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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Los vuelos de la Codorniz

La Codorniz fue una: la que inventaron Tono y Mihura. Una revolución estética. La segunda Codorniz, la que dirigió Alvaro de Laiglesia: una revista diferente que utilizó el título histórico. No es cuestión de calidades la que procede -aunque fuera objeto de una polémica entre el fundador y su discípulo herético-, sino constatación. En el programa Vivir cada día y en el diálogo que continuó en Radiocadena se vino a decir que eran formas de humor adecuadas a los cambios de la sociedad española; y la permanente honestidad intelectual de Chumy Chúmez -que no sólo es gracioso y dibujante de trazo excepcional, sino inteligente- insistió en ello.El programa no aclaró mucho. Vivir cada día fue grande en otros tiempos, cuando documental y creación televisiva se cruzaban con fertilidad. La nueva serie de dramatizaciones o reconstrucciones sobre guiones elaborados le ha hecho perder. Los personajes que se interpretan a sí mismos en su pasado, la falsa sorpresa, la espontaneidad fingida ante lo que sabemos que ha sido una cuidadosa preparación de cámaras y sonido lo ha arruinado. Queda el interés de los temas elegidos y alguna brizna de veracidad que traspasa la elaboración. El que se ha dedicado a la gran revista desaparecida -Las plumas de La Codorniz- es un ejemplo de esa ruina.

Los creadores supervivientes de aquel humor -no todos- aparecen privados de su naturalidad; y la dramatización de sus chistes fue periosa. Los programas tienden muchas veces a su propio protagonismo y ahogan a sus personajes, que terminan siendo utilizados.

La Codorniz, por antonomasia, no fue tan inocente ni tan inocua, ni tan dedicada a la nada. Procedía de un breve ensayo periodístico hecho por Tono y Mihura antes de la guerra -El perro, el ratón y el gato (comen en el mismo plato) y de La ametralladora, publicada durante la guerra en San Sebastián y tenía unas influencias culturales muy fuertes: el surrealismo, el absurdo (Mihura ya había escrito Tres sombreros de copa) y el brillante humor italiano de la época del fascismo, con una misma necesidad: despegarse de una realidad no compartida por una evasión no criticable. Mihura, Tono, Edgar Neville, Fernández Flórez, Enrique Herreros o Mingote eran personas hechas en un régimen cuyo resultado no compartían. De lo que se burlaban en su revista era de una manera de vida impuesta: del tópico convertido en dogma, de la retórica convertida en estilo, de la voz ahuecada, de la cursilería imperial, de la estrechez de costumbres. Por eso escandalizaron; por eso una gran parte de la juventud se sumó a ellos -incluyendo los que habían perdido la guerra- y un sector conservador los combatió.

Álvaro de Laiglesia aprendió de ellos -entró de niño en La ametralladora-, pero quizá porque era de otra generación o porque tenía otro sentido de la vida, y desde luego porque tuvo su personalidad distinta, se quedó con La Codorniz y su dirección; retuvo algunos colaboradores, llamó a otros y dio larga vida a la nueva revista. El programa Vivir cada día se volcó por esta última opción.

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