desde el punto de vista democrático, pues el as censo al poder de un sector político que había alcanzado un suficiente número de sufragios y formaba parte de la mayoría parlamentaria estaba perfectamente justificado en la más pura ortodoxia democrática. La interpretación contraria consiste en afirmar que la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) era un partido, no fascista, pero de un nacionalismo católico reaccionario, que ponía en peligro las instituciones democráticas con su advenimiento al Gobierno republicano. La revolución de octubre, de acuerdo con esta interpretación, habría impedido la desfiguración de las instituciones republicanas. La revolución de 1934 tuvo la suficiente trascendencia para la historia española y para la vida de miles de seres humanos como para que no pueda considerarse como sujeta en el momento actual a una interpretación unívoca. Sin embargo, son posibles aproximaciones a tal acontecimiento, y serán cada día más precisas si además nacen de un conocimiento cada vez más detallado de fuentes inéditas. Ahora que ya ha pasado el estricto momento de la conmemoración, permítaseme que acuda a dos testimonios inéditos a los que he tenido acceso en los últimos tiempos.

El primero es el diario de uno de los ministros de la CEDA, Manuel Giménez Fernández, que ha sido desvelado recientemente en la excelente tesis doctoral del profesor de la universidad de Málaga José Calvo. El citado diario proporciona ese tipo de fuente de conocimiento histórico que un historiador de la contemporaneidad prefiere. Es una fuente directa, inmediata y espontánea. Pues bien, en él aparece perfectamente claro que la actitud de ese ministro y de la propia CEDA era clarísimamente partidaria del mantenimiento de la ortodoxia constitucional. Giménez Fernández participó en el debate acerca de la colaboración en el Gobierno en el seno de la minoría de Acción Popular. En un texto escrito, Giménez Fernández recordó que no era posible la reforma de la Constitución hasta 1935, y sobre la política a seguir, textualmente afirmó lo siguiente: "En el Parlamento se favorecerá una política de centroderecha con apartamiento o distanciamiento de las posiciones representadas por las derechas inonárquicas". Su conclusión era taxativa e inequívocamente constitucional y se expresó con estas palabras: "O la CEDA sirve para salvar a España, ahora con la República, o no sirve para nada". Pero el diario de Giménez Fernández dice todavía más. El 4 de octubre, después de una complicada tramitación, la crisis se regolvió con su propio nombramiento como ministro de Agricultura. Tal decisión le fue comunicada por José María Gil-Robles, y motivó, en el sorprendido Giménez Fernández, cierto reparo. A la propuesta de su jefe político le repuso con el recuerdo de su "mayor preparación para otras cosas" y el de su "criterio social muy avanzado, poco grato para ciertos correligionarios ". En el diario aparece también mencionada la posición de GilRobles al respecto: la anotación

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Viene de la página 9 dice, simplemente, que "por eso precisamente me designan" y que el jefe de la CEDA le había dado "orden de obedecer". A partir de este testimonio parece perfectamente claro que los propósitos de la CEDA no eran en absoluto contrarios al régimen republicano; su error, gravísimo, consistió en no manifestar de forma clara esta posición.

Otro protagonista fundamental en aquellos momentos era Manuel Azaña, residente en Barcelona y símbolo fundamental del Frente Popular en la elección sucesiva. Entre las notas que pude tomar cuando se conoció el contenido de su archivo privado, descubierto hace algún tiempo, figura un diario de Cipriano Rivas Cheriff en el que éste narró las conversaciones telefónicas; que tenía con su cuñado desde Madrid. Algunas de esas anotaciones confirman, desde luego, la postura pública de Azaña en ese momento: pensaba que era necesario formar un Gobierno netamente republicano que convocara unas nuevas elecciones. Pero hay una parte del texto de este diario que demuestra que una toma de postura más explícita por parte de la CEDA hubiera evitado el desgarramiento revolucionario.

El 2 de octubre, el diario de Rivas incluye una frase que dice lo siguiente: "Cree posible cualquier Gabinete fantasma para repetir las elecciones que legalicen, previa declaración, el republicanismo de Gil-Robles y compañía". De acuerdo con este texto, resultaría que lo que estaba en la mente de Azaña era un gesto mucho más explícito por parte de la CEDA.

Pero además resulta meridianamente clara en este documento la decidida oposición de Azaña a cualquier intentona al margen del sistema constitucional. La anotación del 17 de octubre, pasados los días trágicos de la revolución, es muy expresiva: "Parece que Manolo, luchando desesperadamente por convencerles, les decía [a las izquierdas catalanas]: 'Esperen ustedes. Si en el resto de España el movimiento triunfara, tiempo tienen ustedes de establecer sus reivindicaciones. Ya cumplen con el paro total. Si son vencidos, ustedes no pierden lo ganado'. No hubo manera. El mismo nos empujan de los otros". De forma perfectamente clara, por tanto, el dirigente de la izquierda republicana estuvo en contra de una postura inaceptable desde el punto de vista de la ortodoxia constitucional.

Hay en el texto citado una expresión ("nos empujan") que resulta máximamente reveladora. La tragedia es que las masas de derecha e izquierda sentían ese impulso hacia el choque fratricida, y los dirigentes políticos no pudieron o quisieron evitar el enfrentamiento.

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