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LAS DENUNCIAS SOBRE TORTURAS

Terror y secuelas de dos torturados

"He visto gente detenida, pero, chico, ¡cómo estás!", dijo el forense

El informe de Amnistía Internacional, dado a conocer esta semana en Madrid, dedica especial atención a las denuncias de torturas presentadas por Joaquín Olano y José María Olarra, dos ciudadanos guipuzcoanos detenidos en julio y octubre del pasado año por miembros de la Guardia Civil adscritos a la comandancia de Guipúzcoa. Joaquín Olano, mecánico, de 36 años, vecino de Lasarte, fue juzgado y absuelto el pasado 5 de junio, tras haber permanecido en prisión durante 11 meses. José María Olarra, trabajador de una distribuidora de libros y teniente de alcalde del ayuntamiento de Villabona por Herri Batasuna, fue puesto en libertad, bajo fianza de 100.000 pesetas, el 2 de noviembre del pasado año, un día después de haber ingresado en prisión. Su causa fue sobreseída dos meses más tarde.

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El testimonio de tortura que estas personas han ofrecido a EL PAIS es un relato sobrecogedor en el que la víctima compone un cuadro de indefensión, terror, humillación y miseria. En él se conjugan igualmente el sadismo, la brutalidad, el odio y el desprecio a la persona. Los dos denunciantes conservan en sus cuerpos cicatrices y marcas, secuelas de unas lesiones registradas en su día por los médicos forenses. Todavía hoy afloran en sus manos ligeros temblores, y tienen gestos nerviosos, silencios en los que el pensamiento lucha por traducir en palabras unas imágenes grabadas dolorosamente. Joaquín Olano fue interrogado únicamente durante 30 horas, pero su relato puede llenar las páginas de una novela de bolsillo.La casualidad, la fortuna y la presencia en San Sebastián de jueces comprometidos en la defensa de la Constitución y de los derechos humanos, facilitó probablemente el ingreso de Joaquín Olano en el servicio de urgencias de la Cruz Roja. El calor bochornoso de la noche del 28 de julio llevó a muchos donostiarras a dormir con las ventanas abiertas. Una mujer, vecina de unas viviendas situadas junto al cuartel de la Guardia Civil en el barrio donostiarra de El Antiguo, escuchó gritos de dolor y de socorro mezclados con música a todo volumen de una radio de frecuencia modulada. Llamó a un abogado y éste, a su vez, informó a un juez.

Joaquín Olano fue detenido en su domicilio a la 1.30 de la madrugada del 29 de julio, y conducido a los sótanos de la comandancia como sospechoso de haber participado en un atraco llevado a cabo por ETApm VIII Asamblea en una entidad de ahorro de Villabona. "A los diez minutos de estar en los sótanos, y al comprobar que yo no admitía sus acusaciones, me ordenaron desnudarme y uno de ellos incluso me rasgó la camisa. Se descojonaban de mí al verme desnudo, me cubrieron el cuerpo con una manta mojada y me amarraron a un tablón con correas a la altura de las manos, que me cubría hasta el cuello. A continuación arrastraron la tabla hasta un cuarto de baño que tenía dos lavabos, una bañera normal y una ducha aislada con dos tabiques. Apoyaron la tabla sobre una varilla de metal colocada a la altura de las rodillas entre los dos tabiques en la entrada de la ducha. Yo", afirma Joaquín Olano, "no entendí nada hasta ver en el suelo una palangana de plástico llena de agua sucia". "Es el agua que queda después de limpiar el suelo de los wáteres", interrumpe José María Olarra, que suscribe la descripción del cuarto de baño, de la tabla e incluso de alguno de los miembros de la Guardia Civil que participaron en el interrogatorio de Olano.

La bañera

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"Los que me interrogaron", prosigue Joaquín Olano, "escupían en la palangana y alguno orinó encima. Me metieron la cabeza en el agua; al principio lo soportas, pero pronto notas la asfixia e intentas levantar la cabeza. Entonces te golpean por todas partes, te agarran de los pelos y al final abres la boca y tragas lo que sea, decidido a ahogarte y a terminar de una vez". Joaquín Olano indica que la manta cumplía la función de evitar que su cuerpo quedara marcado por las cuerdas en las convulsiones y los tirones hacia atrás que el torturado de la bañera realiza al sentirse axifisiado. "El tablón", señala, "se balanceaba en equilibrio sobre la varilla y a ellos, unos chavales jóvenes, no sé... de 20, 22 o 24 años, les bastaba empujarlo con un dedo para conseguir meterme la cabeza en el agua. Entre sesión y sesión me obligaban a andar en cuclillas, o uno de los guardias me golpeaba, no muy fuerte, en la cabeza con un listín de teléfono; al principio no notas nada, pero después de un cuarto de hora el dolor de cabeza es tan fuerte que piensas que vas a volverte loco".

"A mí", interviene José María Olarra, "me presionaban con los pulgares en el hueco que hay debajo de las orejas y durante algunos minutos llegué a perder la vista, el oído y el sentido del equilibrio; creía que caminaba en falso al borde de un precipio, y esa es una experiencia aterradora. Recuerdo que mi torturador me amenazó con prolongar las sesiones y dejarme ciego; según él, los efectos de esa tortura se manifiestan sobre todo varios meses después". Olano afirma haber sido víctima de la tortura de la bolsa de plástico en varias ocasiones. "Al cabo de un minuto, cuando has agotado el aire de la bolsa de plástico, te desesperas, intentas morderla como sea. Te muelen a golpes y, eso sí, después de cada paliza te quitan la manta y te dan pomada, mucha pomada, para evitar los moratones".

"La mañana del sábado me pilló destrozado. Después de una nueva sesión de bañera me entregaron la camisa de uno de ellos y me vistieron a todo correr; me presentaron entre dos guardias ante un cristal, un espejo acoplado a la pared. Al rato, me retiraron de esa sala y, sin más, empezaron a darme patadas en los testículos diciendo: 'te han identificado, te han identificado'. Era fácil identificarme", comenta; "evidentemente, yo era el único hostiado de los tres".

José María Olarra y Joaquín Olano subrayan que las amenazas a sus familiares contribuyeron a derrumbarlos psicológicamente, mucho más que las torturas. "Me dijeron", señala Olano, "que habían detenido a mi mujer y que iban a hacer con ella lo mismo que estaban haciendo conmigo. Como yo me resistía a creerlo, aprovecharon que mi mujer había ido a la comandancia para traerme comida, y me llevaron a una habitación desde la que pude verla a través del espejo de identificación. Tuve un ataque de histeria al verla allí". "Mi mujer", apunta José María Olarra, "estaba embarazada de siete meses, y continuamente me decían que iba a abortar allí, en los wáteres que servían de salas de torturas".

Horror de los forenses

Joaquín Olano señala que el sábado por la tarde, inesperadamente, volvieron a vestirle y le introdujeron en un coche particular que estuvo dando vueltas, aparentemente sin rumbo fijo, por los barrios de San Sebastián durante una media hora. "Yo entonces no entendí nada, porque durante el viaje ellos no me preguntaron ni me pegaron; pero después he sabido que me sacaron de allí porque acababan de llegar dos forenses enviados por el juzgado. Por lo visto les dijeron que me habían llevado al monte para que localizara un zulo, pero los médicos no cayeron en la trampa y decidieron no moverse de allí y esperar a que volviera. A los cinco minutos de volver a la comandancia me pasaron a una sala distinta, con una mesa y unas sillas, en la que poco después entraron los médicos forenses. Debieron quedarse horrorizados porque uno de ellos me preguntó: 'he visto gente detenida, pero chico, ¡cómo estás!'. Les pedí que hicieran lo que pudieran conmigo y enseguida se marcharon. Volvieron las sesiones de bañera y descubrí los electrodos. Siempre desnudo, con las manos esposadas a la espalda, me pasaron por el cuerpo algo parecido a esos interruptores antiguos de luz que había antes en las mesillas y que ellos conectaban a una batería de coche. Acabaron de destrozarme por completo. Es un dolor terrible, una fuerza que te rompe por dentro. Mientras me torturaban, estaba siempre la radio a todo volumen".

"Desde entonces", apunta José María Olarra, "yo no puedo soportar la FM". Olarra asegura que esa noche fue trasladado al monte para que identificara el supuesto zulo y que allí fue golpeado repentinamente hasta perder el conocimiento. "Cuando volví en sí intenté levantarme, y uno de ellos me golpeó por detrás con algo de hierro. Noté que la sangre me corría por la cara y oí a un guardia gritar: '¡Qué has hecho, idiota?'. Parecían muy asustados y enseguida me llevaron a la Cruz Roja, donde me cosieron la herida con 14 puntos, me cuidaron otras lesiones y donde permanecí incomunicado un total de 13 días, custodiado por dos guardias. Un día tuve que pedir socorro al médico y a las enfermeras porque mis guardianes me estaban zurrando, diciendo que era un hijo de puta y que había salido muy bien librado".

José María Olarra y Joaquín Olano señalan que hoy día viven todavía con el miedo en el cuerpo. A la pregunta de si fueron alimentados durante sus días de interrogatorio, ambos responden que no pudieron comer, beber ni dormir en ese período. "Yo", indica José María Olarra, "probé el agua y la primera comida, por cierto bastante buena, en la Dirección General de la Guardia Civil de Madrid, donde, tengo que decirlo, no me tocaron". "Es mejor", apunta Joaquín Olano, "que no te den de comer ni beber, porque así estás más débil, pierdes el conocimiento más fácilmente y te haces más insensible".

"Lo de los traslados es otra cosa", añade Olarra. "A Joaquín le pegaron al salir de la Cruz Roja, camino de la prisión, y yo hice el viaje hasta Madrid envuelto en una gran bolsa de plástico".

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